Toros
Maestros en el oficio de triunfar
Morante, El Juli y Manzanares se reparten siete orejas en la vuelta de los toros al Parque Desigual encierro
La feria de San Juan, trasladada al fin de semana, se anunció con aforo del 50% y se celebra ya en fase del 75%. Las casi 11.000 localidades del Parque se llenaron en alrededor de la mitad de su aforo para la vuelta a la actividad taurina. Había ganas de disfrutar, y así se cumplió el deseo de la mayoría del público. La mayor ovación de la tarde, para el himno nacional que interpretó la banda al finalizar el paseíllo. Lo escuchó el público en pie y los toreros desmonterados. En defensa de la Fiesta.
En lo propiamente taurino los maestros hicieron gala de su oficio y solventaron con profesionalidad y soltura la papeleta. Se echó de menos mayor hondura y mejor colocación, pero la veteranía fue suficiente para abandonar el ruedo en triunfo. A pie, por razones sanitarias.
El mejor toro
El aficionado se quedó con las ganas de ver cómo habría sido el buen cuarto con un Morante que hubiera querido lucir más sus virtudes y le hubiera dado sitio y distancia, en lugar de tomarlo en corto. Se conformó el de La Puebla con igualar el marcador con sus compañeros de terna. El de Garcigrande sólo tenía de Distraído el nombre, embistió fijo, humillado e incansable. Se arrancó ya con alegría cuando el diestro brindaba al público en los medios, y respondió con entrega a la mano baja que dejó tandas ligadas por la derecha. Menos se acopló al natural, lo que resolvió el torero con una sucesión de adornos algo atropellados, pero muy jaleados.
El cuarto tuvo una embestida humillada. FERNANDO OTERO
En el que abrió plaza comenzó la faena con ayudados por alto y aliviando la noble embestida del inválido; y tampoco anduvo fino con la zurda, deslucidos los pases al tropezar el astado la muleta constantemente.
El conocimiento
El Juli recetó al quinto, un toro alegre y pronto, una faena de conocimiento y sin apreturas. Lo pasó por los dos pitones con suavidad y tirando de su vibrante viaje. Una faena compacta y fácil (lo fácil que puede ser entender a un toro), despegada en su mayor parte pero efectista para los tendidos. Se adornó cuando el toro, agotado, buscaba ya la salida y enterró el estoque. Exprimió al de Garcigrande y una vez más fue certero con los aceros. Solvente y limpio.
Manzanares dejó sello de su personalidad con el único que lidió. FERNANDO OTERO
Su primero fue otro de los inválidos que envió el ganadero salmantino, el de más peso de la corrida. Blandeó ya en el recibo por verónicas, recibió un mal picotazo en varas y mostró debilidad de manos en un protocolario quite por chicuelinas. Lo lidió el madrileño con mimo, a media altura, dejándole venir sin obligar y tirando de él con suavidad.
Cuando intentaba los naturales clavó el toro los cuernos en el albero para dar una vuelta de campana que acabó de deslomarlo. Lo cuidó El Juli para recetar tandas aseadas y vistosas, hasta vaciar de embestidas (de una nobleza hasta un punto bobalicona) al noble inválido. Necesitó pinchazo, otro hondo y un descabello para finiquitar la tarea, pero el público se empeñó en premiar el trasteo con una oreja.
Lo puso el torero
En el único que pudo lidiar, Manzanares se inventó la faena. Suyo fue el mérito, con oficio, seriedad y seguridad. Y premio sobre todo a la estocada, que cobró tras colocar con cuidado al toro, acobardado tras un largo trasteo. Como sus hermanos, salió suelto del capote en los lances de recibo, en los que ya blandeó y mostró una condición más reservona. Pidió el diestro el cambio en varas antes casi de que recibiera un picotazo en el caballo, se dolió en banderillas y le costó salir del tercio. Lo sacó de su querencia el torero para recetar una sucesión de tandas compuesta la figura, evitando que el gazapeo le tocara el engaño y encelándolo dejando la muleta en la cara, esquivando alguna tarascada. Por el izquierdo fue aún más deslucido.
El sexto se paró ya en los lances de recibo y se repuchó en el caballo, haciendo sonar el estribo. Quién sabe qué habría sacado en manos de un Manzanares dispuesto a no dejarse ganar la pelea. No hubo caso. Cuando el diestro montaba la muleta se lastimó la mano derecha y hubo que abreviar, para decepción del público.
Y así acabó en triunfo una corrida en la que se echó de menos, además, variedad con la muleta y sobre todo con el capote. Se resolvió con soltura. Faltó el pellizco.