Las nuevas restricciones: la delgada línea entre San Andrés y la capital
«León está a un paso y sí puede abrir los bares, es de locos»
En la avenida San Ignacio de Loyola la mitad de los locales son de la capital y esquivan el cierre interior. «No tiene ni pies ni cabeza», denuncia el resto
Celia López no puede atender a nadie en el interior de su establecimiento, el Sexta Avenida, en el número 66 de San Ignacio de Loyola. A escasos doscientos metros, Adrián Álvarez, propietario del Café Bar García, sirve un par de copas de vino a dos clientes en una mesa, frente a la barra, tras librarse de las restricciones. Su local es el último del término municipal de León, justo en el límite con San Andrés del Rabanedo, donde sí se ha superado la barrera de los 150 contagios por cada 100.000 habitantes.
Sus bares y restaurantes solo pueden trabajar en las terrazas. Al otro lado de esa frontera difusa, todo sigue igual. «Esto no tiene ni pies ni cabeza, como todo lo que hacen los políticos últimamente», criticó Celia López, que no entiende «absolutamente nada», al igual que el resto de compañeros del alfoz que ayer se encontraron en la puerta de sus negocios una pegatina de la Policía Local para informarles de la prohibición.
A primera hora
«Hay una calle de separación y las medidas son distintas. Es una locura», criticó la dueña del Sexta Avenida. La misma lectura hicieron los demás afectados. «Estamos muy cansados. A un paso está León y allí no hay tantas restricciones. Puedes tomarte algo sin problema. Hemos hablado con un abogado esta misma mañana y nos ha dicho que esto es ilegal porque no se publicó en el Bocyl con suficiente antelación, pero a las ocho en punto vino la policía a decirnos que no podíamos abrir el local», explica Francisco Fuertes, al frente del Bar Hugo’s, también en la avenida San Ignacio de Loyola, que comparten los dos municipios. Dispone, «por suerte», de una terraza muy amplia y una pequeña ventana, desde la que sirve, que le permite mantenerse a flote, «aunque la facturación ha caído en el último año cerca de un 80%», lamenta. Tiene a cinco de sus nueve trabajadores en un Erte. Si el interior continúa cerrado, «tendré que meter a todos», asume.
Adrián, del Café Bar García, justo en la frontera con San Andrés. M. P.
Igual de «mal» lo llevan en el Mesón Riaño, al final de la calle, frente al Hospital San Juan de Dios. «Toda la hostelería no puede ser la culpable de que se disparen los contagios. Estaría a favor de que no se abrieran los establecimientos si sirviera para algo, pero hemos visto que no es así», avisa su propietario, Carlos Carril, quien reprocha a las autoridades que tomen este tipo de decisiones, de un día para otro, sin analizar su impacto económico. «Es muy difícil de sobrellevar porque los gastos fijos son los mismos y no nos han dado ninguna ayuda en todo este tiempo. Además, cada vez que se cierra el interior de los bares la gente coge miedo y luego cuesta mucho que vuelvan», señala Carlos Carril, que hubiera preferido un confinamiento duro durante toda la Semana Santa para evitar el cierre de bares y restaurantes. «Dejaron que viniera la gente de fuera, que se rompieran los grupos de convivencia, y ahora sufrimos las consecuencias», subraya. Tampoco ayuda el frío. «León no es una ciudad de terrazas, enfocadas más al turismo y al centro», apunta. Uno de sus clientes, José Antonio, lamenta que los hosteleros «vuelvan a pagar los platos rotos» a pesar de que no hay ningún estudio científico que los señale. «En este barrio muchos vecinos tienen más de sesenta años y no pueden estar al fresco. A mi madre, con ochenta, no la voy a traer a una terraza con este frío», aclara.
En la misma acera, Javier Fernández Gallego instala una carpa en el Café Bar San Ignacio para proteger a sus clientes del agua y el viento. La policía, como al resto, le obligó a clausurar el interior a primera hora. «Lo asumimos mal, sobre todo porque las directrices venían de la alcaldesa sin que estuviera publicado en el Bocyl», reprocha. Confía en que la nueva restricción tan solo esté activa durante una semana, a pesar de que la incidencia acumulada sigue su particular escalada. Tampoco ha recibido ninguna ayuda de las administraciones, como Adrián Álvarez, que resiste en el Café Bar García, aunque no las tiene todas consigo. «Seguramente los siguientes seamos nosotros. Es complicado vivir con esta incertidumbre», advierte.