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Publicado por
León

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ADEMÁS del refrán de «a la cama no te irás sin saber una cosa más», de vigencia permanente para procurar el desarrollo de nuestras facetas cognoscitivas, este verano que cada día que pasa va cogiendo más y más velocidad se está caracterizando por ser, además del de los aniversarios rotundos -cuarenta años sin Marilyn, y veinticinco sin Elvis-, el de la eclosión de un concepto financiero que andaba rondándonos las meninges desde hace tiempo. Primero fueron los ejercicios de Javier de la Rosa en diversas empresas como Torras o KIO, y de Mario Conde, con Banesto; luego los del tipo de Gescartera, Camacho, y estafas de mayor o menor cuantía. Pero no constituyeron ejemplo suficiente para introducir en el lenguaje de la gente de la calle el nuevo concepto que inspiraba sus acciones. Tuvieron que llegar los ejemplos de las multinacionales norteamericanas, de las Enron, WorldCom, Qwest o Xerox, cuyos responsables habían hinchado su volumen circulante, sus ventas o sus pérdidas, con inventos que iban entre los 600 millones de dólares sustraídos del balance de la Enron, al agujero de 7.800 millones, también de dólares, ocultado por las buenas en la WorldCom, pasando por los 1.160 millones sacados de la chistera para que cuadrase el balance de la Qwest, y que alumbrase la definición que buscábamos. Era la contabilidad creativa. Se estiraban a voluntad las cifras de negocio, se ampliaban a gusto las inversiones, los inmovilizados activos o los pasivos, se tapaban agujeros y se confeccionaban a la medida los resultados. En definitiva, se trataba de prácticas contables fraudulentas, de estafas que, en apariencia, sólo precisaban de una goma de borrar y de un lápiz, pero que en realidad resistían en su entramado el análisis de los expertos financieros de la propia empresa que no habían participado en el fraude en concreto. Por supuesto, la contabilidad creativa necesitaba de otra pierna para ponerse a caminar: ese otro punto de apoyo, complementario con el de las finanzas y contabilidad de la empresa en cuestión, era el del auditor contable. El caso más claro ha sido el de Andersen. Pero no cabe duda que las empresas auditoras han quedado seriamente tocadas en general. La semana pasada finalizó el plazo dado por la Administración Bush a las mil empresas más importantes de los Estados Unidos, para presentar una declaración jurada de sus cuentas, ante el organismo regulador de la Bolsa de Estados Unidos, rectificadas si fuera menester. Ahora, por ley, los directivos van a la cárcel, al haberse elevado las responsabilidades de los gestores. ¿Cuántos escándalos más podrán evitarse con esta práctica absolutamente necesaria? Los magos contables tan celebrados hasta hace poco, los especialistas en ingeniería financiera que inventaron los bonos basura y otros productos similares, están ya temiendo por su libertad, mientras se incrementa el número de suicidios. Directivos de Enron y de la eléctrica El Paso, han evitado, por la tremenda, su paso por el banquillo. El FBI ha detenido a seis responsables de las finanzas de WorldCom, y al fundador de la compañía de cabe Adelphia. Los jueces de todo el mundo parecen haberse puesto de acuerdo para tratar con singular dureza a estos delincuentes que, con sus habilidades, fabrican bancarrotas de sus empresas y la ruina de centenares de miles o de millones de accionistas. Ya se sabe, en agosto, frío al rostro, toma contabilidad creativa y no corras. Y que espere el resto de los encausados.

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