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«Van a hacer negocio a cuenta de él»

Los padres del profesor leonés encarcelado por abusos sexuales están convencidos de su inocencia y achacan la acusación a una trama urbanística para quedarse con unos terrenos suyos junto al colegio.

Imagen de la parroquia en la que se inició Andrés Díez.

León

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El progenitor recibe los primeros rayos de sol de la primavera incipiente sumido en el otoño anímico en el que el invierno ha venido a dejarlo en Puente Castro. Sentado en la esquina de su casa, un inmueble de planta única ubicado al lado de una plazoleta, medita no se sabe muy bien qué. Y ni siquiera está atento a la conversación de media docena de vecinos que, bajo los árboles y sentados en un banco, charlan. El tema es de sobra conocido.

«Yo sé que él no ha hecho nada, pero aquí hay mucho dinero de por medio y cuando se descubra el negocio se va a dar cuenta todo el mundo de que le acusan para quitarle lo que tiene», dice el padre. Se refiere a una parcela de 1.000 metros cuadrados en las inmediaciones del Colegio Agustinos Valdeluz de Madrid «justo al lado de la academia de música» por el que se pagarían cifras millonarias.

«Hay un grande en Madrid que estuvo preparando este bollo siete meses y eso lo saben los policías. Por eso les han despedido. Es una mentira de perras. Esto es todo por millones».

Andrés Díez permanece en la prisión de Soto del Real desde el pasado martes. Siete alumnas suyas lo acusan de abusos sexuales. Fueron dieciséis las denuncias que se presentaron inicialmente, pero sólo la mitad llegaron hasta el juez.

Paralelamente, el director del centro, el también leonés Eustaquio Iglesias, natural de Quintana del Monte y el jefe de estudios, fueron imputados por encubrimiento. La Policía sostiene que sabían lo que había y no hicieron nada ni lo denunciaron.

«El tema está en esto..» explica, mientras frota los dedos índice y pulgar de la mano derecha, menos castigada que el cutis de la cara, abrasado a surcos estos días, a fuerza de años y de un disgusto que le arranca las lágrimas de la cara a media conversación. «No hemos hablado con él, no sabemos nada. Nos enteramos y ya no hubo tiempo de más».

«Me duele el corazón»

«A mí me duele aquí» dice apuntándose al costado izquierdo del pecho «pero lo llevo todo guardado dentro y el día que se descubra todo, se sabrá la verdad. Se sabrá por qué hay policías que están apartados de la investigación, por qué hay niñas que saben perfectamente todo el tema y van a declarar a su favor y por qué han denunciado esto las otras niñas, que saben perfectamente lo que están haciendo y quién las manda», explica Santiago.

De Bergara

El padre de Andrés Díez es el cabeza de familia de un núcleo que componen el matrimonio y dos hermanos. Andrés nació en Bergara (Guipúzcoa) «pero al poco tiempo nos vinimos a León». Tiene otro hermano, abogado de profesión y propietario de una tienda de música. «Paso las tardes allí con él estos días». Andrés tocaba el piano «ya desde pequeño». Cuando se le pregunta a su padre de dónde viene esa afición no contesta. Le ensimisman sus pensamientos y le molesta el ruido de una obra cercana. Y da la sensación de que a media distancia, el oído que heredaron para la música los dos hijos le da más de un problema al padre.

«A Andrés aquí no le conoce nadie», protesta su padre. «Yo me acuerdo de verle de pequeño bajando a misa en aquella iglesia de allí abajo», había explicado minutos antes una vecina del barrio, segura de sus recuerdos. «Y yo digo que es imposible que se acuerden de él. Ya tenía tres años cuando vinimos y a los siete años marchó. Casi no pueden acordarse de él. Yo no me acuerdo de la edad que tenía cuando marchó».

«De monjas y de curas sé yo bastante. Echaba horas ahí» (apuntando a las Josefinas) y sé muy bien lo que hay. Pero mejor no hablar», explica el progenitor. «Lo metimos a estudiar en los Agustinos de León. Venía los domingos a vernos y el resto de la semana estaba allí estudiando». De esta etapa le vino la afición por la religión, que le llevó a plantearse la posibilidad de encauzar su vida en los altares. Luego se trasladó a Calahorra (La Rioja) donde continuó estudiando también de la mano de la misma congregación, hasta que decidió instalarse en Madrid. «Y allí lleva toda la vida».

Fue donde se casó con su esposa. Había tomado la decisión de colgar los hábitos. «Le faltaba año y medio para cantar misa y de repente dijo que lo dejaba y lo dejó». Contrajo matrimonio con Pilar, que le saca 15 años de edad y ya tenía un hijo de otro matrimonio anterior.

Unos instantes de conversación dan confianza suficiente como para pedirle que se deje fotografiar, pero rehusa y echa mano de una pizca de buen humor: «Yo ya soy muy viejo y además soy muy feo. Tenéis más gente guapa que sacar por ahí. Pero a mí no». Por un momento sonríe y deja de fruncir el ceño.

Punto final

Habría seguramente docenas de vivencias más que explicar. Pero la madre de Andrés, irrumpe en la escena de la conversación y no tiene tanta complacencia con los periodistas: «¡Aquí no pintáis nada, no os quiero ver más! ¡Fuera de aquí!». La madre del imputado hace ademán de entrar a la cocina a coger el primer objeto contundente que se le venga a la mano, pero la mediación de un vecino calma sus nervios y pone fin al episodio.

Una madre siempre es una madre.

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