Diario de León

El misionero leonés que vanagloria el Papa Francisco

El pontífice cita al jesuita de los esquimales, el mansillés padre Llorente, como ejemplo de «mentalidad misionera»

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«Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar...». Era su amanecer de cada día desde que, con sólo 23 años, salió de su Mansilla Mayor natal para adentrarse en las profundidades de Alaska, entonces uno de los territorios más inhóspitos del planeta. Fue el padre Llorente (León-Washington, 1906-1989), un vocacional jesuita al que hoy se considera cofundador de Alaska y que ha pasado a la historia como el misionero de los esquimales, honroso sobrenombre que ha propiciado su enterramiento en un cementerio de Idaho donde sólo está permitida la inhumación de nativos indígenas americanos.

Su ejemplo es seguido hoy por muchos, incluido el papa. El pontífice concedía recientemente una entrevista a la revista católica La Civiltà Cattolica, en la que aborda numerosos asuntos de su vida y expresa reflexiones sobre la actualidad. En un momento del encuentro con el periodista Antonio Spadaro, el papa fue interpelado sobre el tema de las vocaciones que van creciendo en lugares como África y Asia. Francisco dijo que es consciente de que ha cambiado la geografía de la vida consagrada y que «todas las culturas tienen la capacidad de ser llamadas por el Señor». «No estoy hablando de adaptación folclórica a las costumbres —matizó—, es una cuestión de mentalidad, de modo de pensar». Y dijo que él mismo como provincial de los jesuitas en Argentina vivió con esta diferencia. «No puedo formar a un religioso sin tener en cuenta su vida, su experiencia, su mentalidad, su contexto cultural. Este es el camino». «Esto hicieron —dijo— los grandes misioneros religiosos».

Y citó «las extraordinarias aventuras del jesuita español Segundo Llorente», a quien se refirió como «tenaz y contemplativo misionero en Alaska que no sólo aprendió el idioma —el padre Llorente salió de España sin saber ni una palabra de inglés—, sino que tomó el pensamiento concreto de su gente».

Ahora vanagloriado por el papa, Segundo Llorente, hijo de labradores, ingresó en el Seminario de León en 1919. Cuatro años más tarde se integró en la Orden de San Ignacio y ya en 1926 concluyó sus estudios de Humanidades en Salamanca. Entre el 27 y 1930 estudió Filosofía en Granada. Al terminar se fue a Estados Unidos y se unió a la provincia jesuítica de Oregón. Finalmente fue ordenado sacerdote en 1934. Un año después se fue a Alaska. Escribió doce libros sobre su experiencia y publicó cientos de crónicas sobre los habitantes del estrecho de Bering y del Círculo Polar. «Me pasé cuarenta años enseñando a los esquimales a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento».

Se identificó hasta tal punto con ellos que, cuando el Estado de Alaska creció y se hizo libre, los esquimales le eligieron para que les representara en el acto fundacional del que hoy es el 49 Estado americano.

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