Diario de León

CRIMEN DE ISABEL CARRASCO. De frente y de perfil

El forense que leyó las manos a Isabel

Nadie creerá que Ignacio Alija, el médico legal que desveló los últimos minutos de agonía de la presidenta, se desmayó en su primera autopsia.

Ignacio Alija, médico legal.

Ignacio Alija, médico legal.DL

León

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Ignacio Alija Merillas se había cruzado mil veces con Isabel Carrasco. Eran casi vecinos. La tarde del 12 de mayo de 2014 su hija merendaba y estaba a punto de salir con ella al parque de La Condesa. Curioseaba un digital y se dio de bruces con la brutal noticia. Acto seguido sonó el teléfono. Era su compañero de guardia en el Instituto de Medicina Legal de León y Zamora.

En cuestión de segundos, la plácida tarde de papá e hija se transformó en una jornada de intenso trabajo que terminaría bien entrada la madrugada del 13 de mayo porque, en cuestión de segundos, la mujer más poderosa de la provincia de León fue abatida lentamente sobre la pasarela del Bernesga por otra mujer anónima, una militante del PP, ama de casa y esposa de un inspector jefe de la Policía Nacional.

No era fácil derribar a Isabel Carrasco. Nadie lo logró con las armas políticas. Todo el mundo sabía quién era ella. ¡Menuda mano tenía! Pero cuando los forenses llegaron al lugar de los hechos y se agacharon para hacer la inspección ocular era una persona más, un cadáver a examinar. «La muerte es la mayor igualadora», afirma el forense.

A tener en cuentaLa autopsia a Isabel Carrasco ha sido la más mediática pero no la más complicada de su vida

Morir no es fácil para nadie. Tampoco lo fue para Isabel Carrasco, pese a que dos de los tres tiros que Montserrat González, la autora confesa, logró impactarle con el revólver Taurus, eran mortales de necesidad. La primera bala le cogió por la espalda. Sintió cómo penetraba en su cuerpo atravesando la undécima vértebra y dirigiéndose, perezosa pero certera, hacia el ventrículo derecho del corazón. En su recorrido dejó un sangrado masivo en el tórax.

En ese instante, la vida de la presidenta de la Diputación inició un camino irreversible a la muerte que duró al menos ocho minutos, dos de ellos consciente, entre las 17.17, hora del primer disparo a las 17.25, minuto señalado del hálito final. La muerte oficial. El apagado definitivo de su vida.

La víctima se colocó ayer en el centro de la sala de vistas, de forma imaginaria, pero también real. Por primera vez en catorce jornadas, Isabel Carrasco era la protagonista del juicio por su asesinato. El centro de atención se puso sobre su cuerpo, el corpus crimini.

Lo trajo el forense Ignacio Alija Merillas con una selección de fotos en color de la autopsia y un relato acompañado de la escenificación del asesinato. Una silla hizo de víctima. «No fue una autopsia complicada, aunque sea la más mediática» de su vida profesional, admite.

La exposición ante el jurado fue una lección de vida y muerte a través de la anatomía diseccionada, según la técnica de Letulle, de la presidenta de la Diputación. Los forenses, Alija y Aguirrazabal, leyeron el cuerpo de Isabel Carrasco como el de cualquier otra persona, desnudo, sin ropa ni joyas, despojado de sus cargos, del poder y del dinero. Lo leyeron por dentro y por fuera. A través de rayos X y observando cada parte de arriba a abajo, de izquierda a derecha y de delante a atrás.

Como dice el principio de Locard: «Es imposible que un criminal actúe, especialmente en la tensión de la acción criminal, sin dejar rastros de su presencia». El pionero criminalista francés Edmund Locard (1877-1966) enunció el principio que establece que en un delito siempre hay una relación de intercambio entre el sitio del suceso, la víctima y el imputado, que permite obtener indicios relevantes en numerosos lugares, desde huellas en el barro hasta restos en las uñas.

Lo que Montserrat González no contó al jurado, o nunca vio, lo desveló el cuerpo de su delito. Ella se acercó a la víctima para asegurarse de que quedara muerta con dos disparos más: uno en la mejilla que afecta al área bucal, lengua y cuello y no fue incapacitante, y otro en el cráneo que va del hemisferio izquierdo al derecho haciendo una parábola para evitar el tejido calloso. Las balas son vagas.

El cuerpo dio todos los detalles de la muerte. El recorrido de las tres balas desde su orificio a los puntos vitales, los estragos que provocaron en los centros vitales.

También leyeron sus manos. Las mismas con las que apuntaba a sus enemigos, las manos con las que se maquillaba y pasaba las hojas que no firmaba, las manos contaron cómo vivió Isabel Carrasco sus últimos minutos.

La mano derecha desveló que la víctima no cayó a plomo sobre la pasarela, sino lentamente. Lo dijeron sus uñas impecablemente pintadas, con el esmalte perfecto y sin ninguna lesión ni signos de tensión y lucha. Es probable que con esa mano, Isabel intentara agarrarse a la barandilla de la pasarela, lo que evitó un golpe.

La mano izquierda es tan elocuente que estremece. Presenta restos de fibras textiles parecidas a las ropas que vestía (una blusa rosa y una cazadora azul de piel) y está manchada de sangre en su región dorsal. Isabel se llevó esta mano a la herida. Durante dos minutos fue consciente, sintió el impacto, no tuvo posibilidad de huir, pero giró la cabeza en busca de una explicación. Nadie le preguntó al forense cuánto se puede sufrir en dos minutos.

No hay ficción que compita con la realidad y menos aún si quien la cuenta, aparte de un experto apasionado en medicina legal y amante de las armas de fuego, sobre todo las históricas, es un comunicador nato. Ignacio Alija Merillas, leonés, hijo de médico, estudió Medicina en la Universidad de Salamanca y se especializó en la Escuela de Medicina Legal de Madrid.

Es un forense vocacional que quedó atrapado por la especialidad en tercero de carrera. «Me desmayé en la primera autopsia y me obligaron a ayudarles para que lo superara». Nadie que le haya visto en sala lo creerá. Es todo aplomo y desparpajo, domina la situación con mucho conocimiento, humildad y con humor. Un profesional.

Empezó su carrera en La Bañeza en el año 2000 y su plaza fue agregada al Instituto de Medicina Legal de León y Zamora en 2004. Como todo el mundo, tiene su teoría del crimen. Pero calla. La última palabra la tiene el jurado.

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