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Sonría, le graban

Más de medio centenar de cámaras registran el paseo de un ciudadano para hacer compras o tomar algo en el Húmedo.

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álvaro caballero | león
León

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Claqueta. Clac. Aunque no lo sepa, durante la próxima hora y media va a ser el protagonista de una película sin quererlo, cuando tan sólo iba a hacer unas compras a la plaza, resolver cuatro recados y tomar unos vinos en el casco histórico. El entorno en el que se va a encontrar a su paso más de medio centenar de cámaras que le observan para captar hasta el más mínimo gesto que haga en este tiempo. Cámaras de entrada al casco histórico, colocadas en dirección a los 9 bolardos de regulación de paso; cámaras del sistema de vide vigilancia repartidas por 22 puntos de la ciudad antigua y 2 más en el entorno del cuartel, en el Colegio de Huérfanos Ferroviarios (CHF); cámaras de tráfico, repartidas en las 14 plazas y vías con mayor tráfico; cámaras en los edificios históricos; cámaras en los cajeros; cámaras en las tiendas; cámaras en los bares; cámaras a las entradas de los garajes... Pequeñas cámaras camufladas en las esquinas, detrás de las puertas, cámaras colgadas de los aleros, en las fachadas, con un cartel al lado de advertencia o sin testigo, y hasta cámaras integradas en el mobiliario, como si fueran farolas de las que pende una uva negra en la que se ve reflejado. Multitud de cámaras que convierten la ciudad en un gran plató de televisión y a cualquier ciudadano en actor: algunos reticentes por lo que consideran una intromisión en su intimidad y otros satisfechos por lo que entienden como una garantía para su seguridad.

Su película comienza cuando aparca cerca de El Espolón. Le da la bienvenida la cámara de tráfico que hace sombra a Don Pelayo. Apenas cruza el Arco de la Cárcel le recoge la que hay pegada a la casona de Puerta Castillo para un primer plano. Un foco que se abre hasta que, apenas cincuenta pasos más allá, cuando se encamina hacia la plaza de Santo Martino tome el testigo la cámara que hay frente a la antigua iglesia de los Franciscanos descalzos.

Ni siquiera se queda en la sombra en la calle Sacramento, donde un cartel advierte de la grabación durante 24 horas vinculada a la alarma de un edificio. Como no entra, la cámara muestra su imagen nada más embocar la plaza de San Isidoro. Allí, le pillan con los chistes sobre la necesidad de tener abierta la entrada del Perdón de la basílica para tanto pecado suelto. En secuencias cortas, todavía con la sonrisa en la boca, se le ve cruzar por delante de las tres puertas de la Audiencia Provincial, donde cuatro focos permiten planos diferentes, y hasta optar por un ángulo diferente con las dos cámaras que le captan al cruzar a la acera opuesta para acercarse a saludar al amigo que sale del hostal Boccalino. Poco más allá, en las antiguas escuelas del Cid, donde ahora está Cruz Roja, una nueva alarma avisa de la presencia de una cámara.

Todavía es pronto para entrar al Flandes, así que baja hasta el cruce de Ruiz de Salazar y Pilotos Regueral. La encrucijada que tiene dispuestas hasta 5 cámaras, tres en las esquinas de Botines y dos más en Pallarés, para no perderse en gesto dramático que pone su cara cuando piensa que ha perdido la cartera. Un susto, como se observa cuando la cámara del cajero de uno de los tres bancos que hay en la plaza registra los 50 euros que saca con la tarjeta de crédito. Si tuviera micrófono, la cámara que hay donde para el trenecito turístico captaría cómo bromea con su mujer sobre si será suficiente para tomar unas cañas, mientras el foco que sale de la casa que hace esquina con La Rúa no se pierde detalle, con el zoom incorporado que activa la Policía Local desde la sala de vigilancia del cuartel, del momento en el que mira para la estatua de Gaudí y recuerda a aquel enterado que creía que se llamaba Botines.

La lista de la compra que saca del bolso entrará en el plano que le hace la cámara que enfoca la calle Regidores desde la esquina del Conde. En el mercado entra y sale por la puerta frente al palacio con pescado fresco y unos callos, mientras el mismo objetivo gira para no perderle hasta que, en la rinconada de Conde Rebolledo, le capta otra cámara de la plaza y se pierde por el antiguo postigo del Oso para enfilar Azabachería abajo.

En La Rúa le encuentra el foco del cajero de Caja España y la cámara vinculada al bolardo de acceso al casco histórico. Sin coches, lo que ve es cómo entra a una tienda, dentro de la cual las cámaras del establecimiento recogen cómo su mujer busca un jersey y no encuentra talla.

Sea por la compra fallida o por que le conoce, su mujer se niega a que paren a pedir un café en el Begoña, en frente del cual le pilla la cámara que graba la plaza de las Concepcionistas. Tiene que comprar unas semillas y se llega hasta Las Cercas, donde le espera un nuevo foco, no sin que antes le tomara la matrícula la cámara de la tienda a la que se asomó y la que hay cerca del surtidor de gasolina.

Por no volver atrás, pasea hasta volver a entrar al Barrio del Mercado por Puerta Moneda, donde la cámara le tiene vigilado y le ve subir hasta tomar la esquina en Escurial, con un cartel de alarma con cámara pegado a la pared de la tienda. Está frío, pero el dispositivo de grabación de la plaza del Grano que hay frente a las Carbajalas atiende cómo le presta el solín de mediodía, hasta que otra les enfoca por detrás mientras suben por el Barranco hasta Don Gutierre. La plaza que vigila la cámara colocada en la escuela de adultos.

Hay una zona de sombra en la plaza de San Martín, pero en la esquina de Platerías pasa por delante de la cámara dirección a la plaza Mayor para comprar algo de fruta y verdura. A su mujer la ve guardar la vez el foco que hay en la Casa de la gota de leche, mientras a usted no lo pierde la cámara del lado opuesto hasta que, justo debajo de ella, entra en el Benito a tomar un vermú de la casa.

La compra está hecha y vienen a buscarle. Aunque tarde un poco en salir, la misma cámara que le abandonó dentro del bar le sigue hasta que se pierde por la salida que da a Caño Badillo para coger agua.

Reaparece en Puerta Obispo, con las manos llenas de bolsas, y la cámara que vigila el pequeño anfiteatro de casas le saluda de nuevo sin que se dé cuenta. La compra pesa y renquea por la cuesta del Seminario Menor. Queda testigo de ellos en la cámara adosada a la fachada de lo que hoy es la sede del Obispado. Y por si fuera poco, de lejos le pilla el foco de la situada en la esquina de Sierra Pambley, antes de quedar enmarcado en el plano corto de la cámara que hay en la casa del esquinazo de la calle La Paloma, frente al cual se ve el balcón de la casa en la que vivió Juan del Enzina. El foco se abre hasta que desaparece junto a su mujer, al doblar por Cervantes.

No hay ninguna cámara de videovigilancia de la Policía Local en la calle. Pero cuando, cansado de las bolsas y el paseo, consigue convencer a su mujer para tomar un vino, al entrar en el Madrid le atienden las cámaras que aparecen nada más cruzar la puerta, donde un cartel de advertencia de zona videovigilada cumple con las normativa estatal para este tipo de instalaciones.

Con la caña bien y las patatas fritas en el estómago, cruza por Torres de Omaña, donde varios bares avisan de las cámaras ligadas a su alarma. En las terrazas está libre de los focos, aunque una vez que emboca su camino por Serranos un coche que va a entrar al garaje le deja pasar antes y queda retratado por la cámara de control de la entrada.

Son más de las dos cuando, al cruzar pasar por delante de la iglesia de Santa Marina, la cámara que observa al mendigo que duerme la siesta en el banco bajo el cartel de las esquelas se gira para grabarle. Fija en ustedes sigue hasta que, de nuevo, el dispositivo que hay en la casona de Puerta Castillo se los encuentra de frente. De repente, hora y media después, repara en que allí hay una esfera negra. Le pica con el codo a su mujer, miran fijos a la cámara y sonríen. No es cinematográfico dirigirse de forma tan directa, pero es su Show de Truman particular.

La imagen funde a negro mientras se montan en el coche. Claqueta. Clac.