Hombre y agua
Antes de entrar en más pormenores, debemos situar a Las Médulas en la comarca que fue llamada «Bérgidum» por los romanos a causa de su verdor. Tras el sangriento proceso de conquista, el Bierzo sería incluido en los límites de la Provincia Gallecia, como muestra ejemplar del progresivo proceso de romanización del noroeste peninsular. De aquella época han pervivido puentes, miliarios y, desde luego, las colosales obras de Las Médulas, citadas con admiración por historiadores de la antigüedad como Plinio y Estrabón. Vamos ya con algunos datos a propósito del inmenso yacimiento de arenas auríferas que ocupaba una extensión aproximada de 1.500 acres, ubicado en el extremo oeste de la Guiana, entre las cuencas de los ríos Sil y Cabrera, en lo que constituye una ramificación del monte Teleno. Para lograr extraer del interior de la tierra toda su riqueza mineral, los romanos minaron toda la montaña con pozos, galerías, cuevas y enormes barrancos, removiendo hasta 300 millones de toneladas de tierra. Se cree que trabajaron en Las Médulas alrededor de sesenta mil esclavos, venidos a nuestra provincia desde todos los confines del mundo conocido. Una vez derruido el monte gracias a la acción conjunta del hombre y el agua, para lo que se construyó una compleja red de canales cuya longitud de recorrido superaba los 300 kilómetros, el aluvión aurífero era arrastrado hasta unas fosas o lavaderos llamados «agogas», donde el oro se depositaba por la fuerza de la gravedad. Las actividades en Las Médulas se prolongaron entre el segundo tercio del siglo I y finales del II o comienzos del III, período cronológico que transformaría para siempre la vida en el entorno. A su vera se irían planificando y urbanizando espacios, cuyas muestras han sido sacadas a la luz mediante catas arqueológicas.