refugiados
León acoge a medio centenar de personas al año en busca de asilo
Sirios, somalíes y malíes, las nacionalidades más presentes.
Llegan huyendo de conflictos, de persecuciones y para evitar que le practiquen la ablación a sus hijas. De forma ilegal o con un visado, para ellos lo importante es estar en España y conseguir el documento que les acredite como refugiados para así no tener que volver a sus países de origen, donde a pesar de todo han dejado a sus familias, a sus amigos y su pasado, el bueno y el malo. La oenegé Accem, que trabaja con refugiados e inmigrantes en León, recibe cada año a medio centenar de personas en busca de asilo procedentes de lugares en conflicto o porque en su países son perseguidos por motivos políticos o religiosos.
Una vez en Madrid o en Barcelona, son derivadas a las diferentes delegaciones que tiene la oenegé. León cuenta con tres pisos de acogida con 18 plazas, contexto que valoran a la hora de enviar familias que después se integran con el resto de los refugiados en las actividades que desarrollar a diario la asociación. «Algunos consiguen llegar a España de forma legal, con un visado, y otros lo hacen de forma ilegal, pagando a mafias que les facilitan venir a Europa, algunos ni siquiera saben a qué país, y en función del dinero que paguen tienen un viaje u otro, aunque la mayoría tiene pocos recursos y llegan en patera o saltando la valla», cuenta la abogada de Accem, Natalia Cañiz.
La responsable de Accem en León, Encarna García, explica que mientras se realizan las gestiones para conseguir la protección, los refugiados pasan seis meses en los pisos de acogida, a los que se pueden sumar otros seis si son familias vulnerables. Mientras se resuelve su situación, ellos siguen siendo atendidos por la oenegé que les proporciona, en primer lugar, cursos de español para que puedan comenzar a integrarse. «España no acoge a muchos refugiados, tan sólo el 1% de los asilos que se realizan en Europa», destaca García, quien cuenta casos límite con una mujer afgana que es perseguida en su país por defender los derechos humanos o las mujeres que llegan con sus hijas para evitar que les mutilen los genitales, porque son homosexuales o, simplemente, para escapar de las atrocidades y el miedo que genera un conflicto bélico. «En mi país muchas ablaciones y vine aquí para que no le pasara eso a mis tres hijas. Ahora España es mí país», cuenta la somalí Saeda, de 54 años. Su marido, Sadiikh, se quedó sordo de un oído por una explosión y perdieron a un niño de 9 años, todo durante la guerra.
Con titulación
Siria, Afganistán, Somalia y Mali son los principales países de origen de los refugiados que llegan a León, a los que se suman los procedentes de los países del Este como Ucrania o Rusia. Los sirios suelen tener formación y son jóvenes universitarios, que buscan poder continuar en España sus estudios. Los europeos del Este también cuentan con títulos y con experiencia laboral y en el otro extremo, los subsaharianos.
Kristja y Oleg son un joven matrimonio ucraniano. Él fue presidente de la comisión electoral en su pueblo y han huido de su país por cuestiones políticas. «En la plaza central de Kiev asesinaron a 116 personas en un mes», recuerda este joven ingeniero que lleva cuatro meses en España y que aún vive de los ahorros. Su mujer, enfermera, trabaja limpiando.
Sory es de Costa de Marfil. Se acaba de sacar el carné de conducir y está estudiando cuarto de la ESO, «es más fácil sacar el título que te lo convaliden». Tiene 33 años y hace once que no ve a su familia. Llegó a España en una lancha motora desde Marruecos, de forma ilegal. Le han denegado el asilo, pero espera conseguir el arraigo laboral porque ya hace años que cuida a un anciano. «Ahora, con el carné, ya le puedo llevar a su pueblo», apunta orgulloso.
Este año ha repuntado el número de solicitudes de asilo que se han registrado en el propio León, entre otras cosas, por la lentitud de los trámites en otras ciudades más grandes. «Normalmente solemos realizar una o dos gestiones al año, pero este ya llevamos cinco», explica la abogada de la asociación, tras enumerar los casos de una familia iraní de tres miembros, dos ucranianios y un hombre procedente de la República de Carelia. Entre las nacionalidades que más solicitan información para conseguir el asilo, los ucranianos y los venezolanos.
Tarjeta roja
Mujeed y Shamen son afganos están en pleno proceso para conseguir el asilo. «Miedo», ésto es lo que sentían en su país y ahora no pueden hablar con su familia porque tienen que caminar dos horas para conseguir un teléfono. Omar y Karim son de Mali y llegaron a España después de saltar la valla. Ambos están a la espera de que se resuelva su caso; mientras continúan con la llamada «tarjeta roja», que indica que están en el proceso.
Una vez se cumplen los seis meses y la prórroga, pueden empezar a buscar empleo. «Antes había ofertas de servicio doméstico, pero también ha bajado, como las ayudas que llegan de Europa, que se han recortado y muchos, en el momento que se acaban las ayudas de los primeros meses, llegan a situaciones muy críticas y complicadas», explica Natalia Cañiz. En el caso de que se les niegue el derecho de asilo, algunos intentan aguantar en España como sea, trabajando si pueden, durante tres años para conseguir así un permiso a través del arraigo social, si no lo consiguen se van a otro país.
Este año, España ha aumentado, sobre todo con los sirios que reclaman asilo, el número de permisos que concede ya que el Estado les entrega lo que se denomina «protección subsidiaria», que reconoce su protección. Frente a esta situación, la negación casi constante a los nigerianos. Accem lleva 20 trabajando en León y la cifra de asilados que acuden a sus servicios suele ser, como estos últimos años, de medio centenar. Sin embargo, Encarna García considera casi imposibles contabilizar cuántos asilados viven hoy en día en la provincia «porque son familias que se mueven mucho hasta que consiguen un trabajo y se estabilizan». Aunque la mayoría al principio no les gusta León, «porque piensan que tendrán menos oportunidades que en una ciudad más grande», después acaban sintiéndose cómodos. Cuando ya llevan dos meses aquí empiezan a ser conscientes de la situación, «de que puede que no vuelvan a ver a sus familias, de que no regresen a su país, del cambio...», explica la responsable de Accem. Sin embargo, en esa huida hacia adelante tienen su futuro y, atrás, un pasado marcado por el miedo y la angustia.