TOROS
El padre, el hijo y el santo espíritu
Guillermo Hermoso de Mendoza triunfa en la corrida inaugural de la feria, acompañado en la puerta grande por su progenitor La amazona francesa Lea Vicens mereció mejor suerte.
Plaza: Primera corrida de la feria de San Juan en León. Bastante menos de media entrada.
Toros: Lote completo de la ganadería portuguesa de Rosa Rodríguez, bien presentados y desiguales en el juego. El primero y el sexto destacaron pese a sus altibajos.
Rejoneadores: Pablo Hermoso de Mendoza, (oreja y oreja), Lea Vicens (oreja y ovación) y Guillermo Hermoso de Mendoza (dos orejas y una oreja).
Guillermo Hermoso de Mendoza miró más a la cara de su padre cuando empuñó el primer rejón de muerte que a la de Berbeno, el enemigo inicial de su lote. A lomos de Pirata, uno de los caballos fetiche de su padre (prestado para la ocasión), acababa de marcarse dos rosas espectaculares y un par de banderillas a dos manos para enmarcar. Padre e hijo sabían que si acertaba en la suerte suprema, el triunfo estaba asegurado.
Bastó una mirada cómplice y lanzó un rayo a las agujas del cárdeno que tenía enfrente para poner el broche. No lo fue sin suspense, porque el ejemplar portugués que le cayó en suerte primero, el más aceptable de todos los de la tarde, se resistió a doblar y no lo hizo hasta que encontró las tablas.
Aún así, con el que cerró plaza arriesgó y se llevó un susto mínimo. A esas alturas del encierro, el público ya jaleaba con ¡olé, olé! irónicos los pases de un subalterno de la joven estrella, sabedores los espectadores de que la inversión que habían hecho en la entrada había sido rentable solo en una parte. A Granadero tuvo que despacharlo con el descabello, cuando la noche se había vuelto tan plomiza como algunas sensaciones. Corto una oreja más, la tercera y se erigió en triunfador de la tarde.
Pablo Hermoso de Mendoza es para el rejoneo en León lo que Enrique Ponce para el toreo a pie: un éxito seguro. El problema es que la tarde pedía chispazos. Y en el primero sólo pudo ser a medias y en el caso del segundo, lo que falló fue el rejón de muerte. «Las grandes figuras no necesitan más que un toro», dice Pedro Moya, ‘El niño de la Capea’. Pues eso. El primer pinchazo lastró la faena, y pese a que en el segundo intento Gorrillo cayó fulminado, la presidencia no se dio a la presión de la grada, que pedía algo más quizá la faena hubiera merecido, pero Hermoso de Mendoza padre no necesita justificarse a estas alturas para lucir galones. Sonaba a esas alturas de la tarde la Banda Municipal de Música de La Bañeza desde el balcón del palco del 5 con temple y sentido de la oportunidad. El Gato Montés y Marcial, eres el más grande llevaron acordes populares al aire, viciado por los humos de puros ajenos a la legislación.
Ni con las cabriolas de Donatelli fue suficiente. El toro que abrió plaza fue un curso gráfico de quiebros y de agitación al tendido del 9, el de los entendidos en la plaza y el más nutrido, que el 7 estaba semidesierto.
A Lea Vicens, León debería darle otra oportunidad. Le sucedió lo mismo con los dos ejemplares de su lote: no despertaron hasta que no recibieron el primer castigo y su canto de sirena terminó en anestesia total, porque no hubo más que rascar. Al primero tuvo que despacharlo con un bajonazo y al segundo le saco lo que pudo, que era nada. Una oreja y una sentida ovación fueron todo su botín. Sus esfuerzos a lomos de Diamante, nada en bruto, se quedaron sin pulir. Como la firme realidad que es la amazona francesa.