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«Más humildad y menos valores»
En La Chantría los pisos cuestan 220.000 €; en el distrito de Armunia no llegan ni a 18.000 €
En Dos Hermanas, se publicita un piso «cerca del parque Reyes de España y el centro de salud de José Aguado», en un entorno que «dispone de restaurantes en sus alrededores, paradas de autobús y a 170 metros de El Corte Ingles», con trastero, por 220.000 euros, como si fuera una oportunidad. En Federico García Lorca, frente al cuartel de la Guardia Civil, con apenas dos bares en los alrededores, dos tiendinas de todo un poco y una farmacia, Pedro López Rozas informa de que se venden viviendas «de un valor catastral de 32.000 por menos de 18.000 euros», pero «si se marcha alguien sólo las cogen los que tienen familia que ya vive en el portal». Las dos casas están en León. Pero no en el mismo: la primera se levanta en el área residencial con la renta media más alta, donde casi no hay paro y nadie quiere irse; la segunda se esconde en el asentamiento marginal con los ingresos más bajos, donde casi nadie trabaja y al que sólo llega quien no tiene dónde ir.
Aunque en La Chantría los vecinos de las manzanas de oro desconfían del INE. «Es mentira. La gente más pudiente vive en Ordoño II y en la Condesa. Aquí tenemos rentas muy corrientes, de funcionarios, curiosinas y seguras», confrontan Luisa y Pablo, prejubilados de la enseñanza. No se lo cree tampoco Isolina García, que vive «desde hace más de 20 años en el segundo edificio que se hizo en esta zona» en la que se censa «gente normal, los mismos de siempre». «Aunque pudiera, no viviría en otro», defiende. La opinión la suscribe Ester Rodríguez, quien se trasladó «hace 21 años» desde El Ejido a un edificio de Señor de Bembibre que financió el banco en el que trabajaba su marido. «Lo que más me gusta es que a diario tienes El Corte Inglés, Lefties y de todo: supermercados, parques... El alcalde vive en este barrio y desde que está ha mejorado la jardinería», advierte.
A mediodía, en «el centro de La Chantría», como define Jesús Díez, el tránsito no cesa avivado por los comercios y el ir y venir del centro de salud y las escuela. De allí viene Fátima González con sus hijos, Germán y Marcos, quien vive en la zona «desde hace 40 años». En todo este tiempo ha visto «cómo ha subido todo, más incluso en los 10 últimos». No le «extraña» que la zona aparezca como la de más renta media. «Aquí, en los hogares trabajan los dos en el matrimonio o son jubilados. El paro es casi inexistente», refrenda a su lado Olga Rejas, recién recogidos sus hijos Sara y Guillermo de la jornada matinal.
En la colchonería de manzana siguiente, Alejandro Mediavilla se enroca en que «parece una zona acomodada, pero no lo es». «Si lo fuera me comprarían colchones de 2.500 euros, pero lo normal son de 700», aporta como prueba. Al alegato en contra del pronunciamiento del INE se apunta también Beatriz Camazón, quien cita «en Velázquez hay casas muy humildes». «Aquí hay maestros, médicos, abogados y un poco de todo», describe, al lado del parque del Chantre, construido después de que echaran de la aledaña calle Las Fuentes a los últimos vecinos que habitaban en las casas bajas, entre ellos gitanos que se fueron para las chabolas de Las Graveras, detrás del Hispánico.
Un poco de todo tiene Armunia, donde «cada uno vive con lo que puede», como resuelve Araceli Rodríguez a la puerta de su casa, en Millán Astray, dentro del pueblo. El INE marca esta sección como la de rentas más bajas, pero en el taller de Tino Calvo, en la calle José Antonio, no se lo explican. «Aquí hay mucho jubilado, pero ferroviarios, y trabajadores. No vivimos de las rentas...», ironiza el titular del negocio. La duda espanta Ana Isabel Chamorro, en el Spar de la vía Inocencio Rodríguez. «Esto está abandonado, pero no para tanto. Ahí abajo es otra historia», señala con el mentón.
En esa dirección quedan las viviendas de promoción social levantadas en los albores de los años 80. «Nos llaman el poblao , pero pagamos la contribución igual», aclara Pedro López Rozas, «payo», quien cuestiona «cómo puede ser que se pidan menos por los pisos de lo que tienen de valor». Hay una silla cobijada en el soportal, tendederos, un frigorífico, puertas y un cabecero de una cama. Todo en medio de la calle, donde Rubén Gabarri critica que están «abandonados», David Borja aclara que se necesita «empleo» y José Jiménez, «38 años aquí», pide que «no falte el pan cada día».
Pero falta, como admite Bernardo Martín, propietario de la cafetería Bosco junto a su mujer, Carmen García. «No se pega la gente por venir a vivir. Nosotros vivimos en otros sitio y vamos aguantando porque el local es nuestro. Aquí, la crisis vive, no vino ahora», resume, tras citar que la mayoría sobreviven con «las prestaciones que les dan». Entre ellos, Antonio Borja, el Piyayo , que aclara que la pintada de «Michaisa manda, Armunia obedece», en referencia a la rivalidad con el lado opuesto de la calle San Juan Bosco, son «cosas de chavales, como cuando se dice Castilla manda y León obedece». Tiraba con la «Renta Activa de Inserción (RAI)», pero después de un año debe esperar «once meses sin cobrarla». «Estoy en la bolsa de empleo para jardinería, pero no me llaman. Trabajo casi no hay. Aquí, mayoritariamente nos dedicamos a los mercados, que ya se ve cómo están, y al chatarreo», relata, mientras se ajusta la mascarilla en el puente de la nariz. En este escudo ha escrito a boli un mensaje: «Más humildad y menos valores».