Como si de una guerra se tratase
Los supervivientes de la información estival se ven obligados a aportar una pequeña parcela de surrealismo para soportar la adormilada realidad y convertir en más llevaderas las cuatro paredes de este nuestro Diario, ante la incrédula mirada de sus becarios
Querido Diario (de León):
Gloria Lasso suena tímida por el centro derecha. La voz grave y alocada de la isla contigua se levanta de su asiento para tararear aquello de corazón de melón e incluso acompañarlo de una atrevida danza. El culpable de la melodía sonríe satisfecho. El más joven de la plantilla observa confuso hasta que reconoce la canción y se une al coro. «¡Es Lasso!», afirma incrédulo.
Varias miradas se cruzan extrañadas, sin comprender exactamente qué es lo que está sucediendo. Son, una vez más, los inocentes ojos de mis compañeros encontrándose con los míos y compartiendo mi sentimiento de perplejidad. Sin embargo, querido Diario, ahora que caigo en la cuenta descubro que esta curiosa anécdota que tuvo lugar ayer entre estas tus cuatro paredes me dio una nueva lección de vida, de comunicación mayúscula.
Como si de una guerra se tratase, el periodismo de verano lucha contra el enemigo a la búsqueda de ese titular que encumbre su cabecera. Como si de una guerra se tratase, la redacción que sobrevive a la época estival se da de bruces diariamente con una preocupante falta de acontecimientos de relevancia. Como si de una guerra se tratase, la pólvora un poco húmeda pero aún resistente se dispara noche tras a noche hacia una rotativa.
Pero precisamente por su similitud con el conflicto bélico, también muestra sus pequeños remansos de paz, su escapatoria momentánea a mundos que cerca están de rozar el surrealismo al más puro estilo Magritte. De este modo, una voz femenina omnipresente hace saber que ha cambiado su color de uñas, mientras el teléfono suena cargado de bromas telefónicas, mensajes indescifrables e incluso llamadas en búsqueda de la competencia.
Como te decía, Diario mío, has de saber que tu cabecera es más bien una trinchera en la que sumergirse a la espera de que el juego del periodismo ejecute su particular danza, amenizada por un peculiar baile vermú que, al son de nuestro tecleo en compás con nuestro pensamiento, nos habla de un corazón formado de nuestra fruta preferida que no puede vivir fuera de esta guerra.
Miriam Badiola