Diario de León

Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡Es mi hombre!

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León

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HUBO un tiempo en el cual la sociedad inscribía en sus anales, como un signo positivo, «maltratar a la parienta». Entre Arniches y los copleros itinerantes que se esparcían por todas las esquinas del país llevando en sus coplas la esencia pura de la puñetera vida; entre los unos y las otras, digo, habían conseguido elevar a la categoría de anécdota pintoresca, expresiva de la psicología de las masas, lo de pegarle a la costilla, a la media naranja, a la santa, y ya digo, los copleros cantaban por las esquinas aquella trova sensual de «¡Es mi hombre!» que, después habría de convertir en pieza de concierto, nada menos que la Raquel Meller. La mujer ya por entonces agriamente tratada y maltratada, se adelantaba a las candilejas de la antigua farsa y cantaba cosas como aquello de «Es mi hombre / Yo le doy cuanto soy / mis encantos y mi amor / a mi hombre... / Le espero al llegar / nunca dejo de pensar en mi hombre...» y un etcétera musical y cabaretero por el cual la ardiente amante se entregaba, atada de pies, de manos, de corazón y de costumbre, a su hombre. En los sainetes de la época, el chulapo no se ocultaba ni se sentía avergonzado cuando entre hombres de su mismo talante y concepto del amor, se envanecía de haber domado a la intrépida muchacha de Lavapies cuando en un alarde de personalidad progresista le levantaba «el gallo» al hombre, a su hombre. Pasaron los años y los gobernantes masculinos que desde siempre creyeron que todo el monte era orégano y que salvo a la madre, que era sagrada, a la mujer se la encontraba en la calle. Y comenzó la mujer a ejercer de ser humano con sus deberes condicionados y sus derechos inalterables, insobornables y respetables. Y allí fue, allí es Cristo. Porque el varón, el macho, el chulo pasó a ser el varón domado, el chulo de adorno. Y en esas estamos, cuando desde las cuevas más oscuras de la psicología del homo sapiens saltó la liebre de la libertad de la mujer. Y se armó. Y la mujer, sabedora de sus poderes le puso al varón en el lugar subalterno que le correspondía y éste, rabioso ante la pérdida de su poderío, se convirtió en el elocuente y peligroso bárbaro de nuestros días y de nuestras noches. Según las últimas estadísticas, durante un plazo que no abarca los tres meses han sido no solamente maltratadas, violadas y asesinadas sesenta mujeres, sino que otras tantas o más, siguen encadenadas al tópico del respeto al ritual matrimonial y al reparo de los prejuicios sociales penando y muriendo como corderas. Antes se decía que detrás de todo gran hombre había una mujer, que era como el motor, el estímulo, que mueve las acciones más importantes del hombre. Ahora, desgraciadamente se está imponiendo, no la imagen de la mujer como complemento creador del varón, sino como su víctima propiciatoria. ¿Por qué maltrata, viola, asesina el hombre a la mujer? Ninguno de los avisados psicólogos del país, se atreven a proponer una sinrazón siquiera que pudiera servir de plataforma de lanzamiento para una solución o al menos para una explicación lógica, racional, humana. Es cosa de bestias, se dice, sin llegar a más en la calicata. Y se habla de la educación malsana, del extravío del concepto de familia, de la situación a la cual se ven abocados los dejados de la mano de la fortuna. El hambre es mala consejera y la falta de una educación limpia de arrequives políticos y sociales, peor aun. Como cuando se recuerda el «caso» o suceso de Villaverde, de Madrid, un hombre de 89 años, miembro retirado de la guardia civil (Ricardo García Pérez) que, se supone, en un rapto de furia, degolló a su esposa de 90 años, terminando la espantosa escena en la propia inmolación del asesino, el cual se arrojó a cuerpo muerto desde un sexto piso... ¿Cómo se puede entender esa tragedia a la griega, sino es en un arrebato, en una pérdida de todas las facultades? ¿Será entonces, necesario, urgente, que en lugar de

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