Diario de León

EL CRIMEN DE ISABEL CARRASCO. De frente y de perfil

La ORA del tercer grado

El testigo de la ORA que habló con Raquel Gago a la hora del crimen sale airoso del cerco de los letrados.

Julio Mozo, testigo de la ORA en el juicio de Isabel Carrasco.

Julio Mozo, testigo de la ORA en el juicio de Isabel Carrasco.DL

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Ana Gaitero | león
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—¿Necesita gran concentración para esta pregunta? ¿llegó a las cinco y veinte o a las cinco y cuarto? ¿Y veinte o y cuarto?—

El abogado defensor de Triana Martínez y Montserrat González apuntala el tercer grado al testigo de la ORA, Julio Mozo, clave en el esclarecimiento del encuentro de Raquel Gago y Triana Martínez en Lucas de Tuy tras el asesinato de Isabel Carrasco.

—Yo no voy a una carrera de fondo— contestó el agente.

Esta vez no utilizó el ‘sí, señor’ con el que cerraba sus respuestas.

No es banal que los testigos estén en el tradicional banquillo de los acusados, que en los juicios con jurado ocupan asientos al lado de sus letrados, frente al tribunal popular.

Los testigos se sitúan frente el magistrado, sentados en uno de los majestuosos sillones de terciopelo rojo de la sala de vistas. A la derecha, las acusadas y sus abogados defensores, acusaciones y fiscal. A la izquierda, el jurado. Todos los ojos del público caen sobre las espaldas de los testigos.

A tener en cuentaNo es banal que los testigos se sienten en el sillón que en los juicios sin jurado es el banquillo de los acusados. Sufren un cerco

Ayer la sala de vistas registró más lleno que nunca. A los estudiantes de Derecho y máster de la Abogacía, periodistas, investigadores y el familiar de Raquel Gago que acude a diario, dos policías de paisano, la madre de una letrada... se sumaron amistades y familiares de la gente de a pie que testificó. Su voz puede ser decisiva en el resultado final.

El trasiego de público acabó en revuelo y estampida cuando abandonó la sala el agente de la ORA. El magistrado ordenó a las auxiliares que no permitieran la salida de nadie de la sala, para que el jurado y todas las partes se concentren en la vista. No es fácil conciliar el derecho de audiencia pública con la expectación y el espectáculo que genera la causa 37/2015.

No parece fácil ser testigo. Menos aún para la gente corriente que, por azar, se ha visto envuelta en el crimen de Isabel Carrasco. Julio Mozo es el paradigma. La tarde del 12 de mayo de 2014 pasaba por allí. Se encontró a Raquel Gago en la calle Lucas de Tuy mientras hacía su recorrido de Gran Vía de San Marcos a La Condesa. Su misión es «hacer» todos los buzones de la ORA para que no queden multas dentro para su anulación.

Al cruzar la calle, en busca del próximo buzón se topó con Raquel en la acera «parada». Tras el saludo se interesó por la visita de la agente de la Policía Local a la oficina de la ORA por un incidente que había tenido con dos agentes unos días atrás. Apremiaron a Raquel para que pusiera el ticket cuando ésta se encontraba dentro del vehículo. Cualquiera ha tenido un encuentro, o desencuentro, parecido.

Pero el ‘encontronazo’ de Julio Mozo con la policía trae cola. Ayer le pusieron contra la cuerdas en la sala de vistas. Parecía un acusado. Con la diferencia de que él, como los demás testigos, tiene la obligación de decir la verdad. Por si fuera poca la presión, Raquel Gago le traspasaba con la mirada. Él no cedió. El hombre trataba de ser educado, extremadamente educado: «Sí, señor... sí, señora», repetía.

La llamada al móvil de Triana, que él no escuchó y la llegada de Triana al lugar donde conversaban el agente de la ORA y la policía, que se produjo sin saludos con un escueto: «Abre el coche» para terminar su presencia con la repetida frase «me voy a la frutería» están en el meollo de la cuestión.

Se trata de dilucidar si Raquel contestó el escueto «sí» a Triana, cuando ésta le llama desde el teléfono de prepago a las 17.19:14 horas. Mozo no oyó nada, ni siquiera vio coger el teléfono a Raquel.

Se trata de aclarar si Raquel vio o no vio que Triana le metió el bolso con el revólver del crimen metido dentro de otro bolso en su coche.

Y averiguar, si se puede a estas alturas, a qué frutería ‘iba’ Triana pues, como apuntó Mozo, a preguntas del abogado de la acusación popular, Ricardo Gavilanes: «En Gran Vía de San Marcos no hay ninguna, hay una cerca hacia abajo» entre Colón y Lucas de Tuy.

Las defensas de las acusadas pincharon en hueso, a pesar de que el testigo ni siquiera pudo explicar como es debido el croquis de situación que le pusieron en la pantalla pues no hay micrófono inalámbrico para asegurar que su testimonio quedara grabado fuera del sillón.

«Estoy seguro», repitió varias veces. «Ese croquis está bien», le dijo al abogado José Ramón García García, que intentaba acorralarle.

Al testigo le pedían que fuera exacto con la hora. «Más o menos llegué sobre esa hora, entre y cuarto e y veinte», insistió. «Sin ningún género de dudas», apostilló al letrado Fermín Guerrero cuando insistió en preguntarle si su defendida, Raquel Gago había dicho: «Joder, cuánto tarda esta tía», en referencia a Triana.

Y repitió que aunque Raquel y él se miraban fijamente la agente de la Policía Local «supongo», admitió, vio abrir la puerta del coche a Triana y meter el bolso porque estaba en su campo de visión.

Los testigos ayer se despacharon a gusto. Gente que en su vida había pisado la Audiencia no tuvo reparo en afirmar que «fui presionada por la jueza en ese interrogatorio», como la profesora de manualidades de la Casa de Cultura de Trobajo del Cerecedo, Ana Isabel Martínez, que tendrá que esperar a la sentencia para saber si el magistrado admite la dedución de falso testimonio solicitada por el fiscal y las acusaciones: «Dado que ahora no recuerda nada», remató la acusación de la hija de Isabel Carrasco.

Los testigos se rebelaron ayer contra el tercer grado. Incluso el primer abogado de Triana y Montserrat, José Fernando Cornejo, quien acusó al fiscal de haber hecho un interrogatorio con «mofa» en la fase de instrucción y luego pidió perdón a Emilio Fernández, el fiscal jefe de León.

A los testigos les acorralan al sentarse. «Tiene la obligación de decir la verdad bajo penas de cárcel», recordó el magistrado a Abilio Álvarez Rodríguez. «Primero quiero decir una cosa...». El magistrado no le dejó hablar e insistió: «Jura o promete...».

Debía contestar a preguntas de los letrados. Al llegar al turno de Beatriz Llamas aclaró: «Yo no soy bedel, en la casa de Cultura no hay bedel, soy el encargado o coordinador y lo digo porque nos ha costado 15 años que nos lo reconozcan», aclaró.

Ayer un letrado dijo en un momento del juicio: «No enredemos más la madeja». No le falta razón.

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