Diario de León

«Alcalde de Valladolid... ¿No serás como el otro?»

Puente y Silván completaron una agenda cargada de actos institucionales, visita didáctica al museo de San Isidoro, paseo por la ciudad para copiar ideas y tiempo para tomar el vino

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ÁLVARO CABALLERO | LEÓN
León

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La directora del museo de San Isidoro, Raquel Jaén, junto a Silván, Puente y el abad, Francisco Rodríguez. RAMIRO

Puente reconoció «vértigo» desde la azotea. RAMIRO

Puente visitó a su compañero del PSOE, Diez. RAMIRO

Los dos alcaldes ante el arca de los marfiles. RAMIRO

Directores de medios y alcaldes, antes de comer. RAMIRO

Gordaliza entrevistó a los alcaldes para TVCyL. RAMIRO

El cáliz de Doña Urraca fue la pieza en la que más se detuvieron. RAMIRO

Un 'selfie' frente a la Catedral. RAMIRO

Los dos alcaldes, por Ordoño II, donde se cruzaron con los ciudadanos. RAMIRO

Los alcaldes, junto al gallo original. RAMIRO

El vino lo tomaron los dos protagonistas en el Camarote Madrid. RAMIRO

Puente apuntó la idea de las flores. RAMIRO

En coincidencia con el cuarenta aniversario de The Thrilla in Manila, la cita en la que Ali acabó con Frazier tras catorce asaltos extenuantes, en la capital leonesa se citaron Antonio Silván y Óscar Puente para escenificar su intento de final político de la pugna entre León y Valladolid. Un combate nulo por abandono de los dos contendientes del «encuentro planetario», como lo bautizó el regidor vallisoletano ante el asedio de las cámaras que le acompañaron desde que desembarcó del Alvia en la estación, vía alta velocidad, poco antes de las 09.30 horas, con dirección al consistorio de Ordoño II. Se habían visto cosas raras en León, pero hasta el momento nunca un alcalde de Valladolid.

Para orientarle, Silván sacó a Puente a la terraza de la azotea de la planta séptima del consistorio. Aquí y allá le mostró con el dedo los dominios de la ciudad entre los halagos por las «vistas», antes de que el alcalde de Valladolid terminara por confesar que le daba «un poco de vértigo» y se retiraran al interior del despacho. Fue el único momento a puerta cerrada, en el que departieron sin cámaras una vez posado para la escena del sofá, y en el que aprovecharon para intercambiarse los presentes. Puente sacó la bolsa con un libro de la Seminci y otro de Valladolid, un queso, una caja de pastas y vinos de Cigales, Rueda y Ribera del Duero; y Silván se despachó con cecina, morcilla, una botella de Prieto Picudo y otra de Bierzo, la colección de autores leoneses del Diario de León y el libro Los reyes del Grial de la concejala popular del equipo de gobierno Margarita Torres.

No tuvo tiempo para leerlo de camino a la visita a San Isidoro. Antes, Puente paró en la planta segunda del consistorio para visitar a su compañero socialista José Antonio Diez, quien, a falta de comunicación directa, había sido informado desde Alcaldía de que estuviera pendiente. Un escaso contacto que no evitó que los dos representantes del PSOE se abrazaran entre manotazos ante los fotógrafos como si quisieran juntarse pecho con espalda. Dos golpes secos para probar la resistencia atlética del leonés y la consistencia del vallisoletano, parapetado en un cuerpo listo para convertirse en pilier del equipo de rugby del Quesos Entrepinares.

Cumplido el compromiso, Silván y Puente se echaron a la calle a las 11.30 horas para continuar con la escenificación camino de la Colegiata por Ordoño II adelante hasta cruzar la plaza de Santo Domingo, acceder al casco histórico por la calle Ancha y doblar en el Cid. Un paseo en el que apenas se cruzaron con nadie que interrumpiera su camino, más allá de una persona que les agradeció el gesto de entendimiento, y ante la extrañeza de la mayoría de los viandantes que se preguntaban «quién es ese que va con el alcalde».

El único altercado les esperaba a las puertas de la basílica de San Isidoro. El mítico Félix Pérez Echevarría, Cheva, y cuatro amigos contados les recibieron con las banderas de León alzadas y gritos esporádicos de «somos leoneses y no castellanos». «Y menos castellanoleoneses», remató uno de ellos, ante la indiferencia de los protagonistas, a los que no pudieron ni arrimarse por la presencia de la Policía Nacional y Local que escoltó durante todo el camino a la comitiva.

Dentro les esperaba la lección de historia que les impartió la directora del Museo de San Isidoro, Raquel Jaén. La clase magistral tuvo parada en la sala en la que se exponen los arcas y piezas relevantes de la Colegiata y en la biblioteca de los códices y beatos, pero que sobre todo se detuvo en el espacio reservado que se creó el pasado año para dar protagonismo al cáliz de Doña Urraca. «Estuve ayer (por el miércoles) con el alcalde de Valencia», comentó como con descuido Puente mientras la profesional resaltaba las partes del relato con el que Margarita Torres enlaza la copa con el Santo Grial. Una historia ante la que el más discreto fue el abad de San Isidoro, Francisco Rodríguez, quien aclaró que «la Iglesia es muy cauta en estas cosas». «Muy política», apostilló Silván, defensor a ultranza de las tesis de su concejala. «Mi jefe de gabinete es arqueólogo, no se qué tendrá que decir...», dejó caer el alcalde de Valladolid como para dar pie, pero sin que nadie recogiera el testigo de la invitación a su espalda.

Abajo esperaba el panteón de loe Reyes de León. «De aquí nacimos todos», se aprestó a apuntarle Silván a Puente cuando Jaén comenzaba con la relación de los sarcófagos en los que descansan los restos de los monarcas. Interesado, el alcalde de Valladolid se interesó por la historia de Doña Sancha y, sobre todo, por la de su malogrado primer pretendiente, el conde Conde García Sánchez de Castilla, quien fue asesinado por la familia de los Alba a las puertas de la iglesia de San Juan Bautista, uno de los gérmenes de la basílica, cuando se acercaba a conocer a la que iba a ser su esposa. «Habrá visto que hemos mejorado mucho el trato en la recepción a los visitantes», ironizó la directora del museo ante la carcajada de los dos alcaldes y sus acompañantes.

La broma la devolvió Puente ya fuera, en el claustro, después de ver el gallo original de la veleta y pararse ante la lápida que conmemora la celebración de las Cortes Leonesas de 1188, reconocidas por la Unesco como la Cuna del Parlamentarismo. Una primera presencia del pueblo en las decisiones que la directora del museo explicó que variaba, en función de la versión: que fueron llamados ante la necesidad de fondos para costear las guerras y que entraron a la fuerza porque sabían que les iban a subir los impuestos. «Ésta segunda es la más creíble», subrayó el alcalde de Valladolid.

Les quedaba una última estación antes de salir de San Isidoro. La comparecencia ante la prensa, en el salón del Pendón, se convirtió en el escenario en el que Puente desveló que «en estos tres meses» se ha acostumbrado a «pronunciar discursos que otros han pronunciado previamente». «Hoy quería que, al igual que en la investidura, las palabras fueran enteramente mías», concedió, al tiempo que se excusaba en leerlo porque se emocionaba. Ni le hizo falta sin embargo cuando a preguntas de la prensa tuvieron que afrontar si su encuentro habría originado chispas en sus respectivos partidos y si habían hablado con sus predecesores. «No», atajó Silván. «Yo no he hablado con él ni de esto, ni de nada», abundó el vallisoletano, mientras el leonés asentía en silencio a punto de reconocer que él tampoco.

Fuera, al sol de la mañana, la visita volvió al teatro de calle. Con más peatones por el casco histórico, la comitiva subió hasta la plaza de la Catedral, donde Silván aprovechó para presentarle a Puente a casi cualquiera con el que se cruzaban por allí. «Ah, el alcalde de Valladolid... ¿No serás como el otro?», le soltó uno de los paisanos de vuelta del saludo. Poco más allá, el alcalde de León abordó a otro pequeño grupo que resultaron ser de bolivianos de La Paz. «Señora», se dirigió presto el regidor de la capital leonesa, antes de advertir que era un hombre.

A Puente le aprovechó el paseo para tomar nota de las jardineras de la calle Ancha, con flores cultivadas en el vivero municipal y riego por parte de los trabajadores de la empresa privada con ayuda de una grúa que sube a los balcones de los pisos. Una idea que prometió copiar en Valladolid, como explicó mientras disfrutaba de la hora del vino en el Camarote Madrid: un Prieto Picudo para el alcalde vallisoletano y un Ribera del Duero para el leonés, que cruzó las copas que había dejado servidas Javi Gómez; todo muy acorde a la escenificación de hermanamiento y buenrollismo de Silván. Todavía les quedaba la comida en San Isidoro con los directores de los medios de comunicación de ambas ciudades y la entrevista para Televisión de Castilla y León.

Ya en el andén, a Puente sólo le faltó que le despidieran la frase con la que el entrenador de Frazier le tranquilizó después del combate en Manila: «Siéntate hijo. Esto se ha acabado. Nadie olvidará nunca lo que has hecho aquí esta noche».

Se anuncia revancha.

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