cuentos de agosto
El hayedo
Cinco relatos publicados y uno inédito para los cinco domingos del mes más largo del verano.
Amanece en penumbra. Nubarrones negros cubren las montañas desde muy temprano. No dejan ver el bosque de hayas desde la ventana abierta de los aposentos de la reina, que, de madrugada, se ha despertado otra vez envuelta en sudores y ha gritado asustada parra reclamar la presencia de los criados.
Un mal sueño, sin duda.
Amanece un día oscuro. La reina se levanta cansada. Intranquila. Ha dejado que los criados abran de par en par las contraventanas de madera para que el aire de la mañana ventile los malos sueños del cuarto. El aire frío y el cielo nublado entran despacio en la estancia.
La guerra será larga.
La reina se lava. El agua relampaguea a la luz del fuego que arde en la chimenea. Los criados retiran la jofaina. Hoy tampoco ha llegado ningún mensajero, señora.
La reina calla. El día avanza. La guerra no se acabará esta mañana y ya hace casi un año desde que el rey partió con sus soldados a la batalla.
La guerra será larga, le dijo al despedirse.
Apenas le rozaron las mejillas dos de sus dedos para secarle una lágrima incipiente, se ajustó el yelmo, miró a las montañas, picó espuelas y se perdió al frente de su ejército entre las hayas.
***
La niebla se levanta. Viene del bosque. Sale de entre las flores y trepa por el tronco de los árboles hasta enredarse en las ramas. La mañana da paso a la tarde. Y la reina no habla con nadie. Apenas come. El bosque la llama.
Lo sabe. Lo sueña por las noches. Sueña que pasea por el bosque de las hayas, que la envuelve la niebla y se pierde. Que vaga durante horas y cuando ya está cansada y hambrienta encuentra un rastro de pisadas. Estoy salvada, piensa. Y sigue la senda abierta entre el follaje por las huellas.
Lo sabe, claro que lo sabe. También esta noche lo ha soñado.
Ha soñado que hay un secreto en el bosque. Ha soñado que hay un hilo de sangre en la senda. Con el alma en un puño lo sigue, paso a paso, y cuanto más se acerca, más tira de la madeja.
Un cuerpo, recostado sobre un árbol.
Dos cuerpos, abrazados.
Tres cuerpos, ensangrentados.
Corazas, hierros clavados, caballos sueltos, desorientados, pendones rasgados, una multitud de ojos abiertos, que miran más allá de la niebla. Y dos ojos que la miran sólo a ella.
Todos sonríen a la muerte, que les espera agazapada en lo más profundo del bosque.
***
Lo presiente.
Los nubarrones negros descargan una cortina de agua sobre las montañas. Una cortina que avanza.
El bosque la llama.
Pide que le ensillen un caballo. No quiere que la acompañe ningún criado mientras cruza la pradera al galope y se interna en la espesura, donde nunca le alcanzará la lluvia.
***
Cuando el rey regresó de la guerra, un año después, nadie supo decirle qué había sido de la reina. Llegó con las huestes diezmadas, con las llagas de una herida abierta en el costado, mientras suspiraba por las manos suaves de la reina, que otras veces, a la vuelta de alguna cacería, ya le habían vendado cortes y arañazos.
La guerra ha terminado, dijo. ¿Dónde está la reina, que no la encuentro a mi lado? Y nadie, absolutamente nadie, tuvo el valor de responderle.
***
Durante semanas, organizó batidas por el bosque sin ningún resultado. Peinó la floresta con sus soldados, sus sirvientes, que ya habían buscado sin suerte a la reina, con los centenares de campesinos, fieles vasallos, llamados desde las cuatro esquinas del reino.
Pero después de unas semanas no hallaron ningún rastro y los campesinos dejaron el bosque para recoger la cosecha, trasladaron a los soldados de urgencia a la frontera para defenderla de las correrías de otros reyes interesados en continuar la guerra. Y a los sirvientes... A los sirvientes los castigaron durante un año a no traspasar los muros de palacio porque habían permitido que la reina cabalgara sola y se perdiera en el hayedo.
El rey no tenía descanso, pero la herida de su costado cicatrizó sola.
***
Decidió talar el bosque. La ausencia de su compañera se le hacía insoportable y optó por talar el hayedo, árbol a árbol, hasta dar con ella.
Pero los soldados guerreaban en la frontera. Los campesinos trabajaban en el campo para alimentar a los soldados. Y a los criados no les podía levantar el castigo sin que perdiera su autoridad real. Así que decidió talar el bosque sin más ayuda que sus manos.
Empezó un día de verano. Se levantó temprano, mucho antes del amanecer, mucho antes de que se levantaran los criados, y ni siquiera se entretuvo en desayunar. Buscó un hacha afilada en la armería y ensilló un caballo.
Amanecía cuando terminó de cortar el primer árbol. Había miles de hayas en aquella arboleda, pero el joven rey estaba dispuesto a no desfallecer. El primer día taló diecisiete árboles, y hubiera cortado treinta y cuatro si, debido al esfuerzo, la herida del costado no le hubiera sangrado de nuevo.
***
El segundo día sólo cortó doce hayas porque se encontraba muy cansado. Las taló en el centro de bosque y a media tarde había perdido tanta sangre que el hacha le temblaba en las manos y pensó en regresar a palacio para descansar. Desanimado, se internó en el follaje mientras dejaba un hilo de sangre a su paso.
***
Sólo cuando cayó la noche y la penumbra ocupó todas las estancias de palacio, se atrevieron los criados a desobedecer las órdenes de su soberano y salieron a buscarle. Al amanecer, y después de que rastrearan a ciegas durante toda la noche, encontraron el claro abierto en el centro del bosque y el hacha solitaria del rey, apoyada sobre un árbol talado. No vieron nada más que les indicara el camino que había tomado su señor y corrieron a dar la alarma.
La noticia sumió el reino en un mar de rumores y malos augurios. Los soldados volvieron de la guerra. Los campesinos no recogieron aquel año la cosecha para buscar al monarca en el hayedo. Los criados descuidaron sus obligaciones en palacio para dar con sus huellas. Durante semanas se organizaron batidas por el bosque, día y noche, sin ningún resultado. Y cuando abandonaron la búsqueda, resignados, el pueblo se reunió en consejo y eligió a un regente para que les gobernara. Todavía albergaban la esperanza de que el rey volviera un buen día. Regresara de entre la espesura de las hayas.
***
Aquel reino perdió la guerra y cedió a los reyes belicosos las tierras de la frontera. Los criados se encerraron durante un año en señal de duelo. Los campesinos recogieron demasiado tarde la cosecha y todos pasaron hambre cuando llegó el invierno. Y con el tiempo, los rumores que crecieron entre el pueblo se convirtieron en esta leyenda.
Todavía hoy se cuenta que antes de que le encontrara la muerte, al rey lo encontró la reina.