Obituario | Javier Rancaño abogado
La mirada leonesa de Rancaño
Se va con Javi Rancaño todo un observatorio de lo que pasa en León. De los amantes de León. Un sueño incumplido, o ¡sí!, de la segunda oportunidad. Un tío bueno. Un balcón de la cosas que pasaban en la ciudad, miradas bajo su caleidoscopio. Y un abogado que se lleva los secretos de algunos temas de los que se enteró y no contó, aunque fueran los peores guardados de nuestra realidad. Se va el mejor discípulo no escritor de Antonio Pereira, amigo íntimo suyo y de su familia, y de lecturas, y tan fan de su mirada, heredero de su ironía. Se va una forma de ser feliz sin molestar, y una alegría para llegar a León y encontrarse con él.
Javier Díez Rancaño era, casi seguro que lo será siempre, uno de esos tipos que hacen que la vida en la calle sea un recurso imprescindible. Porque él, que casi no salía de ese triángulo vital de Ordoño, Santo Domingo y El Cid, abarcaba con su retranca sublime la vida de la ciudad y la hacía soportable. Trabajaba rumbo a los juzgados, con la máxima pasión, con los temas que le tocaran, defendiéndolos con una vocación que ni él mismo sabría descifrar. Javi era de los de: sería mucho mejor que él mismo contara esta historia. Iba a ser mucho más divertida y afilada. Y se va una persona de integridad total. Insobornable. Indiscutible. De esos que hacen pensar en qué le pasa a esta ciudad para que los más ilusionados del asunto vivan en la retaguardia. Como él. Que enseñaba orgulloso el audio de Fernando Ónega sobre León, guardado en su móvil como oro en paño. Mira: «Tienen que venir los de fuera a decirlo», decía, y se reía. Ahora que se va Javier queda la certeza de que todo es tan efímero, tan una puta mierda, que diría él, que merece la pena vivir si se hace con el respeto al individuo, que era lo que ejercía como profesional del Derecho siempre con una mirada fija en los que no lo tienen. Se va Javier y El Cid se queda sin un vigía. Estar con él era estar en un mirador inteligente.