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Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS

Desnudas por el museo

Publicado por
León

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TANTA revista que pende en los quioscos con señoras enseñando pechos hermosos, orondos, copiosos, con alarmas de combustión, como enseñas guerreras de una potencia inaccesible, tanto desfile de modelos con señoritas medio in puribus a las que por sus hechuras desnutridas dan ganas de ofrecer un bocadillo, tanta publicidad erótica como nos asedia en nuestras noches de televisión, tanta película con actrices como frutas de sartén, todo esto junto, revuelto y en acción, no se puede comparar en belleza y en sutilidad, en encantamiento de los sentidos y en pureza de las inclinaciones a los desnudos que se hallan colgados estos días en el Museo del Prado. Son cuadros del XVI y XVII que fueron regalos hechos a reyes y príncipes en una época en la que las posibilidades del «voyeur» estaban reducidas a estas escenas que por lo demás no estaban al alcance de cualquier boticario o rastacuero sino que eran privilegio de encopetados personajes. Habría que hacer la historia del «voyeur» que es como el sumiller que jamás bebe y acerca de él se ha escrito mucho y bien, de ahí podría formarse una teoría del «voyeur» que ha ido pasando por diversas etapas, desde los orígenes lisonjeros en las cavernas, donde las más atrevidas pujanzas se exhibían pletóricas, a las épocas en las que los curas van poniendo velos, hasta nuestros días que están marcados por el signo que queda dicho en el primer párrafo (cuya relectura recomiendo porque no ha quedado mal). El «voyeur» es persona satirizada por una sociedad que no sabe ver (nunca mejor dicho) la dignidad de quien se limita a mirar y pone en la mirada aromas de delectación, de una complacencia que tiene mucho de virginal y gallarda. Hay que reivindicar pues al «voyeur», pletórico de dignidad en sus soledades, soberano en su ingenuo miradero, porque es persona que se alimenta con la sola sustancia de sus sueños. El voyeurismo es la exaltación, la apoteosis de la mirada melancólica, a un tiempo ofrenda y renuncia. Merece un respeto. Entre los Austrias y el personal menudo de los palacios había mucho «voyeurismo» y bien que podrían saciar estas gentes sus aficiones a la vista de lo que cuelga en esta exposición temporal del Museo del Prado. Hay mucho Rubens, mucho Tiziano, está nuestro Goya con su Maja como es natural, de todo ello se habrá escrito mucho, pero hay también cuadros más desconocidos como esa «dama que descubre el seno» cuya paternidad se discute pues se la disputan Tintoretto padre y su hijo Domenico. Tampoco se sabe quién es la mujer retratada, lo único que queda claro es que el pintor sabía ver y sabía calibrar, que se hubiera reído mucho si le presentan como modelo a una de esas chicas escuálidas y espiritadas que van por las pasarelas con trapos de nunca llevar. Hay en la obra comentada una cara fresca, una mirada ansiosa, unas manos desgarradas que enseñan la desmesura de unos pechos ubérrimos, fecundos y blasonados, pechos para ser madrigalizados con entusiasmo. Quien haya leído a Rousseau se acordará de que, en su vejez, se olvida del contrato social y para sincerarse en sus Confesiones: «mi corazón y mis sentidos jamás me han permitido ver una mujer en una persona que no tenga los pechos bien desarrollados». En estos desnudos, en rigor desnudas pues no hay más que mujeres, lo que más gusta es el desenfado con el que proclaman su celulitis. Sin complejos, con el desembarazo de quien porta sus estrías con orgullo. He aquí algo que no tiene parangón con la época presente, época de vergüenzas absurdas, de cremas y de afeites que tratan de ocultar con engaño e industria algo tan natural como esas adorables inflamaciones, testimonio de la sencillez, homenaje impagable a la honradez de los cuerpos. Mujeres que jamás han hecho footing ni peeling ni puenting, mujeres que se han alimentado con propiedad, sin hacer dengues, derramadamente, en uso y disfrute de viejas regalías. Ni una tostada de pan integral ni un yoghourt. Chorizo y alboronía. Todo ello conmueve y nos hace, ay, suspirar a la vista de estas siluetas del pasado, jarifas lozanas del presente.