Espido Freire

Y sí, Guzmán apareció con su smoking, sudoroso bajo el calor de los nervios y del mes. Con esa flor exagerada, una peonía, me dijo María José, una dalia desnutrida, pensaba yo, y junto a este pensamiento me vino la vívida sensación de que nadie había tenido el valor de decirle a Guzmán, cuarenta años junto a las vías, que aquello era excesivo, que la banda de músicos encorsetados como señoras, con el vientre comprimido como insectos gigantescos sobraba, que sobraba su flor, que era absurdo el que entre tanto lujo (tantos políticos, dos alcaldes, un diputado, todos negros hasta los huesos, todos corruptos hasta la médula) se intentara lavar una imagen ya podrida con la fingida humildad del homenaje a un guardagujas con sopas de ajo y un botillo no demasiado generoso. María José sonreía, feliz, y Guzmán parecía empequeñecido y orondo con su traje alquilado y con su dalia o peonía, o lo que fuera, y a mí me devoraba una vergüenza ajena que no sé si era envidia (yo llevaba dos años jubilado, sin diputado, ni fiesta pública, ni malditas las ganas, pero oh, ese deseo de destacar al menos por un día) o era esa pena profunda, secreta, de cuando la vida se empeña en ridiculizarnos, y el resto el mundo en bailar, absortos en su estupidez, un vals feliz.