Diario de León

EL CRIMEN DE ISABEL CARRASCO De frente y de perfil

El policía, su mujer y los trileros

El agente jubilado sale sin pedestal del asalto del abogado de Triana pero con la fama multiplicada.

Pedro Mielgo, testigo en el juicio de Isabel Carrasco.

Pedro Mielgo, testigo en el juicio de Isabel Carrasco.DL

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Ana Gaitero | león
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Isabel Carrasco fue asesinada por la esposa de un comisario de Policía en las narices de un policía retirado, y experto en seguimientos de trileros, que estuvo a las órdenes, durante tres años, del marido de la asesina en Astorga.

A un guionista no se le hubiera ocurrido una trama con semejante urdimbre. Ocurrió en León el 12 de mayo de 2014 a las 17.17 horas. Era una tarde primaveral; poco después del crimen, como si el cielo se hubiera enterado, un inmenso nubarrón cubrió la ciudad.

El tranquilo paseo de Pedro Mielgo Silván con su esposa, Elena Moranteira, se convirtió en una persecución frenética desde el Paseo de la Condesa hasta Gran Vía de San Marcos. Y el policía se convirtió en un héroe anónimo a quien le condecoraron con la Orden del Mérito Policial, con distintivo blanco y nada más.

Nunca, en sus 36 años de vida profesional, había sentido el peligro más cerca. Pero aquel día pensó que la mujer del revólver le iba a disparar después de verla rematar a la víctima a bocajarro. Él no llevaba pistola, nunca la llevó de paisano ni siquiera cuando estaba en activo.

A tener en cuentaEn la sala de vistas alguien jugó al trile con la misteriosa voz de una grabación. No se sabe quién

Nacido en 1951 en Matachana, un pequeño pueblo del Bierzo cercano a Bembibre, Mielgo eligió el oficio de policía porque «todo el mundo en la vida quiere ser algo». Llevó una vida ajetreada pero sin sobresaltos, siempre en la calle, en comisarías de barrio de Madrid (Vallecas, Villaverde, Useros, San Blas...) en radio patrullas y el equipo de bandera móvil, que eran antaño los antidisturbios de Madrid.

Antes de conseguir plaza en Astorga, estuvo destinado en Benidorm en el grupo especial de robos, carteristas y trileros durante dos años y medio. Hacía seguimientos aunque admitió, a preguntas de la acusación popular que eso no quería decir que otra persona «lo hubiera hecho con la misma precisión».

Ayer, tanto él como su esposa, describieron con todo lujo de detalle el encuentro con la presidenta de la Diputación en la pasarela del Bernesga el fatídico lunes. «Todos vuelven a la tierra en que nacieron, todos vuelven al rincón donde vivieron», dice una canción de Rubén Blades. Pedro Mielgo también. Pero no reconoció a Isabel Carrasco, tan famosa por sus trece sueldos como por el vestidor que se preparó en el Palacio de los Guzmanes.

Fue su esposa, una señora de Pamplona, quien le avisó de que «esa señora rubia es alguien importante de la Junta» y la que venía detrás «debe ser su escolta», comentó. Se fijó en sus zapatos de tacón de aguja y color fucsia.

Era fácil imaginar la escena con Montserrat, vestida con parka verde y gorra de tela, pañuelo al cuello y siguiendo a paso corto, pero ligero, a la presidenta con sus manoletinas. Se podían oír los disparos. «Pum, pum, pum. Del último salía humo», dijo la esposa.

Ayer, el abogado de la defensa de Triana Martínez y Montserrat González quiso hacerle pasar por un trilero ante el jurado que, al fin y al cabo, es al que hay que seducir en estos 30 días de puesta en escena del juicio oral. El testimonio de su mujer, que identificó como de su marido la voz de una llamada telefónica al 112 que él niega haber hecho, fue el detonante. El policía ni se inmutó cuando Elena cedió, la segunda vez que le pusieron la grabación, y dijo: «Sí, es mi esposo porque dice ‘un momentico’». El objetivo del abogado es exculpar a Triana. Si el policía se distrajo hablando puede que no viera a Montserrat tirar el bolso al famoso garaje, en lugar de dárselo a su hija en el pasadizo de Colón, como sostiene la acusación.

En uno u otro lado del estrado, alguien jugaba al trile, pero no se sabe quien. A Pedro Mielgo no le tembló la voz cuando, tras abandonar el palacio de la Audiencia Provincial de León, fue rodeado por un enjambre de periodistas armados con cámaras y micrófonos. Se mantuvo en sus trece y aseguró a la prensa que la misteriosa voz «es el marido de la señora que estaba detrás de mí, ella lo reconoció».

Vestido con camisa de cuadros rosas, azules, morados y blancos, jersey berenjena, pantalón vaquero gris, color que simboliza la neutralidad, pero también la indecisión y la falta de energía, llevaba zapatos y cazadora marrón. Al salir de la Audiencia Provincial Mielgo portaba en su mano izquierda una bufanda marrón doblada en una cuadrícula perfecta.

Con la mano agarrada al micrófono, era fácil ver el nombre de Elena, su esposa, sobresalir en la alianza de oro que lleva en la mano derecha, signo de la importancia que tiene en su vida. Pero nada alteró su ánimo. Pasar más tiempo con Elena y practicar algo de deporte, correr y bicicleta de montaña, son las aficiones que cultiva en su vida de jubilado.

El policía no perdió la compostura y aguantó, como un corredor de fondo que es, el ritmo y los interrogatorios de los programas televisivos en la hora punta de la mañana. Su esposa y él se alternaban de una cadena de televisión a otra.

El policía tiene claro que sus años de servicio no han sido en vano: «He colaborado con la sociedad», comenta sin arrogancia. Es una convicción que ya tenía antes de que Isabel Carrasco y Montserrat González se cruzaran en su vida.

Pedro Mielgo dejó de ser un ciudadano corriente aquella tarde de mayo de 2014. El héroe anónimo salió ayer de la Audiencia Provincial sin pedestal, le bajó su mujer sin querer, pero dio la cara y mantuvo la cabeza alta. Ha multiplicado su fama. Ahora son el antihéroe y la heroína. «Que comprueben la llamada de teléfono, es muy fácil», dijo con total tranquilidad. A ver.

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