Una treintena de mendigos pide a diario en las calles de León para sobrevivir
A iglesias y zonas más céntricas se han sumado desde la crisis los supermercados.
Las cifras hablan por sí solas. Cada vez hay más mendigos pidiendo en las calles y en León, también. La dura realidad del día a día de quienes se ven obligados a solicitar una pequeña cantidad económica para sobrevivir se resume en dos palabras: sin recursos. Es el cartel que predomina por encima de otros, como el número de hijos o la situación laboral.
Según cálculos de la Policía y de organizaciones sociales que atienden a estas personas, entre 20 y 30 personas piden a diario en las calles de León. Las zonas más frecuentadas, además de las típicas de la entrada a San Isidoro o San Marcelo, donde algunos llevan ya años, son la plaza de la Inmaculada, Ordoño y la Calle Ancha, aunque precisamente el entorno más turístico de la ciudad es donde menos pobres piden. De hecho, en el Húmedo, salvo alguna mujer vendiendo mecheros, apenas se ven.
La pobreza en León tiene un claro perfil masculino. Hay más hombres que mujeres pidiendo. Y también un fenómeno nuevo: parejas, como Luis y Ana que después de quedarse sin nada piden la voluntad en Gran Vía de San Marcos. «No tenemos nada. Dormimos en un cajero y sacamos para comer; una botella de leche y una barra de pan», explican mientras permanecen sentados en el rellano de un banco, entre la Inmaculada y San Marcos. Su frase es también ‘sin recursos’.
Antonio y Tere son pareja. No piden en un sitio concreto. Se pasan el día en la entrada de alguna cochera, en calles como Renueva y Roa de la Vega. «No queremos robar; sólo comer y echar un cigarro de vez en cuando», dice él, pelirrojo para más señas.
Exclusión social, vulnerabilidad... La pobreza también tiene sus nuevas palabras. Dicen lo mismo, pero son más asumibles que decir pobres. «Vengo a pedir porque no tengo nada», dice Pedro. Pedro se pasa el día a la puerta de un supermercado cerca de la Estación de Matallana. Duerme en Cáritas y todas las mañanas, poco a poco, con la ayuda de una muleta, llega hasta su «oficina», como él dice. «Algo hay que hacer». Por cierto, todos los nombres son ficticios.