Diario de León

MORADORES DEL DESIERTO SIN PATRIA

León tiene espacio para el Sáhara

En la capital residen una veintena de familias saharauis que sueñan con ver su tierra libre Este verano, diversos hogares de la provincia acogen a 45 niños, de entre 10 y 13 años, procedentes de los campamentos de refugiados.

Lamil lamenta la falta de visibilidad de su pueblo. MARCIANO

Lamil lamenta la falta de visibilidad de su pueblo. MARCIANO

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s. fernández s. | león

Mohamed Lamil y Adhajela son dos de la veintena de saharauis que residen en León y que nacieron en su tierra cuando todavía era colonia española. Después de una trayectoria llena de cambios viven actualmente en la capital, pero sueñan con volver al lugar que los vio nacer. Por su parte, Emilio García es un leonés que trabaja como auxiliar de clínica en el Hospital. En el año 2002, junto a su mujer Yolanda Morán, acogieron a una niña saharaui. En ese momento él no intuía que ese gesto le uniría tanto a este estado sin país que es el Sáhara.

El Sáhara Occidental era una colonia española. Allí vivían Lamil y Adhajela, concretamente en una pequeña ciudad costera llamada Villacisneros. A comienzos de los años 70, siguiendo la ola de descolonización en el resto del continente africano, los saharauis comienzan a levantarse frente a la ocupación española, alentados por el recién creado Frente Polisario. El 6 de noviembre de 1975 Marruecos entra en territorio saharaui camino de el Aaiún. Era lo que luego se bautizó como Marcha Verde, llamada así por ser el color del Islam.

En noviembre de 1975, pocos días ante de la muerte de Franco, Marruecos y Mauritania firman con España un acuerdo por el que se comprometía a retirarse del Sáhara Occidental y ese territorio sería divido entre Marruecos y Mauritania. Pocas semanas después, las tropas españolas comienzan a retirarse.

Marruecos y Mauritania lanzan sus ejércitos a la conquista del Sáhara Occidental frente a la oposición de sus habitantes. Mohamed Lamil tenía por aquel entonces 8 años, en ese momento su madre se encontraba fuera de la ciudad, por lo que se tuvo que quedar con su padre y sus hermanos. Su progenitora huyó a Um Draiga, puesto que preparó el Polisario, que sería bombardeado por la aviación marroquí con fósforo blanco y napalm, armas prohibidas que queman la piel y llegan a deshacer la carne y los huesos. El resultado fue de al menos 2.000 muertos; niños, mujeres y ancianos quemados por los bombardeos. Su madre sobrevivió, aunque Lamil no la volvería a ver hasta tres años después. «España se va, y nos dejan con una mano atrás y otra delante, vendidos», comenta Mohamed.

Lamil lamenta la falta de visibilidad de su pueblo. MARCIANO.

Adhajela enfatiza la riqueza de su territorio. SECUNDINO PÉREZ.

Abdelahe tenía 12 años cuando estalla la Marcha Verde. «No entendía nada de lo que estaba pasando», admite. Él se tuvo que ir a la parte de Mauritania y estuvo separado de parte de su familia.

A partir de aquí los saharauis se dividen, quedando muchos de ellos en la zonas controladas por Marruecos y Mauritania, como Abdelahe. «No nos dejaban expresar la cultura saharaui, durante tres años estudie árabe y francés algo nuevo para mí».

Otros miles de saharauis huyeron hacia Argelia, donde se construyen campos de refugiados en mitad del desierto, allí acude Lamil. «De vivir en el mar con muchos recursos a ir a un desierto donde no hay nada, dejando atrás numerosos objetos de valor», manifiesta.

En los campamentos se confeccionan dos caminos a seguir: por un lado, preparar una guerrilla para contrarrestar al ejercito «invasor» y, por otro lado, proporcionar a los jóvenes educación para cuando llegue la independencia tener a gente preparada que pueda ocupar cargos que requieran una cualificación.

Ante la falta de profesorado son los propios saharauis, que poseían algún tipo de conocimiento, los que imparten las clases a los niños más pequeños. Abdelahe fue uno de ellos. «No éramos maestros pero la necesidad hacía que tuviéramos que ser docentes para enseñar a la gente. Y en verano venían profesores argelinos y otros docentes saharauis», asegura.

Los adolescentes fueron acogidos por países aliados, como Cuba, la RDA, Rusia, Argelia, Siria y España, aunque no vienen a través del Estado. Lamil partió hacia Cuba, estuvo diez años estudiando laboratorio farmacéutico, asumiendo el coste de sus estudios el gobierno castrista.

El Frente Polisario plantea una guerra de guerrillas frente al potente ejercito marroquí. Mauritania acepta su derrota ante el Polisario en 1979 y reconoce la soberanía del pueblo saharaui sobre el Sáhara Occidental. Los combates entre Marruecos y el Frente Polisario se extendieron durante 16 años más.

Marruecos y el Frente Polisario firman en 1991 el alto el fuego bajo el auspicio de la ONU. Al final de la guerra, Marruecos controla un 80% del territorio del Sáhara Occidental. El plan de paz firmado por ambas partes estipula la creación de un censo para celebrar un referéndum en el que los saharauis puedan elegir entre la integración en Marruecos o la independencia. Las trabas interpuestas por el gobierno marroquí han propiciado que a día de hoy aún no se haya celebrado la consulta.

A partir de 1991 se produce una estabilidad dentro de la situación de conflicto que existe. Tanto Lamil como Abdelahe abandonan los campamentos para venirse a España y con el paso del tiempo terminar en León, el primero construyendo el Musac y el segundo trabajando en la delegación saharaui de Castilla y León, con sede aquí. Su empleo consistía en explicar el problema del pueblo saharaui, buscar proyectos de colaboración al desarrollo, encontrar apoyo y un hogar a niños saharauis que vienen a pasar el verano.

Emilio García y su mujer Yolanda Morán fueron una de las parejas que en 2002 acogieron a una niña saharaui. «Escuchamos por la radio que se necesitaba gente para acoger a niños saharauis, nos apuntamos a una lista y al mes y medio nos llamaron y fuimos a recoger a un ‘coquín’ de 8 años», comenta Yolanda Morán cariñosamente. A raíz de eso, despertó su curiosidad por conocer esta cultura y decidieron volar hasta los campamentos. «El Sáhara engancha, no por la zona, sino por la gente que te acoge desde el primer día», remarca Emilio.

Poco después consiguió trasladar su trabajo a tierras saharauis. Y es que este auxiliar de enfermería se benefició de un convenio firmado por la Universidad de León y el Gobierno Saharaui para coordinar grupos de la Facultad de Enfermería. «No íbamos a tratar una enfermedad concreta, la intención era que los alumnos acudieran al trabajo de una forma más radical, fuera de su cultura, su idioma y con unos medios menores a los que aquí existen», expresa Emilio.

En los campamentos se respira un ambiente tranquilo, el clima es duro. «Se soporta haciéndoles caso a ellos, tapándote hasta las orejas», comenta este auxiliar.

La mujer en los campamentos tiene un gran peso, se le respeta. «La mujer ha jugado un papel muy importante en la sociedad saharaui, ella es la dueña y señora de la casa, puede hacer todo sin que nadie se lo pueda recriminar», dice Lamil.

«El papel femenino es imprescindible, el campo no funcionaría si no es por las mujeres», menciona Emilio.

El futuro del Sáhara es incierto, no se sabe hasta cuándo durará la tregua entre el Frente Polisario y Marruecos. La incertidumbre se refleja en los jóvenes saharauis que llevan toda una vida viviendo en un desierto inhóspito cedido por Argelia, sin saber cuándo abandonarán la vía diplomática por la lucha armada para conquistar el terreno ‘expropiado’.

Lamil y Adhajela critican la poca visibilidad que tiene este conflicto. «Se habla mucho de Venezuela y del país que hace frontera con España, Marruecos, que sí que es una dictadura, no se comenta nada», dice Lamil.

Ambos sueñan con volver un día al Sáhara en el que nacieron, aunque son conscientes de la dificultad del proceso. «Esa zona es muy golosa, tiene mucha riqueza», aclara Adhajela, lo que dificulta que Marruecos se retire de allí.

«No nos podemos quedar quietos en el Sáhara hay un árbol que desprende unas espinas, cuando éstas son verdes pueden atravesar el zapato, cuando están secas al pisarlas se deshacen», sentencia Lamil con arrojo y pundonor.

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