Diario de León

POSTALES DEL PASADO

Tertulias de café, los malabarismos de la palabra

En los altares de la mitología leonesa figuran las charlas de café, un pasatiempo ideal para el ocio de los antiguos veranos.

colección pepe muñiz

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León

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Llegados los meses de calor, el pálpito de la vida pasaba en buena medida por los castizos cafés, tal como les recordábamos en nuestra anterior entrega. León es por tradición y convencimiento una capital proclive a las habladurías y murmuraciones que tenían natural acomodo en sus salones, lugares de reunión para ciudadanos libres y de muy diferentes clases sociales e ideologías políticas. Llevadas por la ley no escrita de la afinidad, en el Victoria se reunían las peñas de Nicostrato Vela, padre del pintor Vela Zanetti, y la de Miguel Castaño, alcalde de la ciudad, dos personas de bien que serían fusiladas en la vorágine de horrores que supuso la Guerra Civil. Compartían espacio, e incluso chispeantes diálogos, con la tertulia de los médicos, a la que solían acudir los doctores Olegario Llamazares, Enrique Salgado y Santiago Eguiagaray.

El carácter disoluto de algunas de aquellas reuniones frecuentadas por malabaristas de la palabra, e incluso su potencial peligro disolvente, llevaron a las nuevas autoridades franquistas de 1936 a plantearse la posibilidad de cerrar los cafés por decreto, una barbaridad que afortunadamente pasó sin más al baúl del olvido. Si hablamos de un caso concreto, en más de una ocasión se intentó clausurar cierto establecimiento que abría sus puertas en la calle de la Rúa, pues se sospechaba que era centro de reunión para una logia masónica. Indudablemente, las tertulias del pasado fueron a veces foco de conspiraciones políticas o estuvieron ligadas a movimientos más o menos clandestinos. Pero, de forma paralela, las parejas de enamorados y las personas solitarias encontraban en los rincones de los cafés un cálido refugio para sus citas amorosas o el retraimiento personal.

Recordamos tertulias como las del café Nacional, al comienzo de Ordoño, donde los ganaderos cerraban sus tratos. Codo con codo, los estudiantes de Veterinaria y los alumnos de la academia de San Raimundo de Peñafort ventilaban sus cuestiones a base de estacazos verbales. Otras reuniones señeras se daban en el bar Félix, ya cerca de Guzmán, en el bar Rox, esquina a Gil y Carrasco, o en el Azul, lugar preferido para los alemanes de la Legión Cóndor.

SUICIDIO POR AMOR

En la cúspide de la gran verbena leonesa de los cafés estaba el propietario, alma y vida del negocio pues de su amabilidad y buena disposición dependía el éxito de la empresa, escoltado por el cerillero, el vendedor de lotería, el limpiabotas y otros personajes secundarios. Pero la figura más relevante y popular era la del camarero, vestido de negra etiqueta y blanco delantal, cuya diligencia y discreción resultaban esenciales. Capaz de guardar todos los secretos y conocedor de las manías de sus clientes habituales, sin su buen concurso jamás hubiera funcionado el establecimiento. Si algún contertulio le preguntaba por cierta intimidad de otro, se limitaba a hacer un gesto, una especie de mueca simiesca que lo mismo quería decir «sí» o «no», al tiempo que de su boca salía una suerte de sonido gutural indefinido.

Allá por la década de los 60, en el Bambú de la calle Gil y Carrasco se reunía una tertulia formada por incipientes abogados, médicos, etc, representando a todos los estamentos sociales. Hay acontecimientos que no preguntan, como fue el suicidio de una bella muchacha rubia que apareció ahogada en el río Bernesga, después de lanzarse desde el puente de la Estación. Al parecer, la causa del suicidio fue un desengaño amoroso. El hecho, tan triste, provocó una sonada polémica entre los presentes.

Un profesor decía: «es absurdo suicidarse por amor, pero es exquisito vivir por el amor», a lo que contestaba cierto médico: «el suicidio por amor es una cuestión de histerismo». En tan ardiente intercambio de opiniones, un abogado aseguraba que «es inmoral arremeter contra el suicidio por amor, porque cada cual debe hacer de sus cédulas lo que le plaza y ha de tener atribuciones para pignorarlas lo mismo a Dios que al diablo». En fin, eternas charlas de café.

javier tomé y pepe muñiz

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