Diario de León

Los forenses creen que Isabel estuvo consciente cinco minutos tras los tiros

La víctima falleció a los diez minutos y al caer tuvo tiempo de llevarse la mano a la espalda.

Ignacio Alija explica cómo se produjo el tiroteo ante la mirada de fiscal, abogados y acusadas. RAMIRO

Ignacio Alija explica cómo se produjo el tiroteo ante la mirada de fiscal, abogados y acusadas. RAMIRO

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miguel ángel zamora | león

Caminaba hacia su desenlace el juicio por el crimen de Astorga y Ricardo Gavilanes (hoy abogado de la acusación popular) era el letrado defensor de un muchacho acusado de matar a una adolescente maragata tras una brutal agresión. Le reventó el cráneo con una barra metálica. La vista oral se celebró en junio de 2007.

Ignacio Alija, forense responsable de la autopsia del cadáver de Carrasco, firmó también con el examen del cuerpo de aquella joven finada. Y los dos se enzarzaron en un elegante duelo dialéctico.

«Puede que la agresión no se produjera como usted la ha explicado. Lo digo por el cálculo de probabilidades», sugirió Gavilanes. «Por el cálculo de probabilidades, yo también podría ser Brad Pitt», replicó el forense.

Brillante como entonces, pero evolucionado en la comunicación con el paso de los años, Alija emergió ayer por méritos propios en la sala de vistas como protagonista estelar de la mañana y convirtió las explicaciones científicas en una instructiva lección de ciencia.

Otra cosa es que la materia no fuera del todo agradable. «Estos cortes transversales que practicamos en los tejidos son similares a los que hacen ustedes cuando parten el embutido». Un ejemplo peculiar.

Aficionado a las armas, un asunto que domina en las conversaciones de su escaso tiempo de ocio, resultó explícito a la hora de relatar qué pasó después de que la víctima fue tiroteada: «Cuando cayó herida después del primer disparo en la espalda, estaba consciente. Lo sabemos porque se llevó la mano atrás en la zona en la que recibió el impacto. Por eso había restos de sangre en el dorso de la mano izquierda. Luego trató de agarrarse con la mano derecha a la barandilla. Eso se deduce del hecho de que no hay vestigios de erosiones por una caída a plomo. Y posteriormente fue rematada desde la parte izquierda. La persona que disparó no era consciente de que había dejado mortalmente herida a doña Isabel y por eso la remató tras colocarse a su altura», relató el forense.

gestos

No fue consciente el doctor de que dos mujeres del jurado popular se llevaban las manos a la boca con gesto de desagrado en el momento de proyectar las primeras fotos del cadáver. Ni tampoco seguramente de que Triana y Montserrat evitaron mirar a la pantalla durante la explicación. Sí lo hizo Raquel Gago, con semblante natural. Bastante más que el de buena parte del público que llenó la sala, que reflejó en sus rostros expresiones tensas y no demasiado agradables.

MENOS Puntería

Manuel Aguirrezabal, el compañero forense del ponente, matizó una cuestión controvertida: «Posiblemente los disparos no se hicieron con tanta puntería como se ha dado a entender. Los proyectiles a veces siguen caminos caprichosos y sus trayectorias dependen de la densidad de los tejidos con los que se encuentren», explicó. «Son un poco vagos, para que ustedes me entiendan», había reseñado Alija previamente «y si tienen otra trayectoria más fácil, la eligen».

Los forenses relataron la cierta dificultad que entrañó el levantamiento del cadáver «en un caso tan mediático y con tantas cámaras como había aquel día allí». No supieron especificar a ciencia cierta la distancia a la que se había realizado el tiro. «Isabel estaba herida de muerte en el primer disparo. Le rompió una vértebra y la médula espinal y el proyectil se alojó en el corazón. Tardó cinco minutos en perder la consciencia y diez en morir. Datamos la hora de su fallecimiento en las 17,25 horas», explicaron.

«Utilizamos unas pinzas de plástico para no provocar daños en las balas que pudieran llevar a equívocos en los resultados de los estudios», insistió Alija en su brillante exposición. «Sabemos de su profesionalidad, utilice los elementos que necesite para su exposición», había dicho el magistrado presidente al presentar al perito.

5,5 gramos de plomo acabaron con la vida de Isabel Carrasco. La bala que provocó el primer impacto pesaba 86,2 grains. Las otras de 95,8 grains. 6,20 gramos en medidas standard.

El tórax de la víctima contenía dos litros de sangre. «La causa de la muerte fue un shock hipovolémico», explicó en términos técnicos. «Una hemorragia masiva», tradujo al cristiano. A esas alturas de su disertación, la sensibilidad y el desagrado ya eran evidentes también en algunos de los varones del jurado popular. Hubo uno, posiblemente el más joven, que por contra siguió las explicaciones muy atento y asintió varias veces con la cabeza.

Alija utilizó su asiento para que hiciera las veces de cuerpo de la víctima y escenificó cómo se produjo el homicidio (así lo calificó) desde su punto de vista. «Tienen que echarle un poco de imaginación, no es cuestión de hacer un estropicio en esta silla», advirtió al jurado. Se acercó a media distancia, disparó a la zona lumbar del mueble, luego lo volcó girándolo hacia la derecha y explicó como a la altura de la cabeza y desde el lado izquierdo, la asesina remató a la víctima. Montserrat mantuvo la misma expresión en la cara y la vista al frente. Sólo abandonó esa postura para entrelazar los dedos al final casi de la prueba pericial.

Como un ordenador

«Cuando ustedes apagan su ordenador repentinamente, sale un mensaje diciendo: ‘Windows está cerrando este equipo’. Pues lo mismo ocurrió en el cerebro de Isabel Carrasco. No era consciente pero su cuerpo estaba luchando contra los graves daños que había sufrido. Quedaba algo de vida pero ya era una agonía».

Algo llamó la atención de Triana en ese instante que se puso a ojear sus notas. Entre los miembros del jurado, había varios haciendo lo mismo. Para ser neófitos en la materia seguramente, sortearon el trance con notables dosis de temple. No son imágenes agradables a la vista.

«Los disparos no fueron ni a bocajarro ni a quemarropa», explicaron los forenses a la conclusión de la maravillosa prueba pericial. Pero no hubo forma de concretar la distancia a la que estaba la persona que apretó el gatillo, por más que se repreguntó a los técnicos en el curso de su disertación. «Las pruebas que hemos hecho no nos permiten calcular ese dato con el rigor necesario».

«Y ahora, si me permiten, hay una silla que tengo que recuperar», bromeó Alija al tomar el asiento que había usado como simulado cuerpo de la víctima. Genio y figura.

Fuera por decisión propia o por consenso con el beneplácito de los ajenos, los forenses guardaron en el tintero buena parte de las fotos más duras que contiene el sumario en el informe referente a la autopsia y se limitaron a exponer al jurado las estrictamente necesarias para ilustrar su exposición.

Un detalle inadvertido en principio que, no obstante, traduce el sentido que se le trató de conferir a la minuciosa prueba pericial.

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