Diario de León

Caja de Ahorros y Monte de Piedad

Publicado por
Victoriano Crémer
León

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LO de Caja España y lo de la Confederación de Cajas de Castilla, de León y de Valladolid, vino mucho después, cuando ya los unos y los otros, enfrentados con los de más allá, pugnaban como titanes o como buitres del Camerum por hacerse, se supone que con el mando, ya que los dineros de los imponentes o impositores parecía estar garantizado infinitamente más que si lo hubiéramos invertido en Gescartera o lo hubiéramos depositado en las manos siempre piadosas de cualquiera otra entidad bancaria. El caso es que desde que se proclamó a los cuatro vientos que el español era un hombre libre, democrático y puntual, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León (que es su verdadero nombre, del cual nunca debió abdicar), anda como puta por rastrojo, incorporada al capítulo pintoresco de nuestras veleidades y aventuras más divertidas, como pueden ser y lo son, el encuentro sentimental entre Ismael y Nevenka, el intercambio de concejales del ayuntamiento de La Bañeza o las cuentas de la Diputación Provincial, que no cuadran. Hubo un feliz tiempo, ya histórico, en el cual, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, era efectivamente, la mano de los pobres, que lo decían los copleros de Santa Marina: Son las Cajas de Ahorros / nuestras segundas madres / que generosamente / nos quitan el hambre... Y si no exactamente las hambres, la Caja de Ahorros, que, precisamente se había creado para luchar contra la usura, ejercida en León por las familias más distinguidas. La Corporación, caritativa y altruista como ella sola, atendía sanatorios psiquiátricos para almacenar a los locos que en el mundo eran, y construía escuelas y abría centros de Cultura y subvencionaba Montes de Piedad, en el cual los leoneses en apuros empeñaban el colchón para asistir a los toros de Carabanchel... A la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, acudían, más que por la ganancia que la titulatura proporcionaba, por el prestigio personal que se adquiría mediante la colaboración con la Santa Institución, los caballeros más solventes, más encumbrados, más honrados y más generosos del país. Y al mismo tiempo que abrían casas de socorro para peregrinantes sin rumbo, abrían casas de la caridad en lasque se daba de comer al hambriento y de dormir al cansado de andar por el mundo sin saber para qué. Era una Entidad, efectivamente, como una gran madraza, que en la culminación de su ejercicio, donaba o regalaba a los niños pobres cartillas de ahorro con cinco pesetas de apertura para cuando fueran hombres de provecho. Y algunos de los beneficiados, efectivamente, se hacían hombres de provecho. ¿Qué pasa ahora y en la hora de los enredos, para que las Cajas de Ahorros y Monte de Piedad no sean lo que eran?. Confieso, señora mía, que yo que soy impositor desde mi más tierna infancia y que colaboré con sonetos desgarrados a mayor gloria de la institución, ignoro a qué vienen esas luchas por ocupar puestos, cargos y enchufes. Unos dicen que es la política la que malbarata la acción de la Caja leonesa, que nunca ha perdido ni su estilo ni su disposición para hacer el bien sin mirar a quién, y otros, sin duda mucho más maliciosos, piensan que la ocupación de un puesto, de un cargo, como consejero, como colaborador, como miembro del Patronato puede suponer una congrua remuneración, capaz de anular los efectos de la trepidante subida de los precios de todas las necesidades. Parece ser que el Tribunal Supremo, a instancias de no se sabe quien discute la legalidad en el uso del nombre de Caja España que aparece en todas las paredes con la silueta del bisonte loco. Y aunque a mi pueda parecerme un motivo de alarma, la verdad del caso es que cuantos están poniendo su marca en la aventura de la Caja Leonesa debieran retirarse y que, a título de recuperación de un bien perdido debiera reivindicarse la renovación de aquella felicísima titulatura que hacía a los viejos llorar: Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León.

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