Talco y esperma de ballena en la estantería
Bellas Artes Martín-Granizo y Perfumería Villalón, premios al comercio tradicional.
En los tarros de Bellas Artes Martín-Granizo hay talco, azufre, perborato sódico, productos para la carcoma, pinturas, lienzos, disolventes, sulfato de cobre con poso casi desde que el abuelo Isaac abrió la farmacia en 1935. En la trastienda de Villalón se arraciman Dermogética para el maquillaje, Bella Aurora Doble Fuerza para las manchas de la piel, Abéñula para las pestañas, Ferrokit para el óxido, goma laca para barnizar las guitarras, Rhum Quinquina Crusellas para evitar la caída del pelo, Pintura Faro Verde, crema de manos Zuska, colonia a granel en garrafas de cinco litros, esperma de ballena del que empezó a traer Juan Villalón en 1953. Dos catálogos, dos trayectorias, galardonadas con el primer y el segundo premio del Comercio Tradicional de León, organizado por el Ayuntamiento y dictaminado por los representantes de las asociaciones del sector, como emblemas de esos establecimientos «de trato personalizado, en el que te reciben por el nombre y puedes charlas», como resumió el alcalde, Emilio Gutiérrez.
Ese «sello de identidad que no ha cambiado nunca», ese «trato familiar para salir a los encargos y ver los problemas en la misma casa si hace falta» se mantiene aún hoy en Bellas Artes Martín-Granizo, como recalca Julio Anel Martín-Granizo, la tercera generación al frente del negocio, que se completa al otro lado de la pared con la farmacia que regenta su hermana Águeda. Ahora, los nietos de Isaac, que amplió el negocio con la droguería en 1945, los hijos de Mila, que se hizo cargo en 1968, mantienen abierta la trapa del esquinazo de la avenida Roma, con «los valores inculcados en casa: honradez, caridad, amistad y simpatía». «Hemos cambiado cosas del día a día, nos hemos metido a través de las redes sociales, pero el respeto a los clientes para que nos consideren como de la familia no puede cambiar», apunta Julio, marcado por la presencia de ese «inmenso local» en el que crecieron su madre y su tía Cristina, entre «sacos y bidones que llegaban en grandes carros tirados por mulas». Ahí nos hemos criado todos, subraya, con mil anécdotas guardadas, comola vez «hace unos cuatro años en la que una señorta que no sabía lo que tenía trajo un tarro lleno de carcamo y al abrirlo llenó todo de bichos».
Pocos metros más allá, en el número 14 de Gran Vía, junto a la plaza circular, se mantiene Pilar Villalón en el local que abrió su padre hace 61 años. El mismo local que se verá forzada a dejar el 31 de diciembre por la ley que da por extinguidos los arrendamientos antiguos: otro ataque al comercio tradicional y de proximidad. Pero al final, su insistencia por conservar vigente la máxima de que «lo que no hay en Villalón no lo encuentras en todo León» ha hecho que encuentre «un local en el número 1 de la calle Federico Echevarría». «No nos han dado opción, pero vamos a seguir allí», concede orgullosa, junto a su hija Ana, quien ya ha renunciado a tomar el relevo, después de licenciarse y encontrar trabajo en el Musac.
Se quedará la marca con Pilar, que ya acumula 33 años en el negocio, sumados a los 28 que estuvo su padre al frente, en un negocio en el que desde pequeña «llevaba los pedisos, iba a ingresar o por cambio y hacía los deberes». Allí, detrás de ese mostrador, le legó Juan Villalón el secreto: «uno tiene que estar enamorado siempre de lo que tiene y de lo que hace».