Portugal eleva el estatus de la A-231
La autovía del Camino de Santiago llega a multiplicar por tres en fechas vacacionales su intensidad media, que ya supera los diez mil vehículos al día Los trayectos entre Francia y Suiza y el país luso explican el incremento estacional de tráfico que experimenta la León-Burgos, alejada de aquel aspecto desierto de su puesta en servicio en 1998.
L. urdiales | león
La A-231 asciende al primer escalón del ránking del aforo de tráfico de las vías de alta capacidad que surcan la provincia. La eligen como camino los automovilistas que transitan en fechas vacacionales entre Francia, Suiza u otros puntos de centroeuropa y Portugal; la afluencia de la diáspora lusa entre sus lugares de trabajo o residencia y el origen es el principal ingrediente que explica la alta densidad de tráfico que asume estacionalmente la autovía del Camino de Santiago, que llega a multiplicar hasta por tres la intensidad media diaria que soporta, más de diez mil vehículos en los tramos que comprende dentro de los límites provinciales.
El recurso inicial para los usuarios estacionales de la autovía que discurre entre León y Burgos se terminó por convertir en costumbre, hasta el punto de que esta ruta entre los países europeos y el extremo occidental de la península ibérica ha comenzado a limar presencia de matrículas foráneas a la traza de la Nacional 620, primero, y a la autovía de Castilla, que se llegó a denominar con cierto sentido ilustrativo como carretera de los portugueses; la vía que, más al sur, hacía confluir el tráfico que salía y entraba del país vecino hacia las principales arterias continentales a través de la frontera de Guarda y Fuentes de Oñoro (Salamanca) y luego por las provincias de Valladolid, Palencia y Burgos.
La alternativa que nutre de tráfico, cada vez menos extraordinario, a la A-231 discurre por la A-52, la autovía de la Rías Bajas, y luego asciende y desciende por la A-66, desde los entronques de estas dos arterias al enlace al sur de Onzonilla; el trazado coincide con parte de los tramos que se reivindican desde algunos sectores sociales y políticos como merecedor de una autovía entre León y Braganza, en la región norte de Portugal. Sin este apéndice, los usuarios no dejan de incrementar el índice de ocupación de estos derroteros. Se aprecia por la densidad de tráfico que acumula la doble vía que enlaza León con las arterias de alta capacidad de la Nacional 1 y la autopista Vasco Aragonesa, que trasciende más allá de los días puntuales de inicio y final de vacaciones y se hace extensiva a todo el verano. Las áreas de servicio que motean las orillas de la A-231 son en esta época del año un crisol de idiomas y de matrículas de vehículos, según la procedencia de los usuarios; en la barra de las cafeterías de estos espacios de descanso se entremezclan las conversaciones en francés y portugués, y otros acentos foráneos que le dan a estos lugares ese aire cosmopolita que se aprecia en los corredores de las autovías del arco mediterráneo, tan demandadas por el tráfico que cursa entre Francia y el destino turístico de la costa de sol.
Otra parte de culpa del incremento de tráfico que sobreviene a la A-231 está en el occidente leonés, en el Bierzo, y en el que tiene por origen y destino las provincias gallegas. El tránsito de mercancías ha comenzado a ganar peso en el toral del aforo que lleva la autovía. La estampa de su entorno, la afluencia de vehículos en este verano, está al extremo de aquella foto de asfalto desierto y de los trayectos que se cubrían sin apenas vehículos en uno u otro sentido. Lejos, también, de esa foto fija que exhibe a diario esta autovía, que se estrenó en 1998 con el fin de dar cohesión a los territorios del norte de la autonomía y hoy es puerta principal del noroeste peninsular con Europa; paso obligado; paso elegido.