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Publicado por
León

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CON independencia de cuáles fuesen los oscuros móviles que llevaron a Marruecos a provocar el grave conflicto con España del islote del Perejil, lo cierto es que, tras la dura reacción española, la relación bilateral, bloqueada durante muchos meses y en constante degradación desde la llegada al trono de Mohamed VI, ha comenzado a rebullir, a moverse, lo que sin duda debería permitir un reacomodo de las respectivas posiciones, en un intento necesario de adaptarlas a los intereses comunes y de buscar un statu quo estable y creativo. Ello no será posible, ciertamente, si ambas partes no se esfuerzan por conseguir la mejoría de las relaciones, sobre bases de mayor sinceridad y lealtad. Nuestro país, como cercanísimo vecino de Marruecos, ha de tener un interés especial en este empeño por razones obvias. Pero, además, España es un actor destacado de la Unión Europea y, como tal, debería interpretar la relación bilateral en clave multilateral, es decir, con una perspectiva superior, y también atenta por tanto a dos elementos esenciales del reino marroquí: la democratización, que hay que impulsar, y el desarrollo socioeconómico, que hay que fomentar. Difícilmente puede existir una relación estable y madura con un régimen autocrático, guiado por una monarquía de origen divino que es «la única fuente de legitimidad», como Mohamed VI repite. Y malamente podrá Europa tener una relación equilibrada con un vecino paupérrimo, cuyos ciudadanos huyen en desbandada hacia el Norte para escapar de la miseria y el hambre. Tendremos que acostumbrarnos a convivir con las presiones respecto de la ex colonia española y con las reivindicaciones en relación a Ceuta y Melilla. Sobre el Sáhara, Marruecos cosechó el martes un nuevo revés aparente en el Consejo de Seguridad de la ONU que retarda el desenlace; pero tal demora juega a favor de las tesis marroquíes, que, por la calidad de sus respaldos -Estados Unidos y Francia- terminarán imponiéndose para desgracia de los saharauis. En todo caso, y si resulta comprensible que España haya de afrontar la cuestión de Ceuta y Melilla en el plano bilateral, es lamentable que la Unión Europea haya sido incapaz de conseguir una posición común sobre el Sáhara. Pertenece a la lógica del Imperio la posición pro marroquí de Washington, que teme que la inestable Argelia saque partido del contencioso, pero la actitud de Francia en este asunto es de un indecoroso oportunismo. Y nuestro país debería utilizar todas sus influencias para lograr que Bruselas definiera una actitud sin fisuras, de forma que no se le diera al régimen marroquí la oportunidad de chantajear a quienes, como España, tratan de preservar mínimamente los intereses de los infortunados saharauis. Sobre Ceuta y Melilla, la cuestión es España no puede mantenerse la postura indefinida de no negociar. Pero el discurso de Mohamed VI -principal indicio de la predisposición marroquí hacia España- ha incluido considerables dosis de ambigüedad, y junto a las reclamaciones destempladas ha incluido también apelaciones al diálogo y a la cooperación. Habrá que esperar a septiembre para calibrar las posibilidades reales del reencuentro. Pero ya puede avanzarse que no será fácil reanudar la cordialidad y que hará falta grandes dosis de diplomacia y de habilidad para recuperar el tono afable que nunca debió haber decaído hasta la hostilidad actual.