COTO ESCOLAR
Los osos pasan de hibernar en la ciudad
Luna y Ponderoso, los dos plantígrados del Coto Escolar, acumulan ya cinco años sin cumplir con la costumbre de la hibernación en invierno
No se le ve hasta que Eduardo Rubio da un par de golpes. «Ponde, mira lo que hay ahí», pica el cuidador. Apenas pasan unos segundos hasta que aparece una cabeza enorme que arrastra un cuerpo de 465 kilos en lucha por desperezarse. Tiene los ojos rojos, medio entornados, como si acabara de despertar de una siesta interminable. «Por lo único que sale es por ruido del bote», bromea el operario del coto escolar, mientras da vueltas al palo en el recipiente de miel para ofrecérselo como un chupa-chups a Luna, que acaba de llegar alertada por el reclamo desde el otro lado del cercado. El termómetro marca 8 grados para un 20 diciembre en León con cielo encapotado y sin apenas viento. No hay nada extraño en la escena, más allá de la temperatura, si no fuera porque los protagonistas son dos osos que, a la puerta del invierno, bien cebados por un otoño de abundancia en las sobras del comedor de los guajes, han decidido que por quinto año pasan de hibernar.
La hibernación, una de las facetas más populares de los osos, ha dejado de ser una costumbre para Luna y Ponderoso. Aunque el comportamiento es diferente en los dos plantígrados del coto escolar. El macho se protege la mayor parte del día dentro de la gran caseta de bloques, encamado en las ramas y maleza que barre de la parcela, mientras que la hembra se mantiene activa fuera, donde ha excavado varios zanjas hasta llegar el hormigón que cierra de manera estanca el subsuelo de la parcela. «Por instinto, busca esconderse ahí debajo y, en contra de lo que hacía antes, no quiere ir con él y le rehúye», relata Rubio, quien aventura que «podría estar preñada». «Son muy mayores. Él llegó con 2 años y va para 29 y ella vino con 4 y tiene 24, pero quién sabe», deja caer el cuidador, que acumula más de dos décadas pendiente de los animales que hay en la instalación, situada al final del paseo del Parque, sin que hayan tenido crías. «Al menos, que se hayan visto. Nacen cuando la hembra está hibernado, apenas miden 7 centímetros al salir y lo primero que hacen es subir a mamar. Quién sabe lo que puede haber pasado ahí abajo», concede, después de recordar la costumbre de los machos de matar a las crías para que la hembra vuelva a entrar en celo y para preservar su superioridad.
No es muy probable en todo caso que Luna, que mira desde el otro del vallado, esté preñada, ni que lo haya estado. «No hablo oso, pero casi», se excusa Eduardo. Si supiera, les podría preguntar por qué ya no hibernan.
RAMIRO