Diario de León

Territorio hostil

Los pisos turísticos convierten el Húmedo en un «vertedero»

Los vecinos no aguantan más. Piden auxilio al Ayuntamiento para que controle esta actividad y vigile a los hosteleros que incumplen las normas

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Los vecinos que todavía resisten en los barrios de San Martín y el Mercado están «desesperados». Necesitan que el Ayuntamiento «se implique» para «garantizar la convivencia» en el casco histórico, convertido desde hace tiempo en el «vertedero de la ciudad, donde se permite absolutamente todo», tal y como denuncia la presidenta de León Típico, Pilar Castañón, que describe un escenario más parecido al lejano oeste que a una de las zonas más representativas de la capital.

Asegura que algunos hosteleros no cumplen las normas, abusan de los espacios públicos e, incluso, sacan los altavoces a la calle, «sin importarles la hora ni el derecho al descanso de la gente que todavía reside aquí». No tiene nada en contra del ocio nocturno, ni de las decenas de negocios que huyen de ese turismo de borrachera que lo único que deja «es suciedad y nada de dinero», reprocha. Pide algo relativamente sencillo, aunque nadie le hace caso. «Hay una normativa que se tiene que cumplir. La música no puede estar a más de 65 decibelios porque es una Zona Acústicamente Saturada y existe una hora de cierre, que no se respeta», comparte otro de los afectados, Julio Blanco, quien no entiende como después del estado de alarma, y de las restricciones, «todo está mucho más descontrolado».

El avance del turismo ha convertido el Húmedo en un auténtico desierto, donde las tiendas de toda la vida han mutado en albergues y hostales. La mayoría de los edificios o están completamente vacíos o apenas aguantan un par de inquilinos que comparten escalera con decenas de pisos que se alquilan en diversas plataformas de internet. «Eso es lo que va a terminar de echar a los cuatro que quedamos en el barrio», advierte otro vecino de San Martín que sufre en su comunidad los problemas derivados de los apartamentos y pisos turísticos, que se cuentan por cientos.

«El último fin de semana hubo setenta despedidas de soltero de gente que como muy lejos duerme en El Espolón. La fiesta dura hasta las cinco y seis de la mañana dentro de las casas. Antes de la pandemia había casi trescientos pisos de estas características en las 16 calles del barrio y 220 no tienen licencia», critica.

Reclama a la administración que regule de una vez por todas este asunto porque genera «mucha inseguridad» y cualquier día —avisa— «puede haber un incendio». Exigen que este tipo de alojamientos estén en bajos, con una entrada independiente, y sujetos a la ley, como cualquier tipo de negocio. Creen que algo así «no se permitiría en ningún otro sitio del mundo» y reivindican una regulación que armonice la convivencia entre hosteleros y vecinos.

«Hacen falta espacios de ocio alternativos para evitar que todo se junte en la misma zona. No se puede priorizar solo lo económico. Queremos tener calidad de vida», traslada Julio Blanco, que entró en la asociación vecinal en 1992 porque ya entonces la coexistencia con los bares y discotecas era muy complicada. Recuerda como una de las vecinas de ochenta años «tenía que dormir en la bañera porque su casa temblaba». Dos décadas después la situación ha empeorado. «Las calles están totalmente descuidadas y apenas se ve policía», lamentan los vecinos. En la calle Tarifa, por ejemplo, hay varios inmuebles vacíos, sin un solo inquilino, junto a un hotel. En Mulhacin y Zapaterías la decadencia también es evidente y en Matasiete «han puesto luces los propios hosteleros y hay verbena cada fin de semana», revelan.

Un panorama desolador que echó del barrio hace ocho años a Pilar Castañón. Tuvo que mudarse al Ejido, donde alquiló un piso, mientras seguía pagando su hipoteca, porque no podía dormir. Además, a pocos metros de su patio, hay varias chimeneas que escupen los humos de las cocinas de los establecimientos que hay junto a su vivienda. «Lo he denunciado», matiza. Hay también bloques de pisos apunto de caerse, alguno en la calle Santa Cruz. También sufren «constantes peleas». Piden más presencia policial, sobre todo a pie, para disuadir a los que arman escándalo. También para que los hosteleros que incumplen las ordenanzas dejen de ser reincidentes. «Con los de toda la vida no tenemos ningún problema y tampoco están de acuerdo con este tipo de turismo low cost, pero hay otros que acumulan sanciones y denuncias, pero siguen abiertos», advierte Julio Blanco, quien asegura que esos mismo «venden alcohol a los menores, permiten fumar en las terrazas y encima te señalan cuando llamas a la policía. Nos sentimos discriminados», subraya.

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