Diario de León

Deshielo o solsticio de invierno

El sector hostelero de la montaña leonesa pierde el 20% de los ingresos que tenía previstos para esta campaña por la falta de nieve en las estaciones de esquí en el puente de diciembre.

Aspecto de una de las cintas de acceso a las pistas en San Isidro, ayer a mediodía. JESÚS F. SALVADORES

Aspecto de una de las cintas de acceso a las pistas en San Isidro, ayer a mediodía. JESÚS F. SALVADORES

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L. urdiales | redacción

La última vez que la montaña de León se asomó nevada en un puente de diciembre, las estaciones aglutinaron en ese anticipo invernal el 15% de todo el aforo de esquiadores que recibieron a lo largo de la temporada. Lo recuerdan con ciertas dosis de nostalgia hosteleros e industriales que han levantado negocios a la vera de la demanda creciente de ocio que ampara la nieve. Cuando nieva. Cuando no, León, ese León Laciana y el alto Porma y Curueño que ha gestado una alternativa de futuro con la práctica del esquí, se asemeja a una sala de baile sin música; a un mar sin viento para navegar. A las lenguas que se abren paso hacia las crestas altas de Cebolledo o Requejines sólo les asisten unos retazos blancos que motean el fondo de pantalla, como que la nieve fuera residual en diciembre y no un a materia de primera necesidad para transformar en entorno en un parque temático de recreo y entretenimiento. No hace falta coronar Leitariegos para saber si se pisa nieve o hierba; basta con comprobar que a las nueve de la mañana de un 10 de diciembre el termómetro marca 2 grados. Ni nieve ni dura. Para dureza, la estampa de los restaurantes vacíos en el estreno de una temporada de esquí que, además, coincide con uno de los tramos altos para el sector. El más relevante, si se tiene en cuenta que todo el tejido hostelero y comercial que alimenta la práctica del deporte invernal tenía previsto facturar en este paréntesis festivo de entre semana de Constitución e Inmaculada el 20% del negocio al que aspira en temporada. «Es que la nieve, la demanda de nieve, es de diciembre, de ahora en adelante; todo tiene su tiempo; de poco sirve que lleguemos a mayo con un metro, porque hay menos demanda», razona a pie de puerto San Isidro el responsable de un negocio hostelero que espera que el reloj de las precipitaciones termine por acompasarse al calendario convencional. No es nuevo este retraso. Otras veces ocurrió. Pero ahora es reticencia. Hace tres inviernos que la nieve no llega puntual a la cita de la apertura de las estaciones de esquí. Y la última vez que lo hizo, hace cuatro campañas, 16.000 esquiadores pasaron el umbral de las estaciones en este mismo puente; un gentío frente a laderas pardas de las que no sale más murmullo que las esquilas de las yeguas que aún resisten en los pastos de otoño.

No nieva desde hace un mes; de ahí ese paisaje que desde la cota de 1.200 hacia arriba se asemeja más a un aclarado de deshielo primaveral que a la semana previa al solsticio del invierno. La cadena de damnificados por este desajuste entre las frecuencias de frentes fríos y la hora estacional afecta desde Requejines hasta Boñar; desde Riopinos a La Vecilla. Desde Serbales y el Oso hasta el centro de Villablino, Leitariegos abajo.

Todo ordenado y dispuesto, salvo la nieve, que ni está ni se la espera, para resumir las escasas perspectivas que aportan los partes a la esperanza del sector turístico que se ha sido capaz de levantar León en torno a la nieve. Recursos endógenos. No hay nieve en la lengua alpina de Salencias ni comensales en los restaurantes. Esa es la relación.

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