Diario de León

Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS

Problemas de almohada

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León

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EXISTE ya una cadena de hoteles que permite a los clientes elegir entre ocho modelos distintos de almohada para depositar durante la noche esa cabeza poblada de quebraderos que todos procuramos llevar puesta. Mariposas cervicales, anatómicas, cuadrantes fibra, cuadrantes pluma, modelo estelar, modelo top ... esta evapora la humedad, aquella lleva un tratamiento antibacterias, la de más allá repele los ácaros. Las hay rellenas de bolitas esponjosas de fibra, otras de poliéster hueco siliconado o las que ocultan en su interior suaves plumas de oca. Se ha proclamado pues la libertad de almohada que había sido olvidada por los revolucionarios franceses quienes a lo más usaban la almohada para ahogar de forma solícita pero implacable a un compañero desviado de la ortodoxia en la época del Terror. Ahora bien, estos hoteles no se dan cuenta de que los clientes, si se aficionan a elegir, querrán también seleccionar el colchón, lo que generará por las noches un gran trasiego de colchones con empleados subiendo y bajando colchones, caballeros probándolos y señoras dejándose abatir en ellos tras un dengue cuidado y delicioso. Y, ya puestos, querremos escoger recepcionista y toallas o jabones o el modelo de teléfo no. ¿Cómo se podrá justificar a partir de ahora la dictadura de las sábanas elegidas por un ser anónimo y de rostro opaco? ¿qué justificación teórica se encontrará a la imposibilidad de seleccionar manta o televisor? ¿Podremos elegir también el sueño que deseamos, con ovejitas, con regalos de navidad o destripando al jefe de la oficina? Se abre pues una época de interrogantes y de grandes convulsiones en este ramo tan delicado y tan lleno de caprichosos incorregibles como somos quienes dormimos en hoteles. Y es que la almohada va a destapar a buen seguro unas reivindicaciones que nos van a llevar a todos de cabeza. Por otro lado, la empresa hotelera debería pensar que, para asesorar al cliente dubitativo o indeciso, sería bueno contar en la plantilla con un consejero de almohadas (naturalmente sin ojeras) que cumpliría la misma función que, en los restaurantes, desempeña el maître o el sumiller. Y es que hay que tener mucho cuidado con la almohada que se selecciona pues nos puede ocurrir lo que cuenta el truculento Horacio Quiroga en su relato El almohadón de plumas donde la protagonista muere desangrada por un bicho que se hallaba oculto precisamente en la almohada. Ahora bien , la pregunta más turbadora (no masturbadora) que habrán de responder los directivos de estos hoteles, antes de seguir adelante en este invento, es la siguiente: ¿elegir un modelo de almohada excluye a los demás? Es decir, ¿nos debemos conformar con una determinada almohada o podemos pedir varias, la de látex, la de poliuretano, la de las bolitas etc? Porque la primera opción sería decepcionante mientras que la segunda es la que lleva en sus entrañas aventuras atractivas al permitir dar rienda suelta a los antojos más arbitrarios. Y luego están los niños ¿pueden elegir las criaturas? ¿a qué edad? ¿se parte ya de la igualdad entre los sexos? ¿no sería esta una conquista alcanzada con prisas? Es claro que en achaque de almohadas ni hay ni puede haber dogmas. Pero si yo pudiera realmente elegir, descartaría con vehemencia el torturador -cabezal- del Ejército y pediría los almohadones en los que descansa la Maja desnuda o la vestida de Goya o esa Olimpia inolvidable del cuadro de Manet. O los que pone Ticiano para que se relajen sus ninfas y diosas como los de Danae recibiendo la lluvia de oro o Venus recreándose en la música. Son los almohadones a los que deberíamos aspirar aunque tengan ácaros y desaten las peores alergias y los estornudos más vengativos. Porque son esos almohadones los auténticos, almohadones donde la cabeza toma sus distancias de la realidad acre, donde se borran las fronteras entre el sueño y la vigilia, donde la noche le roba su secreto a las flores, donde mejor se secan las lágrimas de la derrota. Y, sobre todo, donde los ronquidos logran reproducirse en ecos vibrantes, verdaderamente gloriosos.

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