Diario de León

EL FIN DE UNA EMPRESA EMBLEMÁTICA

«Sin trabajadores, que estorbábamos, aparecerá quien compre Everest»

Los últimos 320 empleados insisten en que el cierre forma parte de un plan

Daniel Huerga y Andrea Bautista, ayer, a las puertas de la fábrica de Everest en el polígono de Trobajo del Camino

Daniel Huerga y Andrea Bautista, ayer, a las puertas de la fábrica de Everest en el polígono de Trobajo del Camino

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ÁLVARO CABALLERO | LEÓN
León

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La punta del Everest descolló ya hace años. «Antes, aparcábamos dentro. Pero cuando empezaron a aparecer tantos jefes nos sacaron para fuera. Entonces ya les dije que no nos quedaba mucho». Lo recuerda ahora Daniel Huerga, a las puertas de la fábrica, cerradas ya para los 320 últimos trabajadores, después de que esta semana se esfumara el plazo para la aparición de un comprador. Nadie acudió. Ahora, sólo permanecen 27 personas bajo el mando del administrador concursal para dar salida a los productos que quedan por vender. Es lo que resta del imperio con el que León escaló el mundo editorial. «Yo no creo que esté muerto. Sin los empleados, que éramos los que estorbábamos, aparecerá quien compre Everest. Yo pienso que serán los mismos», augura Nerea Bautista. «Era el plan desde el principio. Así es más barato», porfía la ya ex trabajadora.

La historia de Everest, la empresa que editaba a Disney, dejó de ser un cuento de hadas hace ya más de cuatro años. El final se anunció con dos primeros expedientes de regulación que limaban «primero un día, luego dos a la semana». «Trabajabas lunes, martes y miércoles, y descansabas jueves, viernes, sábado y domingo», cita Daniel Huerga, quien entró a los 17 años en la empresa y ahora se encuentra a los 60 años en la calle. «Yo por mí no lo siento; lo siento por ellos», apunta, con el mentón en dirección a Nerea, quien asiente con la cabeza y marca cuál entiende que fue el punto de no retorno. «En enero de 2014 se fueron a la calle 69 compañeros dentro de un ERE que era ilegal, pero lo aprobamos. Fue como si les despidiéramos nosotros cuando debíamos de haber estado más juntos», admite, sin poder remediar ya que detrás de esos primeros vaya ella como uno de los 320 restantes que ya no tienen solución.

No le quita razón Daniel. «Antes éramos compañeros, pero terminamos no siéndolo», abunda el veterano empleado de los talleres, quien insiste en que «cada uno miraba para lo suyo, había grupos, mucho enchufismo, muchos directores y primas para unos sí y otros no». «Se veía hasta en las protestas delante de la fábrica, donde de los 320 últimos no iban ni 50. Y yo el primero que no acudía muchas veces», reconoce. «Pero sí que hicimos ruido. Se nos oyó, aunque luego haya sido para nada», apostilla Nerea.

Pese a ese ruido, quizá tardaron en hacerlo, como señalan ahora que han visto que las promesas quedaron en nada. «Nos decían que no dijéramos nada a la prensa, que se podía estropear el crédito que esperaban de la Junta; que puede que algunos se fueran, pero que la fábrica seguiría; que había un comprador interesado», rememora Nerea, sin negar que pasado el tiempo la sensación que les queda es «de engaño», tanto por parte de la dirección de Everest como de la administración autonómica. «Yo no me lo creía nunca», cita incrédulo Daniel, tras repasar las hasta siete nóminas impagadas que llegaron a acumular sin causar revuelo alguno.

Ahora, con cuatro nóminas y cuatro extras pendientes, están de «días de permiso retribuido». «Lo que no sabemos es quién nos lo retribuirá», ironiza Daniel a la vista de la situación en la que se encuentran, después de que el comité de empresa firmara el ERE, a excepción de los representantes de USO, enrocados en que la empresa no presentó las cuentas, como es precepctivo, y que el juez había concedido para la aparición de un comprador seis meses y que no vencían hasta enero, a pesar de que el administrador consursal lo interpretara de otra manera.

Pero nadie aparece con el aval de los 100.000 euros para mantener la actividad. La única esperanza que les queda a los trabajadores es que el juez declare culpable a la empresa y se pueda ir contra su patrimonio inmobiliario, repartido por España, Méjico y Portugal. Una salida con la que cobrar 45 días de indemnización por año trabajado, en lugar de los 20 días que les concede la última reforma laboral. Pero es un posibilidad remota, como piensan muchos trabajadores, que avisan de que el Fogasa no paga más de 18.000 euros y la enajenación patrimonial es más que complicada.

Por eso, cerca de un centenar no han esperado a la resolución judicial y han pedido el despido objetivo al administrador concursal. «Yo sólo quiero que me liquiden ya, nos dejen cobrar el paro y quedemos liberados para poder buscar otro trabajo», concede Nerea Bautista. «Está todo el pescado vendido, lo llevan planeando mucho tiempo», insiste para resumir el punto y final a la historia.

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