25 años en las chabolas
Un centenar de gitanos sobreviven en los dos asentamientos chabolistas creados hace 25 años como viviendas de tránsito
La ciudad creció y les dejó al margen. Allí siguen, 25 años después de que la expansión de La Chantría y 21 años más tarde de la construcción de la ronda Este les apartara en unas «viviendas de tránsito». Los dos asentamientos chabolistas que perviven en la capital leonesa: Las Graveras, encajonadas entre la trasera del Hispánico y el Bernesga, y los Altos del Duero, en la atalaya que hay frente al complejo hospitalario. «Nos dijeron que eran para 5 ó 6 años, que luego iríamos a una vivienda de protección oficial, pero aquí seguimos», resume el Tío Nene, mientras se calienta junto a la estufa de carbón, al lado de la ventana, por donde se cuela el humo para enredarse en los tendales improvisados con vallas, en los despojos de carros de la compra, en los palés amontonados para leña, en las puertas desportilladas, en la furgoneta donde dos jóvenes rebuscan en un balde de patatas picadas, en los charcos que se embalsan por la calle, en la cola del gato negro que se cruza como un guardián ante los desconocidos. «Aquí estaremos hasta que molestemos, hasta que quieran hacer una carretera o alguna otra cosa», sentencia Adolfo García.
Nadie cree ya en las promesas del Ayuntamiento, donde no hay conocimiento de que exista un plan, ni de la Junta, que hace dos años publicitó una intervención para acabar con el chabolismo que nunca pasó del papel. Sólo hubo cuatro que escaparon: «el Chulo, el Buli, la Feli y el Sansón, que fue el último, hace cinco años, y que se llevó la barraca para un terreno que tenía en Villacedré», recitan los vecinos de las Graveras. «Era un plan trienal de 145 millones de pesetas. Primero decían que te daban 7,5 millones para comprar una casa, luego que 3,5 millones, luego que de ahí también salían sus nóminas y ahora nada», cita Mariano Barrul, apoyado por Aquilino León, quien aterrizó en el poblado después de que le echaran para tirar su casa del «número 44 de la calle Las Fuentes».
Una de las trece casas prefabricadas, de las que sobreviven nueve, que trajo Morano del antiguo Riaño para los realojos temporales como continuación de la idea de Diego Polo de acabar con las chabolas de lata, madera y cartón en las que vivía el Tío Nene. «Yo llevo aquí 45 años, 25 en estas casetas, y no sé si saldré», sentencia. «A mí todos los años me dice una concejala que no la pinte, que no va a hacer falta, pero por si acaso lo hago», apostilla Aquilino León, mientras en el sofá dos de las mujeres tienen puesto de fondo «Entre todos» en una tele de 42 pulgadas.
Guetos creados
La escena se repite en los Altos del Duero, donde la lluvia ahonda en los pozos que hay en el camino que trepa hasta las siete chabolas en las que «si no fuera por el foco de la carretera no habría ni luz», como señala Manuel Bermúdez. «Normal que dé hasta miedo. Es el mismo ayuntamiento el que convierte esto en un gueto, aunque somos familias normales que se ganan la vida honradamente con la chatarra y los mercadillos», explica. «No hay ningún sitio para el trapicheo», ataja Ricardo Torres, de la asociación Garapatís, quien pelea desde hace años para que se cumpla el plan de realojo «en las viviendas sociales que hay cerradas, como el 90% de las que hay en Michaisa, o con alquileres asequibles». «Estas casetas tienen una vida, como todo, y gran parte de los problemas que tenemos los gitanos, que contamos con 10 años menos de esperanza de vida que los payos, se deben a las condiciones de las viviendas», reseña, tras citar que en Armunia hay pisos de 70 metros en los que viven 15 personas.
«A mí me gustaría ir a vivir a Eras porque hay más niños para jugar», apunta Javi, el sobrino, mientras anochece al margen de la ciudad.