crónica de una muerte anunciada
«Lo malo no es quedarme sin trabajo, sino quedarme sin trabajo en León»
Los trabajadores de Vestas que hacen guardia en el exterior de la factoría denuncian que la empresa les ha engañado y advierten de que a los 500 empleos que se fugarán de León habrá que unir bastantes más de mil.
cristina fanjul | león
«Lo malo no es que me quede sin trabajo. Lo malo es que me quedo sin trabajo en León». Eduardo es uno de los trabajadores de Vestas que se quedará en la calle si el expediente de extinción de empleo anunciado por la empresa danesa cumple sus plazos. Una treintena de empleados hace guardia desde ayer a las ‘afueras’ de la factoría, esperando que la noticia que esperaban desde hace dos meses termine siendo un simple titular. «No salía producción para estos meses. Sabíamos cuál era el fin desde el principio. Quien no parecía darse cuenta era la Junta», dice otro de ellos, que da gracias por no tener hijos. Aseguran que la táctica desde Copenhague siempre fue la misma: «Hace unos días, el director nos decía que si comenzábamos a trabajar, podíamos llegar a un acuerdo, y ya ves lo que nos estaban preparando». Un cartel que reza Se venden 600 obreros. Razón: Diego Roca preside las improvisadas tiendas de campaña que los 362 hombres y mujeres de la factoría han montado para evitar cualquier intento de la compañía de sacar o montar turbinas.
Coinciden en afirmar que han jugado con ellos, «desde el principio de año». «Sabían el día y la hora en la que iban a decir lo que ayer anunciaron desde el principio de la año y si han esperado tanto ha sido para que les sacáramos la produccción». Confirman que en el centro del polígono de Villadangos hay al menos medio centenar de nacellas (turbinas) montandas y listas para el transporte, además de una treintena que han de ser ensambladas. Cada una de ellas cuesta alrededor de medio millón de euros, una cantidad nada desdeñable, una cantidad de dinero que les llevó a pensar que la noticia de ayer tardaría en llegar. «Esas las tienen que hacer aquí, pero cuando las acaben, se irán», afirman con resignación.
Y es que una de las frases más recurrentes de todos ellos es que lo que ha pasado no es más que la crónica de una muerte anunciada. «Incluso contrataron a un gestor para que les dijera paso por paso lo que tenían que hacer», precisan, para añadir que el objetivo de la empresa ha sido el de realizar un despido masivo y abaratar los costes de extinción. «Nos propusieron levantar la huelga, nos pidieron actos de buena fe, todo lo que no han tenido con nosotros», manifiestan.
No todos por igual
Sin embargo, no todos ellos tienen las mismas expectativas sobre lo que pasará. Los hay que creen que China es el destino, pero otros creen que la factoría se irá más cerca. «Están a punto de poner en marcha una gran sede de I+D+i en Portugal, en Oporto, que en cualquier momento pueden convertir también en factoría de montaje, con la ventaja de que desde allí tienen salida al mar», sostiene uno de ellos. Hablan como si todo estuviera perdido: «En China, un trabajador que aquí cobra 1.300 euros, recibirá 300 por el mismo trabajo, pero a eso tienes que sumar los costes de transporte, ¿qué quiéres que te diga? Yo creo que todo esto es el final».
El final es una palabra que se dice muy rápido pero que entraña demasiado cuando tu proyecto de vida gira alrededor de una sola empresa. Hay diez matrimonios, muchos de ellos con hijos, cuyos dos miembros trabajan en Vestas. «Ahora empieza el colegio y tendrán que pagar los libros de texto, las actividades extraescolares, comida en la mesa», lamentan. «Yo tengo dos hijos, uno de doce y otro de seis años. Un día, hace doce años, llegué aquí y llamé a la puerta. Me contrataron y, de verdad, he de decir que como empresa, es una buena empresa. Te pagaban las horas extraordinarias, te pagaban el primer día de mes, te respetaban las vacaciones y los días de asuntos propios... hasta ahora». Luis Miguel Ramos García, de 42 años, está soltero. Operario de producción, lleva siete años y medio en Vestas. Antes trabajó de mecánico y supo lo que era estar en el paro más de dos años. Su puesto en la planta de Villadangos le proporcionó el periodo de estabilidad laboral más largo vivido hasta ahora. Pendiente de las condiciones en las que vaya a producirse la salida de la empresa, comenta a la agencia Ical sobre su futuro que «no lo veo muy claro, digo yo que algo de trabajo hay, pero lo que prevalece son las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) y lo precario», afirma.
Los empleados reivindican que la legislación europea cambie para que el dumping salarial provocado por la globalización no les salga gratis a las multinacionales. «¿Por qué no ponen aranceles a todo lo que se produzca fuera de Europa? Sólo así se acabará esto», dice una trabajadora, que subraya que a los 500 puestos menos (entre fijos y eventuales) que desaparecerán de la economía leonesa con el cierre de la factoría de la industria de aerogeneradores Vestas habrá que sumar más de mil por el empleo inducido que generaba la planta danesa. «Todo este polígono quedará reducido a nada», asegura mientras explica con ironía que «no pasa nada», «nunca pasa nada. Como dijo un político el otro día, cierra Vestas, pero abre Decathlón», dicen con sorna, mientras se levantan — «el primer turno se va. Llevamos desde las ocho. Ahora llega el de la tarde»— y se despiden.
Un coche de la Guardia Civil escolta desde una posición discreta el exterior de la factoría. «¿Que qué nos queda? Seguir aquí, esperar. Ahora, tienen que dar de cojones», dice uno de los trabajadores más jóvenes de este piquete de espera. No se creen a ningún político. «Sólo saben ponerse delante de la pancarta, pero les importamos muy poco, tanto como un número en un folio», asume con una sonrisa cáustica.
De momento, al menos de momento, las sombrillas y las sillas de playa continuarán en las calzadas del polígono. ¿Movilizaciones? «Todo León debería estar aquí».