El papel femenino en la banda es un tanto limitado y nunca en puestos de alto mando
En los orígenes de la banda no hay mujeres en puestos destacados. De hecho, entre los fundadores su presencia es inexistente. En los 60, aunque en algunos casos sufren grandes castigos a consecuencia de ello, aparecen en labores de infraestructura, en la retaguardia del varón. Esta actitud permanece a medida que transcurre el tiempo; cuando empiezan a morir los militantes de ETA varones, la mujer -la más cercana: su madre o su compañera- adquiere un papel protagonista en los rituales funerarios. Estos actos constituyen una demostración de la indarra (fuerza) femenina al tiempo que un símbolo de fertilidad, signo de que no ha sido una muerte en balde, sino la semilla de futuros luchadores. Es decir, la mujer se mantiene en su papel tradicional, como guardiana de la etxe (casa) y representación de la tierra y de los poderes fecundos.
Según recoge Miren Alcedo, profesora de Antropología Social en la Universidad del País Vasco y autora del libro , con el paso del tiempo se observa que la mujer no se resigna a este papel contenedor y pasivo y reclama poder efectivo buscando ella también los que tradicionalmente han sido elementos de simbolización de la indarra masculina. La mujer exige una reconstrucción del género reclamando para sí lo que ha sido determinante en la definición tradicional del género masculino. En este sentido, la mujer empieza a imitar los aspectos más llamativos y tal vez más burdos de la conducta masculina.
Así en los años 80 comienza a hacerse familiar la presencia femenina en los actos más espectaculares de la organización: las acciones armadas. A medida que la mujer coge el hierro y, sobre todo, en la medida que muere por el hierro, se observa en los comentarios de mis informantes varones una mayor aceptación de la mujer en la organización. La integración se acaba pagando en sangre.