Diario de León

Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS

Juristas: ¡horror!

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León

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LOS países balcánicos están enredados en guerras sin fin desde que tuvieron la ocurrencia de destruir el viejo Imperio austro-húngaro que les había dado una cierta estabilidad sobre todo bajo el gobierno del emperador Francisco José, personaje de película como marido que fue de Sissi a quien todos recordamos cabalgando por las montañas de su Baviera y poniendo los cuernos de forma discreta pero tenaz a su muy imperial esposo. Es verdad que desde Viena se ejercía sobre esos pueblos el despotismo pero era un despotismo medido y es probable que hubieran alcanzado su autonomía en el marco del Imperio, como ocurrió con Hungría en los años sesenta del XIX, de no habérselo llevado todo por delante el tiro de Sarajevo y la primera guerra mundial. A echar leña a un fuego ya bastante avivado vino el presidente Wilson, de los USA, que, con la mejor de las intenciones, puso en circulación su teoría de las «nacionalidades» y, con ella, la coartada ideológica para liarse a tiros. Wilson dejó estela de pacifista por una de esas paradojas que enriquecen a la Historia. Del polvo «nacional» que echaron aquellos mandatarios viene el lodo de los actuales conflictos y ahí tenemos a Bosnia, a Serbia, a Macedonia, a Kosovo etc con el machete en la boca dispuestos sus moradores a liarse a estocadas por un trozo de tierra, una lengua, una religión... Les hemos mandado soldados de nuestro Ejército, deseosos de cumplir alguna función meritoria tras tantos años de bendita inactividad, y allí se han desempeñado como auténticas ONG, que es en lo que han venido a parar los veteranos ejércitos españoles. ¡Ah, las añejas victorias en los campos de batalla! Les hemos mandado médicos que sirven para curar sus heridas, de siglos, de zozobras, de desesperanza. Les hemos mandado alimentos a través de la Iglesia, de la Cruz Roja y allá que habrán agradecido las latas de sardina, el chocolate y los chorizos, porque imagino que estos no habrán faltado siendo como son la conquista del ingenio culinario español. En fin, nos hemos ocupado de ellos como imponen las normas de vecindad en este villorrio en que ha devenido Europa y así, de la misma forma que suministramos a la vecina la pizca de azafrán que necesita para dar la paella, así hemos proporcionado a esas gentes remotas los remedios a sus lacerías. Pero lo que me parece una crueldad innecesaria e inmerecida es que les hayamos mandado a nuestros juristas. Según algunas informaciones, que leo con pavor, abogados, jueces, probablemente algún profesor de derecho, se han desplazado a la región para llevarles la buena nueva de nuestras instituciones jurídicas. Al parecer, les echan el sermón de nuestros hallazgos e invenciones de alta tecnología procesal, mercantil, administrativa... Me parece que estas gentes no se merecen un castigo tan desmesurado por muchas que hayan podido ser sus tropelías, por mucho que hicieran sufrir a Francisco José y al general Radetzky, el de la marcha que suena festiva en Año Nuevo, o a Tito, que le quebraron las paciencias de mariscal. Porque ¿qué es lo que predican nuestras gentes del Derecho por allí? ¿Les llevan acaso la regulación del impuesto sobre la renta que cambia todos los semestres? ¿les hemos llevado esos juicios penales abreviados que duran períodos geológicos? ¿les hemos confiado los secretos de nuestra jurisdicción contencioso-administrativa que, cuando resuelve el pleito de un funcionario, este lleva ya años en la contemplación del Ser Supremo? ¿les hemos enseñado nuestro derecho urbanístico en cuyo nombre se perpetran las mayores tropelías? ¿o nuestra legislación sobre el ruido gracias a la cual no podemos hablar los unos con los otros? ¿o esos contratos laborales que, antes de ser firmados, ya se han modificado? ¿o esas leyes de presupuestos que se aprueban coincidiendo con las campanadas y que arremeten contra los más sacrosantos principios? ¿o la ley de la Universidad que regula su ruina? Verdad es que el viento lóbrego que aviva los incendios resulta más benigno que el revuelo de juristas españoles asperjando sus latines. Amén.

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