Diario de León
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El tesoro de historias referidas a los años 50 y 60 del pasado siglo, refleja el inmenso salto de calidad de vida que experimentó aquel León chapado a la antigua. Casi sin transición se pasó de la albarca a las chirucas; de la radio galena al transistor a pilas; y del severo Ford T al Seat 600 y la Vespa. La clásica familia del franquismo tradicional y autoritaria, con un severo control de las actividades sociales y sexuales de los hijos, reforzado por la asistencia a colegios religiosos, se volvería poco a poco un tanto permisiva y hasta se resignaría a que los chicos se educasen en institutos de enseñanza más ligera. España y León empezaban a americanizarse, aunque conservando cierta parsimonia y cazurrería.

En el año 1953 se introdujo el ‘Bisonte’, un tabaco rubio que costaba 1,50 pesetas y competía con los míticos Camel o Philips Morris. «Estudié y ligué con el Bisonte; mi habitación y mi cocina han olido siempre a Bisonte; mis besos sabían a Bisonte; cuando desapareció el Bisonte, mi personalidad y mi imagen fueron gravemente lesionadas». Así escribía una chica en la prensa, añorando su marca de tabaco favorita. Igualmente, los fumadores de tabaco negro seguían aferrados, también hasta su desaparición, a los deliciosos, fuertes y olorosos cigarrillos ‘Ideales’, un producto de la Tabacalera Española.

Las noches veraniegas de los sábados era el momento ideal para las tertulias, el alcohol, la asistencia a lugares poco recomendables o para bailar en las verbenas que se programaban en los distintos barrios. En fin, para gastar la asignación mensual y llenar los calurosos domingos con un descanso bien ganado. Ese día se cerraba al tráfico la calle de Ordoño II, transformada en dulce paseo para colegiales y alumnos y alumnas de los Agustinos, Maristas, Teresianas, Carmelitas y el colegio Leonés. El protocolo resultaba de lo más sencillo: vuelta para arriba y vuelta para abajo; una mirada y otra mirada. Más íntimos y en ocasiones procaces resultaban los paseos en la Condesa, pues la oscuridad y la arboleda se convertían en un escenario idóneo para las efusiones amorosas.

GILDA Y EL OBISPO

Fue entonces cuando llegó la película Gilda, protagonizada por la espectacular Rita Hayworth, y se armó el belén. El escandalizado obispo ordenó a los colegios religiosos que sus alumnos y alumnas se manifestasen ante el Gobierno Civil, pidiendo que se prohibiera su proyección y se retirase de la cartelera del cine Mary, en Ordoño, por obscena. Allí fueron los chicos de la época, como el propio Pepín Muñiz, que se plantaron el cine con el cuello del gabán subido, calada la gorra y un bigote simulado, consiguiendo ocultar al portero su minoría de edad y entrar en la sala. ¿Qué vieron? Pues una bofetada que recibió tan espléndida mujer, que se iba desnudando un brazo para despojarse de forma sensual y sugestiva del célebre guante. Así que salieron del cine decepcionados, sin comprender el motivo de tanto escándalo.

La cosa no acabó aquí, pues en medio de todo el revuelo apareció un vendedor callejero del Diario de León y tuvo la ocurrencia de ir voceando a grito pelado: «¡El obispo tras de Gilda!». Y zas, a la perrera por orden de la autoridad. La perrera era un casetón de teja y ladrillo adosado a uno de los cubos de la muralla que va por Ramón y Cajal, donde los guardias municipales encerraban provisionalmente a los raterillos, blasfemos y borrachos que daban la matraca en la vía pública. Las anécdotas cinematográficas también rodearon a la película Helga, que se proyectó en el cine Azul. No era más que un documental que narraba los nueves meses del embarazo de una mujer, en lo que resultó el primer desnudo visto en el celuloide. El estreno se produjo en verano y, para evitar al público los rigores del calor, se instaló un refrigerador que procuraba aire acondicionado. Era tal el frío que generaba, que si en la calle había una temperatura de 35º, dentro de la sala era de otros 35º, pero bajo cero. Algunos espectadores llegaron a acudir equipados de abrigo, guantes y un calentador manual. Por aquella época alguien tuvo la feliz idea de inventar los Cursos de Verano para Extranjeros, y se armó la marimorena. La mayoría de las asistentes eran jóvenes inglesas, alemanas y las dulces francesitas. ¡Cómo aliviaron los ardores sexuales atávicos de la juventud local! En fin, la temporada veraniega se acaba y hay que poner punto final a esta sección dedicada a revolver con mano nostálgica en el baúl de hermosos recuerdos del pasado referidos a la canícula. Un tiempo feliz que, según sentenció Francis Bacon, es igual que la belleza: demasiado efímero.

Javier Tomé

Pepe Muñiz

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