De tapeo en la capital gastronómica
Rajoy recorrió el casco histórico como en su etapa infantil y tapeó en Cervantes para promocionar la Capital Española de la Gastronomía
Mariano Rajoy es tan gallego que parece de León. O no. No se sabe muy bien cuando se le ve calle del Cid abajo, escoltado por el séquito de autoridades y meritorios, mientras mira para la izquierda, a la ventana de la casa donde vivió entre los 5 y los 15 años, cuando su padre fue magistrado de la Audiencia Provincial. «Ahí vivía yo», insiste con el dedo en dirección al edificio judicial en cuya puerta hay un placa que recuerda que nació Guzmán el Bueno. No se para mucho más de lo requerido por los ciudadanos que le piden una foto, un apretón de manos, antes de que continúe su curso y se encuentre con el inmueble «en el que había unas escuelas» y gire la vista para ilustrar a sus acompañantes con el apunte de que, donde ahora hay un jardín, antes «había un cuartel». El relato le sale al paso, después de dejar atrás al corrillo de ilusionados vecinos que le han dicho que es «el mejor» y le han deseado «suerte, que falte te va a hacer», mientras a lo lejos se oyen los gritos de los leonesistas —«los de la bandera rosa», les ha dicho uno de los policías de la UIP de Valladolid— que insisten en los «33 años de 155 en León». «Bueno, que todo vaya bien», lanza el presidente del Gobierno como si se despidiera del grupo de amigos del pueblo con los que acaba de tomar el vino.
No lo ha hecho aún. Lo hace un poco más adelante, después de girar por Recoletas para salir a la calle Cervantes y entrar en el bar Madrid con el ánimo de homenajear a la Capital Española de la Gastronomía. «Es un acto de justicia y estoy convencido de que ayudará a mejorar el conocimiento que todos los españoles tienen de la ciudad de León», apunta, antes de que le pongan delante un Ribera del Duero, «el vino de la casa», como afina el dueño del establecimiento, Javi Camarote, penúltimo empresario leonés del año.
El tapeo del presidente del Gobierno, que es la imagen que buscan vender en los telediarios los responsables del Ayuntamiento para dar un espaldarazo a la capitalidad, se convierte en un concurso para acercarse al jefe del Ejecutivo central, pedirle una fotografía, reclamarle una atención, presentarle a un amigo... No pone una mala cara, mientras el operativo de seguridad, comandado por un paisano de Pallide, no descansa en previsión de que se cuele una imagen poco favorable o un espontáneo que estropee el clima promocional.
Y el que se mueva...
Pese al contorsionismo para alargar el cuello y colarse en la foto y en las conversaciones, como hace el consejero de Fomento, Juan Carlos Suárez-Quiñones, el núcleo de confianza de Rajoy que se hace hueco entre el barullo lo acaparan Silván y Herrera. Se suma el concejal de Hacienda, Agustín Rajoy, primo del presidente, antes de que la comitiva encare la puerta y se vaya en dirección a la Ancha. Por ahí bajan cuando Tamara, una guajina de poco más de 14 años, rompe a llorar porque le dicen que no puede hacerse una foto con el político. El mandatario se percata, para y accede a la instantánea. «Nosotros somos de las Discípulas de Jesús», lanzan unos guajes para que Rajoy se gire de inmediato. «A ese colegio fui yo», les responde.
No alumnos de los Jesuitas, donde cursó estudios Rajoy después de las Discípulas de Jesús, pero sí uno de sus maestros. En mitad de la calle aparece Leandro de la Sierra, con quien recuerda el presidente del Gobierno las clases de gimnasia. «Corría como todos y mira si corrió que hay que ver dónde ha llegado», ironiza el veterano profesor cuando la delegación reanuda la marcha.
En la plaza de San Marcelo, Alfonso Fernández Mañueco se hace hueco por el exterior para llegar a primera línea. Allí se colocó también dentro del claustro de San Isidoro, a la derecha del atril, junto a la delegada del Gobierno, el consejero de Fomento, el presidente de la Diputación —quien en el resto de la jornada se fundió con el fondo—, el obispo y el abad de la Colegiata; casi como presidente de la Junta in pectore, mientras en frente se arremolinaban concejales del PP, PSOE y Ciudadanos, diputados, procurador del Común, presidente del Consejo Consultivo, militares, empresarios y representantes de los vecinos. El sitio le sirve a Mañueco, quien llegó al acto escoltado por Eduardo Fernández y Luis Aznar por si había dudas de quienes son sus hombres en León, para recordarle a Rajoy «aquel día de la rueda de prensa en Botines que terminó en mitin». Fue en 2006, cuando era jefe de la oposición, dentro de la campaña contra el Estatut de Cataluña. «La gente se volvió loca», remata el presidente del Gobierno, cuya atención reclama con habilidad el alcalde cuando, camino de Casa Mando, donde comerán, se gira por Arco de Ánimas y se encara Independencia para que de frente aparezca la imagen imponente del teatro Emperador, pese a la orfandad del letrero retirado hace años.
Aunque Rajoy cita que él iba al Trianón, donde «ponían dos películas por muy poquito dinero», Silván saca el tema del Emperador como si se le cayera del bolso una carta. «Es una pena que un sitio como ese esté como está. Es un sitio emblemático», concede el presidente del Gobierno. Como si les hubiera oído, aparece Herrera por detrás. «¿No te estará hablando de cofinanciación?», apunta con sorna, sin tiempo para más que escuchar la respuesta ágil del gallego. «Me preocupan tres cosas: primero, que me sacara el tema; segundo, que me hablara del dinero que costaría; y tercero, que no dijera nada de eso de la cofinanciación», espeta, ante el estallido en risas de quienes están alrededor. No les quedó muy claro si dijo que sí o que no. O todo lo contrario.
Rajoy, en la plaza de San Isidoro. RAMIRO / JESÚS