«Vivías con miedo, pero ser escolta entonces era un trabajo más»
El leonés Roberto Mieres se ha reconvertido en hostelero tras pasar 5 años en el País Vasco.
manuel c. cachafeiro | león
Roberto vive hoy tranquilo en León. A sus 40 años ha empezado las obras del que será su segundo bar en el barrio de San Mamés. Atrás queda su etapa en el País Vasco como escolta en los años de plomo, cuando ETA puso en la diana a políticos y representantes de la sociedad civil. Allí estuvo 5 años, desde el 2003 al 2008. Cobraba 5.000 euros al mes y lo pasó mal. Pero era una forma de ganarse la vida.
Para ser escolta, Roberto Mieres Llamas tuvo que hacer un curso. Durante su estancia en Euskadi se encargó de la protección de políticos y también del escritor de origen berciano Raúl Guerra Garrido.
El primero fue el entonces alcalde de Eibar, Iñaki Arriola. Estuvo medio año cubriéndole las espaldas a este representante del PSOE. Del bajo Deva pasó a uno de los bastiones batasunos, Rentería, también en Guipúzcoa, para escoltar a la concejala del PP Lucía Peralta, y de allí a Azpeitia, para trabajar con una concejala del PP y otra del PSOE.
De una de ellas, que vivía en San Sebastián, recuerda una gran pintada en su tienda con una diana, «Os vamos a matar», aunque si algo le ha quedado a este leonés en el recuerdo son los dos momentos en los que estuvo a punto de desenfundar el arma durante aquellos años. Uno en las fiestas de Rentería, cuando se vio en una calle ante gente con bates de béisbol y tuvo que salir por pies junto con Lucía Peralta en un furgón de la Ertzaina. Y otra vez en Azpeitia, tras una manifestación en favor de los presos de ETA.
Los escoltas a políticos siempre iban en pareja, recuerda. Era una vida dura, sin poder hacer amigos, «sin decir que eras escolta». Roberto recuerda que al casero del piso de San Sebastián que tenía alquilado siempre le dijo que era informático. «Un día me vino con un ordenador averiado de su nieta. Tuve que buscar un conocido para que se lo arreglara, porque yo de informática sé como usuario».
«Vívías con el miedo», explica cuando se le pregunta si tuvo la sensación de que podía morir. «Sí, era peligroso. Lo hacías por dinero. Era un trabajo más», reconoce.
A un compañero, se le viene a la mente, le tiraron desde una casa en Rentería una bombona de gas que casi lo mata. «El primer año mirabas todo. Aprendías incluso a tirar las llaves al suelo para comprobar que no te habían puesto una bomba lapa en el coche, aunque con el tiempo te vas relajando, porque logras convivir con el miedo».
Su último destino fue con Raúl Guerra Garrido, el escritor del Bierzo. «Una persona entrañable», dice Roberto.
Durante aquellos años nació su primer hijo. «Mi mujer no le gustaba aquello y le prometí que íbamos a volver a León. Vi que aquello empezaba a bajar. ETA ya no mataba y al final nos vinimos. Abrí este bar, el Espolón, y aquí estoy, muy feliz».
Roberto no tiene ningún trauma, aunque lo pasó mal. Lo vuelve a reconocer. Sí se lamenta en cambio por algún compañero, que ha pasado de cobrar 5.000 euros al mes a «no tener casi para vivir». «Nos prometieron que nos iban a meter en cárceles como guardias jurados pero metieron a tres o cuatro y los demás quedamos en la calle. Lo siento por ellos», insiste.