«Los obreros inmigrantes hicieron de Estados Unidos una potencia»
Susana Sueiro, catedrática de Historia Contemporánea de la Uned, participó ayer en el curso de verano sobre el exilio y las migraciones en la primera mitad del siglo XX en Valencia de Don Juan con una ponencia sobre el caso de los obreros españoles que emigraron a Estados Unidos entre 1890 y 1930.
—¿Qué tiene de singular este movimiento migratorio?
— Millones de obreros inmigrantes constituyeron la fuerza de trabajo que hizo de EE.UU. la potencia económica más poderosa del mundo. Los países latinos, en la periferia europea -Italia, España, Portugal-, países pobres para los estándares de la Europa occidental, tardaron en unirse a la corriente migratoria. Cuando lo hicieron, a finales del siglo XIX, fue de forma masiva. En 1910 casi el 15 % de la población de Norteamérica era extranjera.
—¿A qué se refiere el término de la imagen de la República modelo?
—El periodo de entresiglos, entre el XIX y XX, la imagen que prevalecía de EEUU entre los miles de obreros europeos que deseaban emigrar era positiva. Norteamérica evocaba riqueza, prosperidad y fortuna. Los llamados “ganchos” o agentes reclutadores de las compañías navieras y de algunos estados con especial necesidad de mano de obra presentaban un mundo idílico donde, nada más llegar, el obrero conseguía éxito material. Era la tierra soñada, el país moderno por excelencia, el país de las oportunidades.
—¿Hay constancia de leoneses en esta emigración o hubo regiones que predominaran?
—El principal destino de los españoles fueron las Antillas (Cuba, y Puerto Rico), seguidas de Argentina, Filipinas, Brasil, Uruguay, México, Colombia y Chile. Llegó un momento en que Cuba perdió la supremacía de país receptor y Argentina pasó a ser el primero (a partir de 1904), seguida de Uruguay y Brasil. Las zonas de emigración fueron principalmente Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra, Cataluña y Canarias.
Nuevas generaciones
«No tienen el miedo ni el sentimiento de culpa de sus padres y sus abuelos. Reivindican la memoria»
—¿Qué oficios desempeñaron? ¿Hubo retorno?
—Estibadores, marineros, fogoneros, maquinistas de vapor, paleros o carboneros en los barcos, engrasadores de máquinas, mano de obra para carga y descarga, etc. Bastantes de ellos ya se dedicaban en España a oficios relacionados con la navegación. Los españoles desempeñaron un papel fundamental en el comercio marítimo de la costa Atlántica de Estados Unidos, sobre todo trabajando como fogoneros en los barcos de vapor que llegaban hasta los puertos norteamericanos.
—Como historiadora que ha vivido de cerca el proceso del Valle de los Caídos también a través de la obra de su padre, Daniel Sueiro, ¿cómo valora el anteproyecto de ley de Memoria Democrática?
—Viene a resolver cómo gestionar la memoria histórica del franquismo. Era un tema tabú. La forma en que se hizo la transición a la democracia, el pacto o el consenso entre las diferentes fuerzas, tanto franquistas como de la oposición al franquismo, llevó un deseo común de no tocar temas delicados que pudieran crispar o dividir a los españoles, y luego los sucesivos gobiernos de la democracia, no quisieron ni tocar el tema. La sociedad española debería estar ya preparada para revisar su pasado. Se ha dado un cambio generacional, los nietos y bisnietos de guerra civil no han interiorizado el tabú de no hablar de la guerra y esas nuevas generaciones no tienen ni el miedo, ni el sentimiento de culpa, de sus padres y abuelos, están libres de ataduras y reivindican la recuperación de la memoria.
—Queda por decidir que se hará con la cruz, ¿es necesario trasladar la tumba de José Antonio Primo de Rivera?
—La ley de Memoria Histórica de 2007 impidió la politización del Valle y prohibió expresamente actos políticos de los nostálgicos exaltando la figura de Franco cada 20 de noviembre. Desde el 24 de octubre de 2019, ya solo hay víctimas de la guerra allí. Era una anomalía que Franco estuviera en el Valle ya que, lejos de ser víctima, fue verdugo de muchos españoles, no ya en la contienda civil sino después de ella. Las víctimas de la represión de la posguerra que se cifra en unas 50.000 personas. José Antonio, el fundador de Falange, encarcelado en una cárcel republicana, condenado a muerte y fusilado en Alicante en noviembre de 1936, sí es una víctima, pero su ubicación preeminente quiebra el igual tratamiento debido a los restos de las personas allí enterradas.