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Un grupo de jóvenes disfruta del domingo junto al Curueño.

Publicado por
diego rodríguez. leonalsol@diariodeleon.es
León

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Hace ya unos cuantos años se produjo en España un fenómeno que sirvió para acuñar el curioso término dominguero. Las familias que vivían de forma absolutamente espartana comenzaron a tener la posibilidad de acceder a un vehículo con el que poder pasar un día fuera de la ciudad y, a falta de otra cosa, el domingo era el día ideal para ponerse a los mandos del coche y salir a tomar el aire y a disfrutar de la tranquilidad del campo.

La palabra en sí está abierta a la polémica. Mientras unos aceptan el término sin el más mínimo problema —«¡ojalá pudiera ser dominguero todos los días de la semana!»—, otros rechazan ser catalogados como tal porque consideran el término algo peyorativo.

Cuando se amenazó a los montañeros con cobrar por los rescates, respondieron que había que diferenciar a los federados de los domingueros. Cuando el incremento de buscadores de setas puso en peligro la supervivencia de algunas especies de hongos, un estudio de la universidad de Alicante echó de nuevo la culpa a los domingueros, que no disponían de los conocimientos adecuados para su recolección. Y cuando hay atascos en la carretera los fines de semana, todo el mundo sabe perfectamente a quién se culpa.

Pero lo evidente es que muchos no tienen posibilidad de alejarse mucho de casa, y menos con la que está cayendo. Así que en cuanto la gente tiene un día libre, que suele ser el domingo, se va al campo. Y muchos no entienden por qué eso puede considerarse algo malo. Paqui afirma mientras toma el sol junto al río: «Nos complicamos mucho la vida, tampoco hace hace falta ir a las Seychelles. Igual se está mejor aquí».

El parque de La Candamia y la playa fluvial de La Vecilla —o simplemente «la playa», como muchos la llaman por allí— son dos de los destinos preferidos por los domingueros leoneses.

El ritual más común suele ser llegar sobre el mediodía, que tampoco hay que madrugar, y colocar las mesas, sillas, neveras e incluso sombrillas en la localización más estratégica posible. Después se toma una cerveza y se hace tiempo hasta la hora de la comida, que muchos llevan preparada. Otros, si viven cerca, prefieren ir a casa a comer y regresar por la tarde. «El café lo tomamos en el bar, eso sí», comenta Mercedes.

Y muchos no son técnicamente domingueros. En La Vecilla, a orillas del Curueño toman el sol —o la sombra, o cerveza—, personas procedentes de Asturias, Bilbao, Galicia o Madrid que está por la zona de vacaciones. Félix y Mariángeles, que viven en Barcelona y pasan el verano en La Robla, piensan que «la gente de fuera aprecia más el clima de aquí». También hay muchos de León que tienen una casa por la zona y pasan allí dos o tres días a la semana.

Los campamentos infantiles de verano también dan mucha vida a estos lugares, sobre todo en julio. «En agosto lo que hay son más cursillos de monitores», explica uno de los habituales de «la playa». Sobre las dos de la tarde aparece un grupo grande de gente joven, un cursillo de coordinadores cuyos miembros proceden de toda España. «Hay hasta un chino, pero está en el agua», bromea uno de ellos.

Pablo es el encargado del chiringuito de la playa fluvial de La Vecilla. Cuenta que agosto es el mejor mes del año y que durante los fines de semana el número de clientes se triplica, especialmente los domingos. «Pero todo el mundo trae comida de casa. ¡Y bebida también!». Aunque cree que el turismo se mantiene y que los familiares de los habitantes del pueblo siguen volviendo en verano, ha notado el impacto de la crisis. «La gente viene al chiringuito, pide una sidra y la toman cinco». Pero Pablo es optimista. «La Vecilla siempre fue punto de encuentro, es un lugar de toda la vida. Tiene vistas de Valdorria, de Peña Negra, los álamos, el río... Está a media hora de León, es la pequeña Marbella del Curueño».