Diario de León

EL CRIMEN DE ISABEL CARRASC0. De frente y de perfil

Montserrat no es Guzmán el Bueno

La autora material del asesinato se presenta ante el jurado como una madre que quiere salvar a su hija.

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Ana Gaitero | león
León

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Siete años, seis meses y un día. Es el ‘sacrificio’ de Montserrat González por su única hija, Triana Martínez. La condena que está dispuesta a asumir para salvarla. Porque Montserrat no es Guzmán el Bueno, el hombre que dicen que nació en la casa que fue de los Cea y donde ahora se ubica la Audiencia Provincial de León. Ese héroe que tiene estatua y fuente en León por arrojar su propio puñal para que los sarracenos ejecutaran a su hijo antes de entregarles Tarifa.

No. Montserrat se proyectó ayer en la vista oral por el asesinato de Isabel Carrasco como una mujer con coraje. La protectora, quizás demasiado, de su hija. La ‘valiente’ del trío de acusadas. Su hija es la ‘inteligente’ y la policía local, Raquel Gago, la necesaria para el fiscal y las acusaciones particulares.

Montserrat es la que apretó el gatillo. No le tembló el pulso para disparar a bocajarro a la presidenta de la Diputación y del PP, el 12 de mayo de 2014 en la pasarela del Bernesga entre La Condesa y el Paseo de Salamanca. Pero a la mujer de aspecto altivo e imperturbable ayer se le quebró la voz y llegó a llorar en los momentos en que hablaba de su hija.

A tener en cuentaLa asesina cinfesa tiene un aspecto altivo, es segura y organizada y todo el mundo gira en torno a la única hija, Triana

Ya por la mañana se secó discretamente unas lágrimas en momentos clave. Cuando la secretaria judicial leyó el escrito de calificaciones de su abogado defensor y al relatar éste el episodio de su detención en un despacho de la Comisaría en lugar de los calabozos. «Estoy nerviosa», le dijo a su abogado en un amago de no querer seguir.

Nació en Carrizo de la Ribera en 1959 —iba a cumplir 56 años una semana después de matar a Isabel Carrasco— y se casó con un policía que llegaría a ser inspector jefe, aunque todo el mundo le conocía como el comisario de Astorga.

Ayer Montserrat se pasó gran parte de la mañana acomodada sobre el sillón de terciopelo de rojo que le asignaron, como una reina. Con el mentón hacia arriba y la mirada perdida, a ratos parecía dormitar, pero sólo cerraba los ojos y no soltaba la botella de agua de la mano. A su derecha, en el segundo banco de los letrados, se sienta Triana y delante de ellas, Raquel Gago, a la izquierda de su defensor, en el primer banco.

Madre e hija no mantuvieron contacto visual ni un instante. En cambio, cuando su madre declaró, Triana la miró con devoción y lloró a su compás cuando la autora confesa explicaba que, tras la persecución emprendida por Isabel Carrasco, «mi hija estaba muy mal, fatal; sentí miedo», afirmó al recordar el suicidio de una amiga de Triana.

«Preferí ella que no mi hija», confesó. En 2012 tomó la determinación de matar a Isabel Carrasco. Una mujer que ni siquiera conduce y cuyo único trabajo, fuera del hogar, ha sido el de vendedora de Thermomix, presenta una personalidad fuerte, dominante, que toma las riendas de la situación porque «ella (Carrasco) iba a seguir» cuando Rajoy decidió mantenerla al frente del PP en lugar de poner a Javier García Prieto.

La íntima conexión entre madre e hija fue el punto de partida del interrogatorio del abogado que defiende a ambas, José Ramón García. Con 12 años, Triana fue diagnosticada de escoliosis en la espalda, lo que le obligó a llevar corsé hasta que cumplió 18. «Tenía que estar pendiente de ella siempre», justificó. Le ponía el corsé para dormir y se lo quitaba para nadar.

Montserrat y Triana están tan compenetradas que ayer eligieron el mismo color, marrón, para su ropa. La madre se presentó ante el jurado con un vestido marrón con grandes botones negros cruzados por el pecho, medias y botines negro. El pelo atado en una coleta muy juvenil, un crucifijo de oro en el pecho, unos pendientes de brillantes y la alianza de casada completaron su primera imagen. No está demacrada, al contrario que Triana y Raquel, cuyas ropas oscuras potenciaron las grandes ojeras y la delegadez que presentan un año y ocho meses después del crimen. Triana llevaba un suéter marrón con camiseta azul debajo y Raquel ropa negra.

El abrigo color camel con el que entró en la Audiencia Provincial le daba otro más aspecto menos tétrico. Ninguna de las dos se maquilló, como si quisieran que el jurado viera el deterioro de su físico. No hay que olvidar que ayer todo el mundo habló y se presentó, cada cual con sus armas, para conquistar a las once personas que se sientan en la bancada derecha de la sala de vistas.

El color marrón se caracteriza por no transmitir sentimientos efusivos y las personas que tienen «un gusto excesivo por este color tienden a ser individuos con capacidad para tener conciencia de situaciones difíciles y que requieren de un sentimiento optimista». Son personas organizadas y cuidan el orden de sus cosas y de sus finanzas, dicen los manuales de psicología del color. «Proyectan fuerza en sus acciones y seguridad en la toma de decisiones».

Montserrat tuvo claro en 2012 que iba a matar a Isabel Carrasco. Primero pidió ayuda a su hija para buscar armas y, finalmente, se sirvió de una amiga del mercadillo de Gijón para dar con Armando, el individuo que a cambio de 2.000 euros le proporcionó un revólver, una pistola y una navaja. No explicó con qué finalidad guardaba las balas de la pistola reglamentaria de su marido fechadas en 1977.

Lo tenía tan claro que salía habitualmente con el arma en el bolso, como confesó ayer ante el jurado popular. Es evidente que su objetivo prioritario es la ‘salvación’ de su hija, su exculpacón total del crimen como cooperadora necesaria, tal y como pretenden el fiscal y las acusaciones particulares y popular.

Montserrat se entregó en cuerpo y alma al cuidado de su hija durante la infancia y en la adolescencia, por el problema de la espalda. La niña resultó ser inteligente, un cerebrito, y se fue a estudiar ‘ingeniero de Telecomunicaciones’ a Santander y luego hizo el proyecto de fin de carrera en Alemania. Al terminar los estudios se afilió ‘al partido’ apadrinada por Gaspar, de Astorga, amigo íntimo de Herrera. A la autora confesa le costó pronunciar el nombre del otro padrino, Javier García Prieto, y recordaba bien a Pano.

Ambas cultivaron la afición por vivir bien. Tanto que a Triana se le ocurrió comprar un Mercedes en Alemania por el que no pagó los impuestos preceptivos, por lo que fue sancionada por Hacienda cuando trabajaba en la Diputación y aún se llevaba bien con Isabel Carrasco. Y «ella» lo solucionó. Luego le hizo la vida imposible, supuestamente, por negarse a mantener relaciones sexuales con la malograda presidenta.

Así que Montserrat González decidió solucionar también el problema de su hija. Empleó más de dos años para ejecutar su plan. Ayer no dijo que estuviera loca, guardó silencio ante la batería de preguntas del fiscal y de las acusaciones y se explayó con su abogado, con excitación casi infantil al relatar los momentos más dramáticos, como si se tratara de una aventura.

Su defensa alega trastorno mental para reducir la pena de asesinato, atentado, tenencia ilícita y disfraz a siete años, seis meses y un día. Ya se verá. Como advierte el psicólogo Moisés Melón, del Centro de Psicología Conductual de León, «padecer un trastorno mental no es equivale a asesinar y el asesinar no implica tener un trastorno mental».

Hay que conocer la historia de una persona para llegar a una conclusión. Montserrat González contó ayer parte de su historia ante el tribunal del jurado. La historia de una madre sobreprotectora que planea para su hija un futuro brillante gracias a la red de contactos que ha logrado, en gran medida, por la posición social alcanzada como esposa del comisario de Astorga. Llegó a soñar con verla convertida en directora general de Telecomunicaciones de la Junta.

Cabe preguntarse quién es Montserrat, aparte de madre de Triana y esposa de Pablo Antonio Martínez. Ella no es Guzmán el Bueno. Pero no está claro que de manera diferente al ‘héroe’ leonés también haya sacrificado a su hija bajo la excusa de su salvación.

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