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Orense puja por la autovía del norte de Portugal a la que aún aspira León

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Entre todas las opciones que tiene el norte de Portugal para salir hacia Francia o centro Europa, la línea más recta pasa por León; por el curso de que los promotores de la autovía a Braganza suplican sin éxito ante los políticos, que desde hace casi veinte años eluden cualquier viso de hacer real esta posibilidad.

Sin embargo, miles de conductores eligen este corredor cada año, a través de la A-52, primero, de la A-66, después, de la A-231, finalmente, para poner rumbo al interior del continente.  

La eficiencia del trayecto explica que Portugal no abandone la idea de enlazar su territorio norte con España a través de la Raya, con una autovía o vía rápida, que ahora tiene como reclamo el enlace al AVE, que avanza en obras por Zamora y Orense.  

De ahí nace la nueva guerra territorial por esa vía; entre Galicia, que suspira por llevar el entronque entre Vinhais y A Gudiña; y Zamora, que ofrece Otero de Sanabria como reclamo para el nuevo enlace, que tiene como inductores principales a las autoridades e instituciones portuguesas.  

El espíritu de la León-Braganza se desplaza hacia el oeste, a petición de los ayuntamientos orensanos que ven en este nexo una oportunidad inigualable para su desarrollo; por el mismo motivo, la comarca sanabresa presenta su candidatura a ser el extremo de esta estructura que debería conectarse a la autovía A-52, transfronteriza y referente de paso para el tráfico que busca el trayecto más corto para salir y entrar al país luso.  

Los pormenores de esa diagonal están bien definidos en la memoria de actividades de la plataforma por la autovía León-Braganza, cansada de predicar en el desierto el beneficio de este cauce; la propuesta que ahora rebrota con fuerza a uno y otro lado de la Raya hispanolusa se refiere a una autovía que tendría una longitud de cincuenta kilómetros por la variante de Vinhais; cuarenta kilómetros por Braganza; a los que habría que añadir diez kilómetros más si el trazado al que opta Orense termina en A Gudiña, en contra de la vieja aspiración de Sanabria, que optimizaría aún más la promoción que mueve la estación del AVE de Otero, con el anhelo pretérito de León de reverdecer los laureles como cruce de caminos en el noroeste de la península, que ya le distinguía desde la época en la que Roma administraba el territorio.  

La apuesta de las instituciones gallegas es contundente; se implican los ayuntamientos (el de Viana do Bolo acaba de impulsar una moción para convertir A Gudiña en punto norte de esa autovía que acercará la región norte lusa a la A-52), y la Xunta ofrece apoyo explícito después de conocer la estrategia prevista para hacer realidad este proyecto.  

Por si fuera escasa la apuesta que se realiza desde Viana do Bolo, se enfatiza la voluntad de mejorar las conexiones de este entorno por la previsión de incremento de tráficos futuros, que dependerán de la llegada de la alta velocidad ferroviaria con la estación en A Gudiña, además del empuje que derivará de la A-76, cuando la autovía entre Ponferrada y Orense (hoy no más que bocetos, proyectos y licitación en todo su recorrido) vertebre una parte extensa del noroeste. De momento, la posición fuerte es cambiar la ruta de la salida desde Braganza, una licencia ideada desde León.

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