Diario de León
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León

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Dice el clásico que solo existen tres temas eternos: el amor, la muerte y las moscas veraniegas. El estío es un tema primordial dentro del noble arte de la evocación, así que repasemos aquellos veranos del pasado vividos bajo un manto de cordialidad y buenas maneras en esta hidalga ciudad. Vamos a remontarnos al día de la Asunción correspondiente a 1771, cuando tuvo lugar un célebre baile de gala que aún pervive en el imaginario colectivo. Aquel mundo de sanas costumbres y honorables cualidades gustaba de organizar veladas líricas y musicales en las que el León selecto lucía sus mejores atavíos y sonrisas. Señoras y damiselas de buen ver se entrelazaban con los más apuestos galanes para bailar los parsimoniosos ‘lanceros’ o las estilizadas ‘pavanas’, en un ambiente de lujo y boato en el que prevalecían los enredos de la vanidad.

El teatro Principal se adornó con todo detalle el 16 de agosto de 1771, fecha que se correspondía con la fiesta de la Catedral, para acoger a invitados con tanta prosapia como los condes de Altamira, los marqueses de Astorga, los marqueses de la Florida o los duques de Uceda, que eran a la sazón condes de Luna. Junto a ellos estaban los marqueses de San Isidro, el marqués de Castrofanillos, brigadier de los Reales Ejércitos y regidor de León; el alférez mayor de la ciudad, Alonso de Quijada; y familias de tanto renombre como los Castañones o los Prado. Durante el baile se rifó un exquisito aderezo, tasado en 800 reales, pasando el beneficio resultante a manos de los menesterosos. Más concretamente de los que se calificaba entonces como familias vergonzantes de gran necesidad .

Viajemos con la imaginación hasta mediados del siglo XIX, cuando las viejas verdades del corazón impusieron unas pautas románticas en el ser y el existir de los leoneses. La procesión de recuerdos nos lleva hasta las verbenas que tenían lugar a mediados de agosto en la parroquia de San Salvador de Palat del Rey, frecuentadas por bellezas de finas guedejas, piñón de grana por boca y cuello blanco cual nieve. A su paso eran objeto de todo tipo de comentarios sabrosos, e incluso de algún verso que improvisaba su enamorado de turno:

Eres mucho más bella

que el alba, niña,

cuando dora los flecos

de mis cortinas

EL GIGANTE PORTUGUÉS

El León de andar por casa se divertía en semejantes saraos, aunque también era devoto de novedades tan impactantes como la llegada a la capital de un gigantón portugués que venía de realizar una exitosa gira por varias provincias vecinas. A decir de la publicidad, es una de esas colosales figuras de que nos habla la antigüedad; solo tiene 19 años y se presenta al público con vistosos trajes . Ni qué decir tiene la avalancha de gentes que pasaron por el número 4 de la calle de San Francisco, donde se exhibía tamaño prodigio, previo pago de los dos reales que costaba la entrada.

La luz salvadora del trabajo honrado y los sobrios placeres de la vida familiar ocupaban el tiempo de los leoneses durante la práctica totalidad de la semana. Pero una vez llegado el domingo y demás días festivos, resultaba obligado acudir a los terrenos del Parque en busca de honestas expansiones. Allí, bajo la sombra apacible de los frondosísimos árboles, se transmitían chismes sobre las últimas noticias acerca de la cuestión política y también con respecto a los escándalos que afectaban a unos y otros. Rapazas frescotas brincaban y bailaban al son de panderos y pitos, mientras sus largas trenzas, recogidas en lazos descomunales, ponían en ascuas los corazones masculinos.

Una vez llegadas las primeras sombras nocturnas, y con mucha pupila y disimulo, tan pizperetas criaturas aceptaban los requiebros de inflamados caballeretes.

Y no era extraño encontrarse, al revolver una calle, una dama que tapaba su rostro con el manto, bien acompañada por su destartalado amante. Piraterías de amor que provocaban, inevitablemente, una tormenta de habladurías y chismes.

javier tomé

pepe muñiz

leonalsol@diariodeleon.es

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