Diario de León

situaciones límite

Miradas en busca de un futuro feliz

Trabajar y estudiar. Aunque lleve poco tiempo en España, este joven venezolano quiere trabajar y estudiar. Lo podrá hacer a partir de abril. Quiere hacer algo relacionado con administración de empresas.. Sacar adelante a su familia. Es lo que quiere esta joven de Eritrea, un país que vive una situación bélica y al que no quiere volver. Tiene tres hijos pequeños y ya no le queda nadie en su país.. Así viven dos de los 18 refugiados que acoge Accem en sus tres pisos de la capital, una chica eritrea con tres hijos que huye de la guerra en su país y un joven venezolano perseguido por ideas políticas y su condición sexual.

jesús f. salvadores

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León

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manuel c. cachafeiro | león

Ni el odio, ni la persecución, ni la injusticia que les ha convertido en refugiados se perciben aparentemente en sus ojos. Lo que han pasado se queda dentro, aunque a poco que empiezan a hablar surgen historias desgarradoras que parecen de muy lejos, pero que cuentan dos personas, dos seres humanos, aquí, en León.

Ella y él. Él y ella. Son sus nombres para romper la barrera del anonimato. Una joven eritrea y un joven venezolano. Es la única condición que ponen dos de los 18 refugiados que tiene a su cargo en León la Asociación Católica Española de Migración (Accem) para contar su periplo vital desde que salieron de sus países de origen en el noreste de África y en América del Sur, respectivamente.

Ambos están perseguidos. Ella por culpa de la guerra que asola a su país y después de un largo periplo que la llevó primero a Sudán en un bote, tras un viaje que duró diez días; de Sudán en autobús a Etiopía, de Etiopía a Noruega en avión y desde el país nórdico a España, también en un vuelo, tras ser deportada. La historia de él es por sus condición de homosexual y por ser simpatizante de la oposición al régimen de Nicolás Maduro.

«No quiero marcharme», dice ella. 27 años. Apenas sabe español. Tiene tres hijos, de 9, 7 y 5 años y no le queda familia ya en su país. O más bien quiere olvidar que muchos están muertos. Con su marido tampoco tiene relación. Y no sabe si sigue la guerra en Eritrea. Sus ojos, esos de mirada limpia, testigos de tanta desgracia, sólo quieren buscar un futuro que sea mejor. Distinto. Justo. No sabe ni quiere saber.

Esta joven de color, de ojos penetrantes, llegó a León hace 8 meses. De Noruega la enviaron de vuelta a España porque estando en Etiopía entregó los papeles para venir a Madrid, que fue donde le aceptaron su condición de refugiada. El programa de ayuda de Accem tiene implantación nacional y está dirigido a personas que han solicitado protección internacional y que carecen de recursos para poder vivir de manera autónoma en España. Accem reparte esas 18 plazas de León en tres viviendas. Todas están ocupadas, según recalcan desde la organización, prueba de la situación límite que se vive en muchos países.

Historias como la de ella, como la de él, se ven todos los días en la televisión. Una vieja Europa que extiende ahora cheques a Turquía en busca de una frontera que detenga a quienes huyen de la guerra.

Accem es, junto a Cruz Roja y Cáritas, una de las tres organizaciones en las que las instituciones españolas han depositado la gestión de la ayuda a los refugiados que puedan llegar en los próximos meses desde países como Siria. La Junta de Castilla y León sigue dispuesta a atender entre 900 y 1.000 personas, según explicó el pasado jueves su vicepresidenta, Rosa Valdeón, en la rueda de prensa tras el Consejo de Gobierno, en la que también dejó claro que todos los recursos necesarios están «preparados».

Desde que estalló la crisis humanitaria en este país apenas a tres horas de avión de Madrid, sólo tres personas han llegado a la Comunidad provenientes del programa europeo. Ninguno a León, aunque hay algunos sirios que han venido por su cuenta, por contar con familiares que residen en la provincia desde hace años.

El otro protagonista de esta historia es él, un joven venezolano de 25 años. En su país dejó un buen trabajo en una cadena de hoteles, una buena situación económica y a toda su familia, sus padres y cuatro hermanos. «Cuando llegué a Madrid me hablaron de que había plazas en Accem en León y por eso vine hace un mes. Estoy bien aquí, gracias». Es un hombre educado, con la barba muy cuidada, al que le gustaría trabajar «acá». ¿Volver? «Por ahora no veo una solución a lo que está ocurriendo en Venezuela», contesta.

A medida que transcurre la conversación y que se siente más tranquilo, señala que su condición de refugiado no sólo responde a su defensa de las ideas de la oposición al chavismo. También es por su condición de homosexual. Cuenta que todo empezó por intermediar en una pelea, cuando la policía agredía a un amigo, también gay. Recibió varios golpes en los testículos y tuvo que ser operado. También tiene una cicatriz en la cabeza de otra paliza.

Por esos episodios empezó a ser perseguido por grupos policiales. «Me esperaban, me golpeaban en el metro... Por eso salí de mi país», explica sin perder la mirada en su interlocutor.

El programa de Accem en León, que lleva ya varios años, ha acogido a 58 personas, 44 varones (el 75,8%) y 12 mujeres (24,1%). Una docena de ellos menores. Los países de los que proceden son muy diversos. De Venezuela ya llevan cinco, mientras que de Eritrea sólo ha pasado ella, la otra protagonista de esta doble historia en busca de un final feliz. De Siria, hoy bajo todos los focos, se han contabilizado nueve hasta ahora. También han pasado de Camerún (7), Palestina (4), Ucrania (4)... y así hasta 16 países diferentes.

Accem también atiende a otros inmigrantes en otros programas. Todo, gracias a voluntarios.

«Nunca me había pasado. Tienes que dejar tus raíces, tu casa, tu auto.... No hay medicamentos, ni alimentos. Mi madre ha tenido tres trombosis y ya no puede seguir la dieta, y no encuentra comida para ella».

«No, no quiero volver a mi país. En Eritrea ya no tengo a nadie».

En el alegato final, las miradas de él, de ella, no pierden la sonrisa a pesar de todo. A media mañana, en la sede de Accem en la calle Anunciata, en esa frontera interior entre León y San Andrés del Rabanedo, cerca de la plaza de Malpaso, del barrio del Crucero, todas las puertas están abiertas. Una buena señal para quien sólo pide ayuda. Justicia.

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