UN BARRIO MARGINADO
Armunia, la cola de León
El vecindario pide «un impulso» para salir de la marginalidad: tiene igual población que hace 45 años, cuando se unió a León
Armunia era cabeza de ratón. Cabecera de un municipio de 26 kilómetros cuadrados, con 5.448 habitantes de derecho, poco menos de hecho, cuando, el 9 de febrero de 1969 aprobó su «incorporación voluntaria» a León en una sesión histórica. Acababa de estrenar casa consistorial en la vega, decorada con murales de Esteban Tranche, y se convirtió en cola del león.
Casi medio siglo después el antiguo núcleo, el pueblo, como se sigue llamando, vive congelado en el tiempo. La pedanía de Armunia casi los mismos habitantes, 5.244, pero sólo de número. El estanco, abierto en 1885, es de los pocos establecimientos que perviven. En el límite entre el pueblo y el barrio es testigo del declive. El supermercado más cercano está en el Crucero.
«No se ha fijado población, hay muchas áreas vacías, pagamos más IBI, es una de las zonas de la ciudad más golpeadas por la crisis y hay una saturación de viviendas sociales», resume el actual presidente de la Junta Vecinal, Luis Ángel Alonso, que impulsa con las otras dos pedanías del antiguo ayuntamiento una rebaja del IBI y pide al Ayuntamiento de León un plan a medio plazo para abordar soluciones. «Vivo a 500 metros de Villacedré y pago el doble de IBI», asegura un vecino.
La fisonomía de la población ha cambiado radicalmente. A un lado envejecida y salvaguarda de la memoria y a otro, más joven, golpeada por el paro, de procedencia diversa y multiétnica, con el poblado gitano más importante de León en el medio, en lo que fueron sus vegas. Antiguamente era un municipio ganadero y agrícola, ahora es la periferia «marginal» de León.
«Esta presa marca la barrera social que divide Armunia», señala Fernando Ferreras, coordinador de la Casa de Cultura de Armunia que se alza en el sola de los antiguos lavaderos y se concibe como un espacio de «integración social y cultural». Es un caso único en los servicios municipales: abre todos los días del año y ofrece espacio para hacer actividades a cambio de actuaciones para llenar su oferta cultural.
El vecindario vive con frustración la imcorporación a León. «Era un pueblo de mucha vida y ahora está arruinado por completo. Mucho arreglo pero no han hecho más que coger los terrenos», sentencia Gonzalo García Abad, vecino de 80 años que se asentó en el pueblo en 1967. Es minero jubilado. «Vine de Espina de Tremor, el último pueblo del Bierzo, porque me gustaba el clima y aquí me he curado», comenta. «Teníamos las mejores fiestas, ahora no valen para nada», apostilla María del Carmen Carbajo Soto. Nació en 1938 y recuerda los bailes en la vega y aquellos puestos de melones que se preparaban por San Roque. «El barrio está viejo y caduco, pero pagamos más impuestos», sentencia.
León pretendía a Armunia desde 1955, pero el pueblo retrasó la anexión. El desarrollismo franquista aliñó la operación con informes ministeriales y promesas fantásticas como la construcción de chalés para el veraneo de asturianos. «El Ayuntamiento de Armunia está imposibilitado para el sostenimiento de los servicios mínimos urbanísticos de las viviendas de su término», decían las mociones. Pero, quizá la razón más importante, era la «conveniencia de instalar, por falta de espacio en el término municipal propio, ciertas obras y servicios en terrenos de Armunia» como el mercado de ganados.
El 21 de mayo de 1970 se materializó en un pleno. Y pasó a ser la cola de León. La capital casi ha duplicado su población: tenía entonces 72.135 habitantes. Municipios limítrofes, como San Andrés del Rabanedo, cuya incorporación a León se quiso impulsar sin éxito en 1968, se han convertido en el destino de la población joven de Armunia. «Aquí se necesita que edifiquen y venga gente joven», apunta Cuqui.
«No queremos estar aislados, pedimos que se nos trate como a León», añade Rosi que regresó al pueblo natal tras ser emigrante en otras provincias y barrios. «Para edificar nos consideran como tradicional, planta y piso, para los impuestos somos iguales», explica.
La inspección técnica de edificios se ha convertido en un «auténtico castigo», apunta el presidente de la Asociación de Vecinos Juan Nuevo, Jorge Díez. «La falta de renovación urbanística hace que no se puedan cumplir las exigencias y están quedando muchos solares vacíos». Díez, lamenta que se perdiera la oportunidad del Parque Tecnológico para dotar a Armunia de un espacio de referencia que atrajera a gente a la zona.
Armunia es un lugar de contradicciones. Tiene un cuartel de la Guardia Civil sin jurisdicción en su territorio, vota al PSOE y mantiene los nombres de las calles franquistas —Millán Astray, Calvo Sotelo, General Sanjurjo... — ve desaparecer su industria de referencia, Antibióticos, y no sabe muy bien para qué sirve el Parque Tecnológico, aíslado por una valla. Tiene una oferta de centros educativos que supera la de cualquier barrio de la ciudad y muchos de los niños y niñas son escolarizados en colegios del centro. La necesidad de terreno que tenía León para construir el instituto mixto fue otra razón para la incorporación al municipio capitalino. La Junta Vecinal cedió 40.000 metros cuadrados en Los Juncares, de los 10.000 eran para el instituto Antonio García Bellido y otra parte para los colegios públicos Lope de Vega y Gumersindo Azcárate. Años más tarde se abrió el colegio Padre Manjón.
En 1969 llega a Armunia la primera hornada de salesianos a fundar el colegio Don Bosco. Miles de jóvenes se han formado en sus aulas, llevan la parroquia y un centro juvenil que mira al barrio y organiza eventos culturales para descentralizar el ocio del barrio húmedo. El festival Territorio Bosco cumple 10 años dando la alternativa a bandas y músicos noveles.
Luis Martín recuerda que su labor es fomentar una «ciudadanía honrada y buenos cristianos» fundamentalmente a través del trabajo con jóvenes. Los esfuerzos para descolgar la etiqueta de marginal de Armunia se deshacen como la espuma a la primera de cambio. El incidente de la agresión a un árbitro en un partido de fútbol ha tenido más repercusión que la ingente actividad de estas décadas.
El patriarca de los gitanos, Adolfo Vargas, reside en la zona de Michaisa, separada del resto por la barrera de Circunvalación y los vacíos urbanísticos. «Somos unas 70 familias gitanas en Armunia y otras 30 para este lado (Michaisa) y estamos muy bien integrados», asegura. «Los gitanos no se integran, hacen su vida», manifiesta uno que prefiere no identificarse. Hay quien cree que los gitanos «viven de las ayudas» y ellos aseguran que «pedimos aquello a lo que tenemos derecho, como otros ciudadanos», insisten el patriarca y Tony, el mediador intercultural, y el patriarca.
Dos talleres de empleo de jardinería y pintura promovidos por el Secretariado Gitano y el Ecyl han embellecido el grupo de viviendas sociales de esta zona de Armunia. Los dos hombres muestran los jardines y las áreas de recreo arregladas por el Ayuntamiento de León con orgullo y agradecimiento al equipo de Emilio Gutiérrez.
El alcalde pedáneo, socialista, señala el mal estado de la calle Jorge Manrique, en este lado, y el abandono del único parque del pueblo. «Llevo a mi nieta a un parque de Trobajo del Camino porque ese está deteriorado y lo invaden los jóvenes gitanos», asegura Mercedes.
Armunia «es una mezcla de zona rural, industrial y urbana y no se ha contemplado ni atendido su singularidad», sentencia Jorge Díez. El declive industrial tiene su cara más amarga en Tapicería Soto, cuya nave fue vandalizada. Ahora la junta vecinal tiene que limpiar el solar y cuesta más de 60.000 euros. Al mismo tiempo, se plantea reclamar la devolución del solar de Ballestas Leonesas, sin actividad desde hace tiempo.
Armunia no ha crecido y tiene un buen ejemplo de la burbuja urbanística en Los Juncares. Edificios muy coloristas de siete pisos muchos de los cuales no se vendieron y pertenecen ahora al ‘banco malo’. «Dicen que son de promoción pública y piden 120.000 euros», apuntan los dos hombres de ley del pueblo gitano.
«Nos machacaron con unirnos a León y entregar las vegas para viviendas sociales», insiste Carmina. «En Amunia muchas casas no tenían ni váteres, pero mi hermano con cinco hijos pidió una de esas casas y no se la dieron», replica Rosi. El autobús, que circula cada 20 minutos, es el servicio más valorado.