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TRADICIONES QUE SON PATRIMONIO

El vino cabezón que quita alcaldes

El cabildo isidoriano y la corporación no se ponen de acuerdo un año más sobre si por obligación o voluntad el voto del pueblo a San Isidoro por librarle de la sequía de 1158 Ni siquiera sirvió «un arma de destrucción masiva»

La corporación municipal, escoltada por los pendones y sólo tres de los cuatro maceros, se despidió un año más con tres cabezadas de los canónigos. SECUNDINO PÉREZ

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León

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álvaro caballero | león

No. No hubo acuerdo sobre si es obligación, como se obstinó un año más el cabildo isidoriano, o voluntad, como porfió de nuevo la corporación municipal, que el pueblo de León vaya cada último domingo de abril a San Isidoro con un cirio de arroba bien cumplida y dos hachones de cera para agradecer al santo que acabara con la sequía que asolaba los campos leoneses en 1158. El pleito sigue abierto, sin que se adivine horizonte de resolución. Pero cuanto menos, en este 2016 quedó asentada la costumbre de que los representantes del consistorio no osarán pedir nunca más una jarra de la barrica de vino que guardan los canónigos desde hace más de 900 años, cuando en el siglo XII la inauguró Santo Martino. «Tienen un arma de destrucción masiva que para sí quisiera la Otan. Guárdenlo. No nos lo den más a probar porque alcalde que lo ha probado, alcalde que no ha repetido o que ha dado al traste con su carrera política», ironizó la síndico municipal, Margarita Torres, entre las risas de la concurrencia que volvió por las Cabezadas a llenar el claustro de la basílica donde en 1188 se celebraron las primeras Cortes de la historia con representación del pueblo.

No suscribió la abstinencia de la corporación el canónigo encargado de dar la réplica. Manuel García, veterano en las lides del debate, explicó que la barrica «de entre 5 y 7 litros, sólo se abre el día de Jueves Santo, después de la misa de la Santa Cena», cuando el abad cumple con la tradición de «sacar un jarra, repartirla con los compañeros» y, a continuación, «repone la misma cantidad sobre el vino nuevo». «Es un vino generoso, oloroso, andaluz, fuerte... Y muy católico porque lo bebes y caes de rodillas», bromeó el representante eclesiástico.

Pero ni con el recuerdo de esos tragos se ablandó el convencimiento del portavoz del Cabildo. No cedieron porque «son cabezones y tercos por definición», como les definió Torres en su argumentario, tras remontarse a «Santo Martino», quien «estuvo 30 años de Erasmus», en «los estudios y doctorado más largo que han visto los siglos», «y acabó por volver a la basílica como canónigo». «San Isidoro, que tenía una paciencia benedictina, decidió meterle un libro por la boca para que dejara de protestar. No me atrevo yo con esos códices de dimensiones ciclópeas que tienen ustedes», lanzó la historiadora.

Aunque resignado a que «predicar en el desierto es sermón perdido», Manuel García hizo un último esfuerzo por convencer a la síndico con el guiño de que tiene «el corazón partido, como la canción de Alejandro Sanz», por «su amor a San Isidoro». «Compartimos lo que somos y tenemos como pueblo de León: el interés común en el cuidado y protección de este lugar. Somos eslabones de una larga cadena», expuso el canónigo, antes de mandar al capitular que levantara acta de que el pueblo de León había venido «como foro, obligación, a cumplir con sus promesa». Para entonces, la secretaria municipal, a orden de Torres, ya anotaba que la visita fue «libre y voluntariamente, como leoneses, con honor y generosidad». Y así se fue la corporación, no sin antes dar las tres cabezadas de despedida.