DE FRENTE Y DE PERFIL
De altos vuelos y triste subsuelo
Martínez Majo pisa terreno firme al hablar del aeropuerto o las cuentas de la institución, pero bajar al Bierzo es hacerlo a la mina.
J. C. F.
MONASTERIO DE CARRACEDO
No hubo que darle la bienvenida pues se encontraba en su casa. El monasterio de Carracedo, donde ayer se grabaron el Filandón y La Tertulia, es ‘tierra conquistada’ para la Diputación después de que la restauración que concluyó en 1991 lo recupera de una muerte segura. Su discurso sosegado cala como el agua que suele convertir al Bierzo en escenario especial para poetas melancólicos. Ayer, el otoño hizo una excepción y no hubo que tirar de paraguas. Martínez Majo, no rompió su guión.
Ese discurso que le hace sentirse cómodo entre números —los que le hacen sacar pecho tanto a la hora de presumir de administración saneada como de anotar ceros para hablar de inversiones. Incluso de los que pone sobre la mesa para referirse al proyecto que en torno al agua genera anualmente 300 puestos de trabajo en el municipio del que es alcalde. «Trescientos», asegura. «Temporales», puntualiza, porque no quiere más medallas que las que le corresponden —. El que habla del aeropuerto, donde no permite que le metan el ‘dedo en el ojo’ —ni siquiera una ‘chinita’—. De esa reforma local que se avecina y que sólo dejará en pie a los más fuertes o del proyecto de bomberos comarcales bajo cuya tutela aspira a la inmortalidad.
Pero el Bierzo es terreno de mortales. Los hay, los más pesimistas, que aseguran que es zona de muertos vivientes. Por eso, a veces es de agradecer, que le recuerden sus fortalezas. Y ahí es donde Majo tira de discurso socorrido. Habla de la iniciativa, el carácter emprendedor de la comarca, del potencial de la industria agroalimentaria berciana, de la importancia de la A-6 e incluso de su gama cromática del otoño. Con tanto número, al final va a resultar que es un románico.
Pero la realidad actual del Bierzo es la mina. Incluso en aquellos territorios en los que en los que no han visto más carbón que el de las calefactoras. Bajar al Bierzo es hacerlo a sus catacumbas, ver sus miserias y reconocer los pecados cometidos. Majo entona ese mea culpa como alcalde de alcaldes que es.
¿Y el Consejo? Como siempre, tendrá que esperar. Se acabó el tiempo.