Diario de León

el crimen de carrasco | de frente y de perfil

Lágrimas de Raquel

El caso de Raquel Gago, condenada por el asesinato de Isabel Carrasco junto a Montserrat González y Triana Martínez, traspasa la sala de vistas de la Audiencia Provincial en un juicio paralelo condicionado por la compasión que suscita y su incomprensible papel en el crimen.

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León

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ana gaitero | león

Hay tres mujeres condenadas por el asesinato de Isabel Carrasco. Montserrat González, la autora material, y Triana Martínez, su hija y cómplice, y Raquel Gago, la policía local amiga de Triana declarada culpable como cooperadora necesaria.

Dos están en prisión, madre e hija, y una en libertad bajo fianza. Gago. La policía local que suscita la compasión del público y sobre quien sus compañeros del cuerpo siguen ejerciendo el rol de protectores.

La imagen de los agentes locales acompañando a la mujer, condenada por un jurado popular, el día que se iba a decidir sobre la petición de prisión sin fianza hecha por el fiscal y las acusaciones particulares lo corrobora.

El compañero le pasa la mano por encima del hombro y la risa de complicidad se convierte en un gesto de contrición cuando las cámaras disparan sin parar. Raquel Gago suscita pena entre la opinión pública. Toda la compasión que no ha habido para la víctima se concentra en el personaje misterioso del crimen. Es la ‘dolorosa’ del caso.

De niña no quiso hacer la prueba para cantar en el coro de las Anejas. Era tan tímida que le daba vergüenza. En las últimas semanas ha demostrado a León y a toda España que no hay nada que le pare cuando se trata de defenderse a sí misma.

Raquel Gago se presentó ante el jurado popular del asesinato de Isabel Carrasco como una mujer organizada, con facilidad de palabra y habilidades sociales. Nada más alejado del estereotipo de tímida y ‘mosquita muerta’, de la mujer ‘indefensa’ que pasó los ocho meses de prisión en la enfermería de la cárcel de Mansilla de las Mulas.

Nada más alejado de su coartada para explicar por qué no dijo nada de los encuentros con Triana el día del crimen. El famoso bloqueo, consciente según las forenses, inconsciente según el psiquiatra contratado, que le impidió ver la realidad durante más de 30 horas.

En una carpeta azul llena de papeles llevaba toda su memoria. El orden de los acontecimientos. Su abogado, Fermín Guerrero, le entregó el sumario cuando se levantó el secreto. Raquel aún estaba en prisión.

—Toma, esto es lo que dicen de ti. Estúdialo— le dijo el letrado.

El examen al que se iba a someter era más importante que la oposición que hizo para entrar en la policía. Ni siquiera las oposiciones de Magisterio habrían sido tan duras. Pero Raquel tenía a su favor que nadie entendía por qué una mujer con la vida resuelta era implicada en el crimen. ¿Qué motivos tenía?

Eliminar cualquier rastro de sospecha sobre un móvil fue el primer objetivo. Había trascendido que podía tener una relación lesbiana con Triana, más allá de la amistad. Fue así como se desveló el secreto guardado durante 16 años. La relación con Fer, un hombre casado cuya familia se vino abajo al conocer el ‘affaire’.

La doble vida de Raquel Gago se convirtió en un melodrama. La opinión pública se dividió, desde el minuto cero, entre voces que proclamaban su inocencia y otras afines a las medidas dictadas por la jueza de instrucción, que decidió su encarcelamiento preventivo.

Raquel era la gran duda del juicio por el caso Carrasco. Todos los focos estaban sobre ella. Se analizó su aspecto y su vestimenta, que pasó del negro del primer día al blanco para declarar. El jurado popular fue contundente. Siete sobre nueve personas le declararon culpable de asesinato como colaboradora necesaria. La mínima pena que le puede poner el magistrado presidente, Carlos Álvarez, son los 10 años que, a la vista del veredicto, solicitó su abogado: ocho por asesinato en concurso con atentado y dos por tenencia ilícita de armas.

No escogieron el camino del medio, como podía haber sido la minimización de su implicación a un encubrimiento. La condena que no hubiera superado los tres años.

Raquel da pena a todo el mundo. A quienes creen en su inocencia y también a una parte de quienes afirman que está «metida hasta el cuello». A unos porque la defienden de la «injusticia» y a los otros porque no entienden el móvil que le pudo llevar a implicarse en la trama.

Las emociones han jugado un papel clave dentro y fuera de la sala de vistas. Raquel Gago se quebró dos veces en el juicio: «Desde ese día no tengo vida», dijo el dia de su declaración. No se refería al día que Montserrat González, la madre de Triana, mató a Isabel Carrasco de tres disparos en la pasarela sobre el río Bernesga. No.

Fue el 13 de mayo de 2014. Al día siguiente era detenida y encarcelada tras entregar los bolsos en los que estaba el revólver Taurus usado en el crimen. Pasó ocho meses en prisión. Y agarró con uñas y, sin una mala palabra hacia Triana y Montserrat, con los ojos de la que fue su amiga clavados en sus espaldas, aguantó los 15 días de juicio impertérrita. En los descansos a veces sonreía, saludaba amablemente.

La segunda vez que lloró fue al quemar su último cartucho ante el jurado el último día de la vista oral. Relató que entró en la Comisaría de León como testigo y salió como imputada. Raquel Gago fue declarada culpable por el asesinato de la presidenta de la Diputación el sábado 20 de febrero de 2016. Ese día lloró amargamente. Su abogado le cogía la mano mientras escuchaban al portavoz del jurado leer las preguntas y las respuestas del objeto del veredicto. Todas, excepto una, desfavorables para la policía local.

Fermín Guerrero, el señor de Murcia que se ha hecho famoso en León, ha jugado desde el primer momento la baza de los medios de comunicación. Sus aires ligeros del sur y la simpatía que despierta, además de atender siempre a la prensa aunque sea para no decir nada, han navegado a su favor. Ni siquiera su extraña desaparición, que preserva como parte de su intimidad, le ha pasado factura ante los medios. Hay quienes piensan, como la abogada Beatriz Llamas, que ante el jurado le restó credibilidad ante el jurado.

El abogado se ha convertido en un terapeuta para Raquel. Durante el tiempo que estuvo en prisión la visitó en el centro penintenciario en 32 ocasiones. Raquel le llamaba y le decía: «Estoy mal». Cogía el coche y ponía rumbo a León. Llegó a hacer el viaje de ida y vuelta en el mismo día.

El jurado, a la vista de las pruebas presentadas en el juicio, decidió declarar probado que Raquel conoció el plan para matar a Isabel Carrasco y aceptó formar parte de él. Que la tarde del 12 de mayo fue a casa de Triana Martínez a ultimar los planes mientras tomaban un té, apenas una hora antes de que se ejecutase la muerte de la víctima. Su misión era recoger el revólver. Que acordaron que Raquel se situase en la calle Lucas de Tuy, donde aparcó el coche, recibiendo una llamada de Triana a las 17.19 horas desde el teléfono prepago.

Que Triana se acercó y le pidió que abriera el coche y luego introdujo un bolso grande de lona con otro bolso más pequeño y el revólver. Que Raquel mantuvo oculto el arma sin comunicarlo a nadie que lo tenía ni el encuentro previo con las otras inculpadas en el domicilio de Triana. Que lo comunicó el 13 mayo a las 19.20 horas a un policía amigo.

Para el jurado, está probado que Raquel sabía y aceptó que Montserrat iba a matar a Isabel Carrasco, que supo que utilizaría unas ropas para camuflarse. Sin embargo, su aportación no fue esencial, como señala el apartado 68 del objeto del veredicto: «Contribuyó a la muerte de doña Isabel Carrasco Lorenzo, pero lo hizo con una aportación no esencial o decisiva, es decir, de forma prescindible e innecesaria para la ejecución de dicha muerte».

A Raquel Gago le ha condenado su «pasividad» ante los acontecimientos, opina la antropóloga leonesa María Getino Canseco, profesora titular de la Universidad de Barcelona.

Una profesora de Derecho Penal de la Universidad de León que ha seguido el juicio esperaba a la puerta de la Audiencia Provincial el día que se leyó el veredicto sorprendida porque no se le hubieran aplicado eximentes a Raquel Gago.

La tercera vez que puso las emociones sobre la sala fue en la vistilla que se celebró el jueves pasado en la misma sala para decidir sobre la prisión incondicional solicitada por el fiscal, Emilio Fernández, y las acusaciones particulares del caso: la de Loreto Rodríguez Carrasco, hija de la presidenta asesinada, representada por la abogada Beatriz Llamas; la de Jesús López Brea, pareja de Carrasco, a cargo de Carlos Rivera, y la del Partido Popular, que ejerce el letrado Ricardo Gavilanes.

El magistrado le recordó que no era necesario que dijese nada si no se encontraba en condiciones. Pero ella se aferró con uñas y dientes, entre sollozos, a la última palabra: «Confíen en mí», pidió a la sala.

Los tres magistrados de la sección tercera —el presidente del jurado, Carlos Álvarez, y sus colegas Teodoro González Sandoval y Miguel Ángel Ámez— han confiado en Raquel. El magistrado presidente no aceptó las 6.000 firmas para tomar la decisión, pero estaban en la calle y allí las enseñó Fermín Guerrero, con el rostro compungido de Raquel Gago. Volvió a llorar al conocer su libertad. Las lágrimas son como su palabra. Lágrimas de Raquel.

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